AUGUSTO GÓNGORA (1952-2023)

Tanto vio, tanto registró e iluminó Augusto Góngora en los años de la oscuridad, que algo en su mente, en su alma, lo hizo entrar en el territorio del olvido. Algo similar le ocurrió a Rodrigo de Arteagabeitía. Ambos periodistas dirigieron la revista Solidaridad, de la Vicaría del mismo nombre, baluarte de la libertad y abrigo ante el horror de ese tiempo. Luego, para Augusto, sería el momento de Teleanálisis.

Periodista titulado por la Universidad Católica, el año 1976, con 24 años, se transformó en el editor de la revista Solidaridad, al amparo del entonces cardenal Raúl Silva Henríquez, en la vicaría del mismo nombre.

La voluntad de la publicación sería la misma que animó en los 80 al noticiario clandestino Teleanálisis, surgido de la revista de nombre análogo. Allí ejerció primero como editor general (1984 y 1986) y luego como director (1986 a 1989, año que marca el fin de su realización). Lideró un equipo que registraba todo aquello que los canales oficiales estaban impedidos de –y no querían– mostrar.

Dadas las restricciones, censura y represión de la época, las 46 ediciones mensuales que tuvo el noticiero –que partieron con la frase Prohibida su difusión pública en Chile–  y sus 202 episodios  periodísticos trataron contenidos reveladores de la realidad nacional, desde la violencia de la dictadura hasta temas ecológicos; desde las organizaciones para la supervivencia, como las ollas comunes, a la llegada de los primeros retornados; sin dejar de lado la vida cultural underground y las nuevas corrientes musicales. Y relevando, por cierto, los actos de resistencia al régimen.

Captura de un episodio de Teleanálisis

Su existencia no solo permitió un registro contingente, sino también histórico. Por ello la Unesco, en 2003 y junto a otros archivos que protegieron este tipo de imágenes, lo declaró parte del Programa de Memoria del Mundo y, desde 2010 integra el acervo del Museo de la Memoria.

Producirlo no era fácil y distribuirlo, menos. Si ya estaban en riesgo con la publicación de la revista, ser parte del noticiario era un peligro constante. «Lo hacíamos con miedo, pero se nos instaló una cosa emocional, había que hacerlo. Grabábamos con miedo, pero debíamos hacerlo», declaró hace unas décadas Góngora al programa Semana 24, misma entrevista en que definió al noticiario como una «acción radical. Éramos parte de una generación que habíamos estudiado periodismo, amábamos nuestra profesión y sentimos que había que hacer algo que cambiara». 

El valor de Teleanálisis, que se inscribe en la corriente latinoamericana del video popular o comunicación alternativa, cuyo auge fue facilitado por la masificación de las videograbadoras portátiles, radicó no solo en el hecho de que contara historias escondidas, sino que las contara bien y con una estética innovadora; que instalara una forma de trabajo de equipo desarrollada desde la discusión de los temas en adelante, incluyendo la rotación en los roles; y, sobre todo, que su narrativa privilegiara como fuente de los reportajes a quienes los vivían y protagonizaban. Y, por último, pero no menor, que estableciera un circuito de distribución que llegó a tener 350 organizaciones de diversa índole, ligadas a la lucha por la recuperación de la democracia, que utilizaban sus contenidos para generar discusión y consciencia.

Pese a ser financiado fuertemente por ONG europeas, no fue distribuido en el extranjero, lo que no le impidió recibir premios en el exterior.

De ese período son sus obras audiovisuales, los cortometrajes Los niños prohibidos (1986) sobre la dura realidad de la infancia marginal; La comunión de las manos (1987), en que los testimonios de Cristián Precht, primer Vicario de la Solidaridad, y Anita González, la emblemática integrante de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, ponen de manifiesto el dolor de quienes fueron víctimas de violaciones a los DDHH y destaca la labor de la Vicaría. Finalmente, Las armas de la paz (1988) sobre el plebiscito de 1988, en codirección con Claudio Marchant, Jaime Sepúlveda, Marcelo Ferrari y Rodrigo Moreno.

Posteriormente, y bajo el sello de Ictus, co-realizó con Jaime Sepúlveda (Re)Cuentos de una mujer (1991), largometraje documental, con historias de mujeres jóvenes de distintos sectores sociales, y Conversaciones con el Cardenal Silva Henríquez (1990), cortometraje documental que registra el diálogo entre el sacerdote Miguel Ortega y el prelado. En esa misma década, fue el guionista de Dos mujeres en la ciudad (1990) dirigida por Claudio di Girólamo.

Su carrera en los 80, también cuenta con publicaciones de lo que fueron sus grandes temas: autor de La tele-visión del mundo popular (Ilet, 1983) y autor de Video alternativo y comunicación democrática (Mensaje, 1985); además de co-autor de Chile. La memoria prohibida (Pehuén, 1989).

Los 90 implicaron una apertura de la televisión local, sobre todo TVN, a temas diferentes y a considerar la cultura como un bien necesario de compartir. Dado el defectuoso estado financiero del canal nacional, se impuso el modelo de compra de programas, o aceptación de proyectos generados en empresas audiovisuales privadas. Una de ellas fue Nueva Imagen, liderada por Góngora y Fernando Acuña, entre otros destacados audiovisualistas, que dio vida a programas que pusieron en pantalla nuevas formas televisivas y contenidos culturales que, sin llegar a ser rupturistas, mostraban un mundo que por 17 años había sido relegado al territorio de lo alternativo. Cine-Video, conducido por el propio Góngora, El mirador (con Patricio Bañados) y El show de los libros (con Antonio Skármeta) tuvieron excelente recepción en el público.

En 1993, dejó la productora para instalarse de lleno en TVN, como encargado del área cultura y luego como productor ejecutivo de TVN Cultura, rol que ejerció hasta agosto de 2010. Cine-Video permaneció doce años en pantalla, mostrando la producción nacional y entrevistando a los diversos actores del mundo audiovisual. El programa tuvo gran acogida y el propio Góngora consignaba en un artículo de su autoría que hasta la sexta temporada, el promedio de teleaudiencia llegaba a un millón y medio de espectadores.

De esa época datan Bellavista 0990, Perdidos en la noche, Revólver, Chile íntimo, Frutos del país, Coyote y Hora 25, últimos dos conducidos por Góngora. Poco a poco la impronta cultural de dichos espacios fue siendo acorralada a horarios cada vez menos visitados por la audiencia, hasta que las fuertes discrepancias entre él y María Elena Wood, directora de programación de entonces, determinaron su salida, tras la cual permaneció dos años cesante.

Amigo de Raúl Ruiz, fue productor ejecutivo de La recta provincia (2007), notable serie de cuatro episodios que se convirtió luego en filme, donde tuvo una aparición como actor.

En 2016, Michelle Bachelet lo nominó como miembro del consejo de TVN, nombramiento ratificado por el Congreso. Sin embargo, el Alzheimer había comenzado.

En 2018, la Cineteca de la Universidad de Chile y la Vicerrectoría de Comunicaciones de la Universidad de Chile reconocieron su labor.

En el documental de Maite Alberdi La memoria infinita (Premio del Gran Jurado del Cine del Mundo en el Sundance Film Festival, Estados Unidos, 2023), él mismo y Paulina, su esposa, cuentan ese proceso de la enfermedad.

Augusto y su esposa, la actriz Paulina Urrutia en una escena del documental La memora infinita, de Maite Alberdi.

Más allá del currículum, el humano

A su labor como realizador y mediador cultural, se une la de docente. A fines de los 70 era profesor de crítica de cine en la PUC y más tarde se hizo cargo de otras cátedras en las universidades de Chile, Andrés Bello y Finis Terrae.

Me permito acá un recuerdo personal, que destaca una de sus características: el cuidado hacia sus cercanos. Tras haber estudiado cine y estética, a mediados de los 70 me encontraba en la encrucijada de qué hacer laboralmente. No quería entrar al mundo de la publicidad, que parecía la salida más a la mano. Encontré en la malla de la escuela de Periodismo de la Universidad Católica, donde estudiaba, un curso de crítica de cine impartido por un profesor de apellido Góngora que solo tenía como requisito una conversación con él.

Fui. Me encontré con una persona más o menos de mi edad. Le comenté que quería tomar su ramo. Me dijo que no. De nada valieron mis estudios y mi insistencia. Días después, regresé. Me dijo que no, que no había cupos. Pero volví por tercera vez. Y la respuesta fue “sí”. Meses después, conversando con sus alumnos y alumnas, fuera de la universidad, dijo que quería contar algo. Que me había contestado dos veces que no, porque él no sabía nada de mí y en su curso estaba prácticamente toda la oposición a la dictadura de la escuela. En esos años, cualquiera podía ser un soplón, un esbirro del régimen. El supuso que yo volvería y averiguó cosas que lo tranquilizaron: transitábamos por la misma vereda. En esos años, él estaba en la mira de la represión, por lo que su actitud no tenía relación con cuidarse, sino con proteger a quienes confiaban en él, sus alumnos y alumnas. Augusto me abrió las puertas al mundo de la mirada crítica hacia el cine, alejada de la absoluta subjetividad y del juicio sin argumentos salvo adjetivos. Me puso en la senda que me tiene hoy en esta revista.

Su vida también influyó directamente en otros jóvenes, alejados de las aulas universitarias. Así lo relató en las redes sociales un vocero del Partido Igualdad, dando a conocer su labor como profesor de periodismo audiovisual popular:

“¿Qué hacía Góngora en las poblaciones de Conchalí? ¿Qué hacía en El Cortijo, en la Juanita Aguirre o en la Arquitecto O’Herens? Nos mostraba literalmente otro mundo para que el nuestro fuese mejor, más humano, más organizado, más hermoso. Góngora llegaba a nuestras poblaciones con un proyecto precioso que ponía en nuestras manos equipos profesionales que jamás habríamos visto de cerca. Eran talleres en los que aprendíamos a grabar, a editar, a comunicar. Íbamos haciendo la memoria de nuestra población (…) Aprendíamos lo básico, lo rudimentario, pero éramos nosotros mismos, contando nuestro mundo a nuestra gente. Y eso pasaba en varias poblaciones más. Nos ‘graduábamos’ de reporteros populares; Góngora amable, cercano y fraterno, se nos graduaba de compañero”.

En 1991, Olga Araya (Revista Ya, El Mercurio) le preguntó cómo se veía en 30 años más. Su respuesta fue:

“Vivo. Eso yo sería un éxito. Me encantaría no ser viejo y eso no tiene que ver con la edad. Significa la capacidad de vivir la vida”. PP

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