DIANE KEATON Y LA PUERTA DE SALIDA: CÓMO ENAMORARSE DE LA VERDADERA ANNIE HALL.

Con su inesperada partida, resulta menester volver a conectar con la chica-que-vestía-como-chico más ondera de la década de los setenta.

Tras el éxito de Annie Hall, compré un apartamento en la vigésimo primera planta del edificio San Remo, en Central Park West. Me costaba creer que vivía en una casa con vistas panorámicas de 360 grados de la ciudad. Tenía poco más de treinta años. Había alcanzado mi objetivo. Vivía en la casa de mis sueños. Pero no era suficiente”.

Diane reconoce, de alguna manera, en estas líneas que la vida después de la película Annie Hall, traducida ingeniosamente al castellano como Dos extraños amantes, fue un vuelco absoluto en su carrera y en la del propio director, Woody Allen, amigo y confidente suyo. Lo que quizás nadie se esperaba, y que sorprendió a la propia actriz, fue la imbricación casi natural que desdibujó la línea entre el personaje de Annie Hall y la propia Diane Keaton: ambas compartían más cosas en común de lo que podría parecer a simple vista.

El verdadero apellido de Diane era Hall; la película, según sus propios autores, era parcialmente autobiográfica; la vestimenta del personaje en pantalla fue idea de la propia Keaton, quien de forma desinteresada fue capaz de transformar el panorama de la moda con un acercamiento arriesgado —fuertemente inspirado en su padre— para el personaje del filme de Woody Allen.

¿Qué podría salir mal? La película le permitió a la actriz obtener el premio Óscar a Mejor Actriz y confirmar un nivel de autenticidad que la caracterizaría durante el resto de su vida: sin dobleces, lo-que-ves-es-lo-que-hay. ¿Cuántas estrellas resultan ser tan transparentes?

El recuerdo más grato que me viene a la memoria pensando en ella es la breve, pero muy gratificante, aparición en su debut cinematográfico Lovers and other strangers, una película cómica basada en una obra de teatro. El personaje de Diane se llama Joan y junto a su marido se están divorciando. Al ser una comedia con tantos personajes, es difícil enfatizar en uno solamente, pero también resulta imposible olvidar a la Keaton en ese papel: eternamente joven, con una chasquilla que le cubre parcialmente la frente y un vestido púrpura que solo enfatiza el brillante color de su cabello. Quizás aparece unos minutos, es casi un sketch, pero la sensibilidad que transmite durante ese tiempo es algo irrepetible. Es una Diane Keaton que ya tiene algo de Kay Adams en El Padrino, un personaje atribulado y emotivo que ayuda a empatizar con su búsqueda, sobre todo porque cautiva y distiende por su presencia.

Es probable que Woody Allen se haya enamorado de estas características cuando la conoció porque, a diferencia de otras actrices, Diane Keaton parecía ser una estrella, sí, pero de carne y hueso, tangible, real. No un delirio producto de las luces de cine, del maquillaje o de la parafernalia. Parece ser una persona muy cercana. Transparente, otra vez.

Pero su talento nunca se puso en juego. Ella misma, luego de pasar por papeles de renombre como en El Padrino (F.F.Coppola, 1972) se aventuró con personajes cada vez más desafiantes que dieron sustento a su carisma. Buscando a Mr. Goodbar (Richard Brooks, 1977), Interiores (Woody Allen, 1978)  y Manhattan (Woody Allen, 1979). En especial la primera la convirtió en una actriz totalmente arriesgada. ¿Diane Keaton en una película de suspenso? ¿Un drama criminal? ¿Una secuela espiritual de El Padrino? Aquí debe haber gato encerrado.

Pero no, en el filme ella vuelve a reencantar, ahora como una profesora que busca encuentros furtivos en locales nocturnos. Quizás el momento más significativo ocurre cuando, sentada ella en una barra comienza a leer el libro de El Padrino de Mario Puzo. Un gesto que, de alguna forma, obliga al espectador a no quedarse prendado del pasado, sino como una invitación a continuar esta nueva aventura de la actriz. Algunos dicen que debió haber ganado el Óscar por esta película. No estoy tan seguro, pero algo de cierto existe en esta aseveración. La verdad es que el desplante que despliega en esta película, tan cruda y dolorosa de ver, es algo que le permitirá volver a encarnar personajes de mujeres independientes y llenas de valentía, pero al mismo tiempo delicadas y profundas. Piénsese en las siguientes colaboraciones que haría junto a Woody Allen terminando la década de los setenta y más adelante.

Si bien Diane Keaton hizo alusión a su belleza como algo más ajeno, la verdad es que también estuvo siempre segura de su valía como persona y jamás la puso en duda. Su convicción se vio retratada en su deseo de adoptar como madre soltera, de escribir libros autobiográficos llenos de un sentido del humor envidiable y muy certeros y, finalmente, de desarrollar su gusto por la estética mediante la compra y venta de inmuebles. Dicho de otra manera, siempre estuvo creando, incluso en sus últimos años. Ávida consumidora de tendencias, Diane Keaton acompañó activamente a sus seguidores a través de sus redes sociales y de su interés por el arte, los animales y la música. Jamás permitió que el tiempo fuera un obstáculo en su carrera y a medida que se consolidaba su imagen, se transformó en algo más grande que ella misma: en un paradigma auténtico.

No puedo imaginar el dolor que deben sentir sus familiares y cercanos frente a su partida. Al Pacino nunca se quiso casar con ella, ¿qué pasará por la mente del actor al ver partir a una de las parejas más significativas de su vida? ¿No es paradójico que en El Padrino hayan sido una pareja-tan-dispareja? ¿Qué dirá Jack Nicholson, quien junto a la Keaton nos enamoraron en la película Alguien tiene que ceder? Y obviamente no me olvido de su mayor amigo, Woody Allen. ¿Qué sentirá Woody, quien redefinió junto a ella una estética, una forma de hacer comedia y una forma de representar a la mujer en el cine durante toda su etapa juntos? Es imposible concebir el trabajo de Allen sin Keaton.

Recuerdo que, hace algunos años, cuando Woody Allen escribió su autobiografía, en la contraportada aparecía él sentado frente a la gran biblioteca. La fotografía era en blanco en negro. Woody Allen se veía sereno, inquieto, vivaz, con esa mirada y ese marco de lentes tan particular. En la esquina inferior derecha, un crédito. Diane Keaton. ¿Sorpresa?

En una temporada donde las tendencias son tan difusas, donde el quehacer artístico es críticamente cuestionado, donde los parangones de la sociedad azotan con tanta violencia, figuras de la talla de Diane Keaton son un soplo de aire dulce. Es imposible no empatizar con ella y no terminar enamorándose de cada reencarnación que interpreta en la pantalla. Incluso en su última etapa, llena de comedias y malentendidos, resultaba tan cautivante como nunca.

Alguien tiene que ceder (2003). Con Jack Nicholson, 2003, (c) Columbia/courtesy Everett Collection

Liberada de su ajada juventud, de sus inseguridades, parecía solamente que entregaba lo más transparente de su personalidad, su propia aceptación. Estoy seguro que uno podría concebir una Diane Keaton sin Annie Hall. No así, una Annie Hall sin Diane Keaton. Uno podría pensar en una Diane Keaton que no trabajó con Francis Ford Coppola, pero no una Kay Adams sin Diane Keaton. Uno podría revisar toda la filmografía de Woody Allen, ¿pero todas aquellas hermosas películas sin una Diane Keaton? Imposible. Este tipo de belleza, tan real y cercana no se suele ver, son como estrellas que iluminan pero no enceguecen; son puertas abiertas que no dan portazos. Son amores y amantes tan lastimados, tan inseguramente-seguros como la Keaton, que nunca se acopló a ninguno de los estrictos moldes de la supercultura del espectáculo.

Hoy lo mejor de Hollywood le rinde tributo, y parece ser que nunca existió en ella un deseo más sincero que el de ser genuina, algo que los nuevos espectadores sabrán valorar mucho más de ahora en adelante. ¿Cómo volver a encontrar el rumbo sin Diane Keaton? Es una pregunta que solo reposa sobre los hombros de las nuevas generaciones que irán conociendo su trabajo y su inmenso talento.

Referencia:

Keaton, Diane. Let’s Just Say It Wasn’t Pretty. Random House, Estados Unidos, 2014.

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