Con Me rompiste el corazón: la historia de amor de Roberto Parra y la Negra Ester, Boris Quercia (Santiago de Chile, 1967), quien interpretó al propio Roberto Parra en el montaje original persigue un gesto personal y colectivo al mismo tiempo: ajustar cuentas con un personaje que conoció de cerca, y entregar a nuevas generaciones un relato cargado de bohemia, dolor y cueca.
El problema es que el cine y el teatro no siempre tienen encuentros armónicos. La película se construye como un híbrido que a ratos brilla con potencia y a ratos se hunde en el desconcierto. Ese vaivén constante produce una experiencia desigual, donde conviven el oficio de un gran actor, el peso de una música entrañable y los tropiezos de una puesta en escena confusa. La película se convierte, así, en un espejo fragmentado: devuelve imágenes reconocibles de la memoria cultural, pero al mismo tiempo recuerda que la forma cinematográfica es exigente y no perdona las imprecisiones.
La interpretación de Daniel Muñoz (San Fernando, 1966) es, sin duda, el gran sostén del film. Hay en su trabajo un nivel de entrega que desborda la mera imitación. Encarna al poeta, músico y compositor Roberto Parra con una mezcla de ternura y desencanto, transitando con naturalidad por la delgada línea entre humor y tragedia. Sus gestos, su modo de moverse por el espacio, la forma en que canta y se quiebra, transmiten humanidad en estado puro. Cuando sonríe, parece hacerlo desde el mismo corazón roto de Parra; cuando llora, lo hace con la dignidad de quien ya ha vivido demasiado. En una película plagada de altibajos, es él quien mantiene encendida la llama, como si recordara constantemente al espectador que en el centro de todo late una historia real y dolorosa.
A su lado, Carmen Gloria Bresky (Santiago de Chile, 1978) asume el desafío de dar vida a la Negra Ester. La sombra de Rosa Ramírez, la actriz que inmortalizó al personaje en el montaje del director Andrés Pérez, es enorme. Y, sin embargo, Bresky consigue construir una Ester distinta: menos mítica y más humana, con un aire de fatalismo que no intenta competir con la teatralidad del original. Su interpretación, si bien desigual, logra sostener algunos de los momentos más íntimos de la película.
El film encuentra su mayor dificultad en la puesta en escena. Quercia apuesta por una mezcla de recursos teatrales y cinematográficos que no termina de cuajar. Algunas escenas parecen sacadas directamente de un montaje teatral filmado, con decorados pobres y un exceso de artificio. Otras buscan un realismo que se apoya en locaciones naturales, pero esas dos dimensiones no dialogan bien entre sí. El resultado es caótico, como si la película no supiera si quería ser homenaje teatral o relato cinematográfico. Esa indefinición afecta directamente a la narración, que pierde claridad y coherencia.

La fotografía refuerza esa sensación. Los interiores lucen falsos, sin atmósfera, como si fueran sets improvisados más que espacios vividos. Los colores carecen de textura, y los encuadres no aprovechan la riqueza de la bohemia que quieren evocar. Lo más frustrante es la forma en que San Antonio, lugar central en la vida de Parra, se reduce a un decorado desaprovechado. El puerto, con su mezcla de decadencia y vitalidad, podría haber sido un personaje en sí mismo, pero la cámara nunca le concede esa oportunidad. Se ven apenas pinceladas, cuando era necesario una inmersión profunda en la geografía y la atmósfera.
El montaje contribuye al desconcierto. Especialmente en la primera mitad, la película se siente errática, con una sucesión de escenas que no terminan de articularse en un relato claro. Hay saltos abruptos, cambios de tono inexplicables y una falta de continuidad que dificulta seguir la historia. Algunas escenas resultan directamente innecesarias, como la aparición de Daniel Muñoz interpretándose a sí mismo, un gesto que rompe la inmersión y que parece pensado más como guiño autorreferencial que como parte del relato. Todo esto genera la sensación de que la película no logra encontrar su propio ritmo, y que oscila entre la dispersión y la sobrecarga.
LA MUSICA Y SU APORTE DE AUTENTICIDAD Y MEMORIA
Frente a esas carencias, la música emerge como el gran triunfo. La cueca chora, ese invento híbrido de Roberto Parra que combina lo popular y lo poético, se convierte en la narradora invisible de la película. Cada acorde funciona como un comentario emocional, como un recordatorio de que, más allá del artificio visual, lo que queda es la música. La dirección musical de Álvaro Henríquez otorga una capa de autenticidad y conecta la memoria de Muñoz con la sensibilidad contemporánea. Es la música, y no la puesta en escena, la que consigue transmitir la emoción intacta de una historia que todavía late en el corazón cultural del país.

Comparar Me rompiste el corazón con La Negra Ester resulta inevitable. El montaje de 1988, dirigido por Andrés Pérez, marcó un antes y un después en el teatro chileno. Fue la primera vez que un testimonio popular y marginal se llevó a escena y fue visto masivamente, con toda su fuerza, transformando lo íntimo en espectáculo colectivo. En la bohemia portuaria y los burdeles de San Antonio, la poesía de Parra se convirtió en un carnaval de colores, música y cuerpos en movimiento. Esa energía vital sigue siendo, hasta hoy, patrimonio cultural. Frente a esa herencia, la película de Quercia se siente desprovista de vitalidad: intenta capturar la emoción, pero rara vez logra expandirla. Lo que en Pérez era desborde y vitalidad, en Quercia es contención y artificio.
Y, sin embargo, hay algo profundamente honesto en el gesto de Quercia. La película no busca sustituir a La Negra Ester, sino complementarla. Su objetivo no es reproducir el mito, sino contar la historia de amor que lo originó. Desde esa perspectiva, Me rompiste el corazón funciona como una carta íntima más que como una obra acabada. Su imperfección es parte de su naturaleza. Como una cueca chora, la película no necesita ser perfecta para ser auténtica.
Me rompiste el corazón es una película irregular, con fallas evidentes en su fotografía, montaje y puesta en escena, pero también con momentos de auténtica emoción. Daniel Muñoz ofrece una interpretación memorable, la música rescata la esencia de Parra y la honestidad del proyecto late en cada escena. Es, quizá, una obra fallida en términos cinematográficos, pero sincera en términos emocionales. Tal vez ese sea su mayor mérito: recordar que el arte, como la vida misma, rara vez es perfecto. PP
Me rompiste el corazón: el amor de Roberto Parra y la Negra Ester. Dirección y guion: Boris Quercia. Elenco: Daniel Muñoz, Carmen Gloria Bresky, Carolina Paulsen, Gustavo Becerra, Maricarmen Arrigorriaga, Otilio Castro, César Sepúlveda, Juan Carlos Maldonado, Nicanor Henríquez. Direccion de fotografía: Antonio Quercia. Montaje: Camilo Campi. Música: Alvaro Henríquez y Roberto Parra Sandoval. Casas productoras: Chilechitá y Gesswein Producciones. Drama. Romance. Duración: 97 min. Chile, 2025.