Mediante una narrativa disruptiva y dos historias que se desarrollan en paralelo, Carlos Araya permite recrear vivencias contradictorias y reflexionar sobre el estallido social de octubre del 2019 en su nuevo documental: El que baila pasa.
El filme se inicia con un antecedente ficticio, que sirve como hilo conductor: un ser del más allá decide regresar al mundo de los vivos, específicamente a su patria, Chile.
Esta entidad reencarna en un conserje dormilón, cuya vida cotidiana y dificultad para concentrarse en el trabajo contrasta con la intensidad del contexto histórico en el que está situado. Aunque, él mismo también actúa como un observador pasivo y, a la vez, crítico de los acontecimientos que tienen lugar a su alrededor.
La comunicación de este personaje con los espectadores, se realiza mediante pequeños textos similares a las historias de Instagram, lo que le da un toque contemporáneo y cercano al relato. Decisión que no sólo es innovadora, sino que funciona como una declaración de principios.
Al adoptar este formato, el director subraya la importancia de la perspectiva ciudadana y de los testimonios individuales en la construcción de la memoria colectiva. Cada fragmento, cada hashtag (#), cada comentario se convierte en una pieza del rompecabezas que es el estallido social, ofreciendo una visión rica y diversa de los eventos.
Por otro lado, y volviendo al relato ficticio, es importante destacar que la trama avanza gracias a lo cercano que es el conserje a los brazos de Morfeo. Técnica que permite al narrador recordar distintos momentos de la historia reciente de Chile.
Desde los sueños de los años 60 hasta la dictadura, el retorno de la democracia y los 30 años de transición, todo se convierte en parte de los recuerdos de esta entidad, dejando una frase que resuena con fuerza: “cuesta mucho ser chileno”.
Es así como el autor entrelaza estas reminiscencias históricas con las diversas perspectivas del estallido social iniciado el 18 de octubre de 2019, suceso caracterizado por los miles de registros personales, el verdadero núcleo visual de la película, como ya indiqué.
Araya, con gran atrevimiento, adapta su obra a los patrones de la comunicación contemporánea, utilizando grabaciones ajustadas a la pantalla de los celulares (1080 px por 1920 px), acompañadas de primerísimos primeros planos para personalizar las experiencias mostradas.
El uso de términos coloquiales y hashtags permite visibilizar la molestia social que en gestación, dando cuenta de los distintos ingredientes que fueron parte de esta olla a presión que explotó hace un lustro. La recopilación de archivos de la época permite revivir momentos de violencia, caos y manifestación, pero también relatos épicos, tiernos y llenos de humor, ofreciendo una visión multifacética del estallido.
Las redes sociales, con su capacidad de amplificar y democratizar la información, se convierten en un protagonista más en la narrativa de Araya, destacando su rol en la movilización y en la formación de la opinión pública.
El tratamiento sonoro es otro de los puntos fuertes, logrando impacto inmediato entre los espectadores. La sonoridad acompaña perfectamente los saltos emocionales del filme, pasando de la intriga al miedo, y de la ansiedad a la alegría. Una cuidada selección que refuerza la atmósfera de cada escena, haciendo que el espectador sea capaz de sumergirse, una vez más, en la experiencia. Los sonidos de las protestas, los cánticos, los ruidos de la ciudad y la música, entrelazados, crean una atmósfera envolvente. Este cuidado en el diseño sonoro demuestra el compromiso con la creación de una obra que no solo informa, sino que también conmueve.
El que baila pasa se encasilla como una sátira, debido a su enfoque en un final conocido: un estallido que terminó con dos procesos constitucionales fallidos y la ratificación de la Carta Magna de 1980. En ese marco, el autor no pretende descifrar los motivos que llevaron a este cataclismo social, sino que busca, con cierta distancia y humor, visibilizar lo vivido.
La pregunta clave que plantea el documental es si lo que vivió Chile en 2019 fue realidad o un sueño, llamando a reflexionar sobre las perspectivas, más que sobre los orígenes de los eventos.
Por supuesto, también destaca la valentía del creador al presentar una crítica mordaz y reflexiva sobre el estallido de octubre 2019, utilizando recursos visuales y narrativos que rompen con las convenciones tradicionales del género documental. La elección de una estructura no lineal, más la combinación de imágenes de archivo con escenas ficticias, crean una experiencia realmente provocadora.
En otro orden de cosas, Araya también confronta con una serie de preguntas incómodas a quienes somos parte de esta experiencia cinematográfica. ¿Qué significa ser chileno en el contexto del estallido social? ¿Es posible encontrar una identidad común en medio de la polarización y el conflicto? Estas cuestiones, sin respuestas fáciles, invitan a una reflexión necesaria sobre nuestra sociedad.
El documental destaca por su uso del humor y la ironía como herramientas para abordar temas complejos y dolorosos. Sin duda, la combinación de estos elementos con la reflexión es uno de los grandes aciertos del filme, permitiendo a los espectadores conectarse emocionalmente con lo que muestra la pantalla, al mismo tiempo que son convocados a cuestionar los diversos eventos vividos.
El que baila pasa es un testimonio poderoso y necesario de un momento crucial en la historia reciente de nuestro país. Por medio de su enfoque innovador y su narrativa comprometida, Carlos Araya ofrece una visión única y profundamente humana del estallido social, permitiendo recordar, reflexionar y, quizás, encontrar nuevas formas de entendimiento y construcción de un futuro común. PP
El que baila pasa. Dirección y montaje: Carlos Araya Díaz. Guion y producción: Carlos Araya Díaz y María Paz González. Cámara: Adolfo Mesías y Carlos Araya D. Diseño y mezcla de sonido: Roberto Espinoza. Postproducción imagen (color) Christian Nawrath. Música: José Manuel Gatica. Casa productora: María Una Vez. Documental. Digital/Color. 70 min. Chile, 2023. Premios: Mejor Película Chilena, Festival Internacional de Cine de Valdivia, Chile, 2023 y Mejor Largometraje, Competencia Nacional de Largometraje, Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, Chile, 2023.