UNA OLA COMO RESACA

La Ola (2025) es una película anacrónica por, al menos, dos razones. La primera, porque se ven tan lejanas las movilizaciones feministas que tuvieron lugar en 2018 —y que se extendieron desde Valdivia a buena parte de Chile— y, segundo, porque las demandas interclasistas de ajuste al modelo neoliberal que movilizaron las revueltas sociales de octubre de 2019 están francamente en retirada (ojalá momentánea). Incluso, pareciera que un Chile profundamente conservador hubiese despertado para retrotraer cualquier avance en seguridad social o en derechos que beneficien a las mujeres.

El filme La Ola del consagrado realizador chileno Sebastián Lelio (Mendoza, 1974) director de premiadas películas como La sagrada familia (2005)y La mujer fantástica (2017), entre otras, refiere a un Chile que parece de otra época y en otro color —algo en sepia— aunque sean tan solo seis años que la distancien de ese despertar del llamado Mayo Feminista que parecía una marea que no se detendría tan abruptamente.

El género utilizado por Lelio es, también, poco usual en América Latina: el musical que reenvía más bien a esas puestas en escena del cine de género estadounidense de las décadas del 50 o 60 en el siglo pasado. El ser inusual en la cinematografía latinoamericana contemporánea, y en la del mismo Lelio, impone eso sí muchos desafíos expresados en inquietudes: ¿cómo hacer una película de un género no muy reconocible en nuestras tierras? Y, luego, ¿cómo representar la potencia de las asambleas de mujeres estudiantes que denunciaban distintos abusos y acosos varios –horizontales y verticales– en una academia históricamente heteronormada?

El mismo Lelio estaba advertido de estos menudos desafíos: en la exhibición para la prensa e invitados, señaló que hacer un musical con el tema de las revueltas feministas era demostrar que no solo en la potencia imperial estadounidense se podía hacer musicales. Una suerte de decolonizar el género. Y más aun teniendo como sustrato la politicidad intrínseca del Mayo Feminista.

Con todo este marco referencial que condiciona su recepción, La Ola es una película que, en cierta medida, esquematiza la revuelta al volverla un conjunto de cuadros como si se tratara, por momentos, de un collage de sketches que intercalan excelentes coreografías y locaciones reconocibles de Santiago (como el Instituto Nacional, La Bolsa de Comercio, el Archivo Nacional, entre otras), al tiempo de una potente banda sonora compuesta por buenos temas creados para la ocasión.

Daniela López en el rol de Julia.

No resuelve bien el guion por varias razones. La primera, es que no alcanza a representar con la potencia dramática requerida el conflicto profundo de las movilizaciones feministas del primer semestre de 2018. Nunca queda muy en claro cómo y por qué la protagonista, Julia (Daniela López), estudiante de música de alguna universidad nacional, se convierte en la líder de las revueltas. Su personaje, si bien tiene un cierto grado de desarrollo, no alcanza el suficiente como para expresar su complejidad política. O, mejor dicho, la densidad profunda que implicó la gestación y aparición pública de las movilizaciones.

La segunda razón dice relación con el conflicto principal y la ambigüedad del motor de la cinta: un abuso insinuado (que no tensiona ni sugiere) en la primera secuencia de la película, en el que Julia, luego de estar en una disco y pinchar con un joven (luego se sabe que él es ayudante en una de las clases en la universidad) va al departamento de este último, lugar en el que habría sido abusada. La ambigüedad se instala (tal vez de manera intencional), pues solo es posible imaginar el abuso a través de la cerradura. Luego de ello, y muy rápidamente, Julia se convertirá –tras una breve y no resuelta toma de conciencia- en la líder de la revuelta.

GENEROS PELIGROSOS

La tercera razón, es que el conflicto se presenta de manera estereotípica o binaria. Se trata de una asamblea feminista no binaria (aunque en muchas universidades no se aceptaban las disidencias sexuales) muy esquemática: el conflicto se presenta entre el bando de las mujeres estudiantes y los hombres que, en muchos momentos de la cinta, defienden al abusador, enarbolando el fácil argumento de que no hay pruebas y de que pudiese tratarse de un invento. No basta con una escritura de guion en el que la mayoría de las plumas sean de mujeres (tres de los cuatro guionistas aquí lo son) para que el resultado sea una película que traduzca la complejidad de las movilizaciones feministas.

Sebastián Lelio en la cámara.

Ese es el peligro de los géneros cinematográficos: si no se les da una vuelta corren el riesgo de enclaustrar lo referido, más aun si se trata de problemas y procesos cuyo componente central es político. Y las revueltas feministas (y al año siguiente el estallido social) lo fueron y lo serán. No se puede esquematizar el proceso social sin petrificarlo.

Efectivamente era un riesgo hacer una película de género musical para expresar problemas sociopolíticos como los que muestra la película de Sebastián Lelio. Pero también implicaba una posibilidad: el género musical puede subvertir, mover el statu quo de las opiniones públicas. En la conjunción de música, danza y discursos puede desafiar normas y explorar temas tabúes. Sin embargo la cinta de Lelio se queda en el intento de ser lo antes descrito, y aparece como una ola con una fuerte resaca, pues ataca fuerte la orilla de la playa, pero se recoge demasiado rápido como para dejar instaladas y así problematizar las demandas y densidades de lo movilizado en el llamado mayo feminista.

La Ola. Dirección: Sebastián Lelio. Guion: Josefina Fernández, Manuela Infante, Paloma Salas, Sebastián Lelio. Montaje: Soledad Salfate. Música: Anita Tijoux, Camila Moreno, Javiera Parra, Matthew Herbert. Coreografías: Ryan Heffington. Reparto: Daniela López, Avril Aurora, Lola Bravo, Paulina Cortés, Thiare Ruz, Amparo Noguera, Florencia Berner, Renata González Spralia, Amalia Kassai, Néstor Cantillana, Enzo Ferrada Rosati, Tamara Acosta, Susana Hidalgo, Lucas Sáez Collins. Casa productora: Fábula. Ficción. Duración: 129 min. Chile, 2025.

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