LUCA: PIXAR AGUADO

Pensar que se le puede exigir a un estudio un estilo coherente o una línea ideológica reconocible es una deformación, un error algo naif, una malcrianza derivada –tal vez– de creer que un logotipo pueda ser algo como una escuela artística. Pero aún así, visionando la evidencia pura y dura, Pixar fue hasta Up una promesa de la no fórmula, de la anti escaleta, del arco dramático con meandros, del hacer películas que no trataban sobre temas.

Tráiler de Luca.

Porque el vicio moralizante mayor en las obras destinadas al pequeño público es ese: la raya para la suma. Y si bien, igual, había material para prescriptores en sus primeros títulos, era casi imposible comprimir y condensar hasta el eslogan, como sí puede hacerse con Intensamente o Soul.

De Valiente hasta Luca, la última película Pixar, ha coincidido la entrada de los estudios Disney en su propiedad, junto con una pasteurización de lo logrado en los primeros años de la compañía. ¿Será tan así? O, en otra veta teórica, ¿habrá alguna relación asociable con el alejamiento de su testera del hoy funado John Lasseter?

Tanto en las historias como en su marqueteo ha habido mutaciones. Porque, por ejemplo, el estudio de la lamparita no era dado a hacer saludos a la galería, como la inclusión de una policía monstruo lesbiana ultra secundaria, como ocurre en Unidos, un gesto que queda más aún en el puro gesto cuando una película como La familia Mitchell versus las máquinas de Michael Rianda, este año en Netlfix, se convierte en el primer producto de animación mainstream con una protagonista LGBT.

En fin. El tema es que Luca, la última película de Disney+Pixar es tan lineal como un melodrama de manual. Lo que no es malo, si la idea es terminar con algunos mocos colgando que, una vez sonados, se irán al mismo tacho del olvido que la película.

El protagonista de esta historia de Enrico Casarosa es un mini monstruo marino que vive en una familia nuclear muy a la italiana, instalada bajo el mar y cerca de un pequeño pueblo costero del mismo país. 

Luca, este pequeño tritón, descubre que saliendo del agua se convierte en humano (hasta vestido). Así es cómo se encuentra con otro niño que ha optado por vivir fuera del agua en una pequeña isla. A escondidas de su familia, Luca va involucrándose en una amistad de esas, de novela: intensa y de temporada.

Pero como la felicidad no da buenas historias, la familia acuática se entera y se opone. Y, además, la pareja de amigos decide colarse a la aldea pesquera para obtener su máximo anhelo: una motoneta Vespa. Allí se encuentran con la inquina de quienes temen/odian a los monstruos marinos (los de su especie) y aparece también otra amenaza, pero para su amistad: una niña.

En Luca, mientras falta contexto argumental (el mundo submarino definitivamente no tiene historia), sobra color local, entre diversos platos de pasta, cafeteras italianas y el cura de pueblo de gorro con bonete. Tampoco falta el color moral, con un hijo abandonado, unos padres separados y un brazo menos para uno de sus protagonistas.

Si a esto se agrega harta comedia física, ya que cualquier agua transforma total o parcialmente la piel a escamas de los protagonistas, esta película apuesta más por la acumulación que por la complejidad. Porque, finalmente, debajo de todo ese maremágnum surge el mayúsculo e indesmentible mensaje sobre la tolerancia, en el marco de lo lindo-bonito-inolvidable de las amistades de infancia.

Y esta categoría fija –en general, fallida– dentro de los “productos” para niños y niñas, esa que evoca coloridamente a la propia infancia, termina por cubrir cualquier matiz o sutileza. PP

Luca. 2021. Director: Enrico Casarosa. Animación. Productora: Pixar y Disney. 95 min. Estados Unidos.

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