VARIACIONES SOBRE TEMAS PAPALES

Un enjundioso, y por instantes jocoso, artículo de David Vera Meiggs que da cuenta de más de un siglo de la presencia de sumos pontífices en las pantallas. Los verdaderos, los ficcionados, las “profecías”, los aciertos y los grandes tropiezos en la búsqueda por llevar a estos variopinto personajes delante de las cámaras.

El recorrido por los papas cinematográficos, verdaderos y de ficción en tan sinuoso como ha sido la realidad de este cargo que, según los historiadores de la religión, no fue idea de Jesús, sino de Pablo (Saulo) que hoy por hoy cuya tarea correspondería al rol actual de CEO.

Cuando el cine estaba en sus albores una de sus primeras estrellas fue el zar Nicolás II, cuya coronación dio origen en 1896 al primer noticiario cinematográfico. Otros monarcas filmados también atrajeron la curiosidad de las cámaras, siendo el más aplaudido el corto de cuarenta segundos del papa León XIII (1878 y 1903) bendiciendo quizás proféticamente la cámara en el Vaticano, filmación autorizada y deseada por aquel venerable pontífice progresista, preocupado de los obreros y de su representación en los medios.

Sus sucesores fueron bastante más conservadores y no amaron las cámaras. Pío X las aborrecía, Benedicto XV no, pero las cámaras no lo buscaban a él, ya que estaban enfocadas hacia otros lugares: le tocó reinar entre 1914 y 1922, cuando todo se concentró en la Gran Guerra, la Revolución Rusa y el desplome del Imperio Turco. Además era muy bajito y poco fotogénico.

Pío XI las toleraba, pero prefería la radio, ya que el cine estaba dominado completamente por el régimen fascista del que era claro opositor. La mala suerte quiso que su médico personal, era el doctor Petacci, cuya hija Claretta era la amante del Duce, ergo Pío XI murió de un día para otro y en 1939 fue elegido Pío XII, en aquel entonces conocido como un filo alemán, que amaba Wagner y las películas de la UFA. Pio XII aceptó las cámaras como parte de la necesaria difusión del mensaje evangélico, pero procuró siempre ser filmado lo más lejos posible y, al igual que Buster Keaton, nunca, o casi nunca sonrió. Ninguno de ellos merecería una biografía fílmica como las que tendría Juan XXIII después de su muerte. Es que poseía un carisma tal que las cámaras lo seguían como moscas. A diferencia de Paulo VI, gran intelectual y hombre reflexivo, que no poseía una imagen muy entusiasmante, aunque muy respetable.

La sonrisa inolvidablemente fugaz de Juan Pablo I fue eclipsada por el largo reinado de alguien con experiencia teatral, fotogenia y auténtico dominio escénico. Juan Pablo II sabía siempre desde donde estaba siendo filmado, hacia dónde mirar y cómo levantar la voz en el momento preciso. Su opuesto, el alemán Benedicto XVI, tuvo la desgracia de parecerse demasiado al Canciller Palpetine de la saga de La Guerra de las Galaxias.

Los papas parecen no dar buena carne para la parrilla cinematográfica. Quizás sea por la excesiva importancia que siguen teniendo y eso atemoriza a los cineastas que no logran hacerlos personajes dramáticos sin ofender las sensibilidades de los espectadores católicos. Además como personajes históricos los papas nunca resultan indiferentes políticamente, lo que tiende a confundir aun más las cosas a la hora de la evaluación de una película. Es por eso que las biografías sobre papas resultan sospechosas de ser operaciones de blanqueado de imagen (algo redundante si se piensa en la vestimenta del cargo) y que difícilmente pueden dar algún resultado cinematográficamente relevante.

El papa más antiguo, San Pedro, fue interpretado por el británico Finlay Currie en Quo vadis (1951) de Mervyn LeRoy, mamotreto fílmico muy de época y en el que los cristianos ya tenían cara de mártires en la primera escena. Esto en parte  se debía a que extras, figurantes e incluso actores, podían comer frugalmente sólo una vez al día. La producción, filmada en Roma,  también tenía racionada la comida, como toda Europa. Lo mejor de la película fue Peter Ustinov haciendo un inolvidable Nerón, por lo que San Pedro pasaba completamente a pérdida. Los malos siempre pueden ser más interesantes.

PAPAS MÁS O MENOS IMAGINARIOS

Fácil es observar que los papas han comenzado a ser personajes fílmicos más frecuentes después de los años sesenta, cuando los pontífices ya caminaban por el suelo y sonreían a las cámaras, porque necesitaban cada vez más de ellas.

Fue por aquel entonces cuando al siempre divertido blasfemo Luis Buñuel se le ocurrió fusilar a un papa cualquiera en La vía láctea (1969). Dos peregrinos que hacen el camino a Santiago de Compostela observan con interés la escena del fusilamiento, pero solo era el sueño de uno de ellos, cuyo ruido de disparos despierta al otro.

Fellini, Roma (1972)

Fellini, para no ser menos que Buñuel, hizo aparecer en forma espectacular y delirante a otro papa imaginario en un desfile de modas eclesiástico en Fellini Roma (1972), aunque se parecía bastante a Pío XII, cuyo ambiguo actuar durante la Segunda Guerra ha dado para esforzadas justificaciones y para algunas películas en sentido contrario, como Amen (2001) de Costa-Gavras, basada en una polémica novela en la que un científico alemán y un jesuita tratan de contar al pontífice la verdad sobre los campos de concentración, pero este opta por el más conveniente silencio.

Alguien que de campos de concentración supo todo es el polaco Roman Polanski y, coincidentemente, hizo aparecer a un papa coronado en el momento culminante de la ejemplar pesadilla de El bebé de Rosemary (1968). Mientras la protagonista se encuentra en pleno coito con el demonio busca justificarse ante el comprensivo pontífice que le tiende la mano para que ella le bese el anillo. “Después de todo era sólo una pesadilla”, se argumentó, pero la misma Rosemary grita: “¡Pero esto no es un sueño, realmente está sucediendo!”.

Anthony Quinn, en «Las sandalias del pescador» (1968)

El novelista australiano Morris West imaginó un papa ruso (Anthony Quinn) en Las sandalias del pescador (1968), ex prisionero político y cuyo antiguo carcelero es ahora primer ministro soviético (Laurence Olivier). Ambos deberán enfrentar una crisis internacional de proporciones producida por el hambre en China. Política ficción filmada con básico decoro por Michael Anderson, (“La vuelta al mundo en ochenta días”) y que de ahí pasó directamente a perpetrar La papisa Juana (1971), la que es piadoso olvidar absolutamente.

Si bien todo parece indicar que ella nunca existió, su historia se ha filmado ya dos veces y la persistencia de su leyenda probablemente quiere decir algo. La primera versión del cuento fue a la grande: una superproducción de Hollywood con famosas estrellas, Liv Ullmann de protagonista y dirección de Michael Anderson. Hasta ahora nadie se explica cómo la musa de Bergman pudo sentirse tentada de hacer el ridículo de esa forma. Estrepitoso fracaso. Más lograda fue La pontífice (2009) de Sören Wortmann, mucho más sobria y que no pretende sino la posibilidad que tal historia pudiera haber sido.

Probablemente el mejor de los papas nunca filmados sea el de Habemus papam (2011) de Nanni Moretti, en la que el maduro y siempre convincente Michel Piccoli hace el rol de su vida como un pontífice elegido en un cónclave interrumpido cómicamente por un apagón de luz, que algo anuncia del posterior desarrollo. Efectivamente el elegido no logra aparecer en el balcón de San Pedro y Moretti deberá intentar someterlo a tratamiento siquiátrico. Interesante y bien producido relato sobre las bambalinas de un poder extremo y que requiere una fuerza interior nada común, evidentemente faltante en este papa sin nombre. (Foto de portada de este artículo).

Tanto Las sandalias del pescador como Habemus papam, al jugar con la ficción, anticiparon situaciones que efectivamente terminaron sucediendo. En el primer caso con la elección del polaco Woityla y en el segundo con la abdicación de su sucesor alemán Ratzinger.

Pío XIII, lo sabemos, no existe, pero la serie El joven papa dirigida por Paolo Sorrentino (La gran belleza) es tan convincente que casi la tragamos como una profecía.  La sorpresiva elección del estadounidense y joven papa Lenny Belardo (Jude Law) ha sido recibida con violentos contrastes en la Santa Sede. Los sectores conservadores lo ven como una rotunda victoria sobre las fuerzas de la secularización, pero la verdad es mucho más matizada y compleja. Todo en él es particular, como el hecho de ser huérfano y de haber crecido bajo la tutela de una monja (Diane Keaton), que pasará a ocupar el cargo de secretaria privada. Se lo informa el propio Pío a su secretario de Estado, mientras enciende el primero de sus muchos cigarrillos. Pero lo que parece una informalidad tremenda viene contradicha rápidamente por la forma en que trata al personal de servicio, su indiferencia respecto a la política general, su total desconocimiento de los mecanismos del Vaticano y el misterio con el que intenta rodearse, en que el humor, la sátira y la auténtica preocupación metafísica se turnan para amenizar los capítulos.

«El joven papa», serie con Jude Law en el rol del pontífice.

Como era de lógica exigencia para una historia papal, la ambientación es espléndida, a pesar de no haber sido grabada, obviamente, en el auténtico Vaticano. Pero el vestuario del extravagante personaje no desdeña la deuda asumida que tiene Sorrentino con Fellini. Particularmente deliciosa es la presentación de los títulos en que un meteorito va pasando a través de una galería de pinturas hasta terminar por derribar una estatua de Juan Pablo II.

Fue tal el éxito, que a la temporada siguiente John Malkovich, en una actuación desopilante, se tiene que hacer cargo del trono pontificio abandonado por su antecesor… ¿suena conocido? El nuevo papa fue tan exitosa como la anterior temporada, pero el presupuesto fue el doble del anterior y no hubo tercera temporada.

MÁS O MENOS REALES

A Julio II (1443 -1513) se lo recuerda principalmente por ser el gran productor de las obras de Miguel Ángel y también por sus campañas militares, pero no por ser un modelo de bondad o cultor de virtudes cristianas. Lo retrató Rafael, con luengas barbas blancas que la producción de La agonía y el éxtasis (1965, Carol Reed) eliminó completamente para la vanidad del entonces reciente ganador del Oscar, Rex Harrison. Charlton Heston hizo de Miguel Ángel y el resultado fue esforzado en ambos casos, pero la producción no escatimó el espectáculo y por eso el filme se puede ver con amabilidad.

Harrison y Heston en «La agonía y el éxtasis» (1965)

Inocencio III (1160-1216) fue el más exitoso de los papas medievales y aquel que tuvo bajo su reinado a San Francisco y a Santo Domingo. En Hermano sol, hermana luna (1971) de Franco Zeffirelli fue interpretado por el gran Alec Guiness, por sí solo capaz de levantar una escena enfática y pomposa como esa del ridículo del resto de la película.

Pío VII (1742-1823), al que tanto humilló Napoleón, fue interpretado con brillantez histriónica por el gran comediante Paolo Stoppa en El marqués del Grillo (1981) de Mario Monicelli. Y se encarga de bajarle los humos al marqués del título (Alberto Sordi) en una refinada comedia de sabor popular romano.

Juan XXIII (1881-1963) tuvo un breve reinado, pero introdujo a la iglesia en pleno siglo XX mediante el Concilio Vaticano II, cuyas consecuencias permanecen hasta hoy. Apenas murió, el prestigioso cineasta católico Ermanno Olmi comenzó a filmar Vino un hombre (1965) que recorre su historia siguiendo las líneas de su “Diario de un alma”. Lo interpretó con sobriedad el norteamericano Rod Steiger y la ambientación fue realista y cuidada, pero la probable cercanía del cineasta (El árbol de los zuecos) a la memoria de aquel amado papa parece haberle jugado en contra y no pudo evitar la hagiografía, peligro insidioso en este tipo de operaciones laudatorias.

El mismo defecto y las mismas virtudes afectan a De un país lejano (1981) biografía polaca oficial de Juan Pablo II, que dirigió Krzysztof Zanussi con Cezary  Morawski.

Un papa extraordinariamente cruel, perverso y codicioso fue Bonifacio VIII (siglo XIII), cuyo retrato teatral más famoso se lo hizo Dario Fo (premio Nobel de literatura 1997) en su famosa obra Misterio bufo en la que no ahorra mordacidad a la memoria de un tirano que hizo pasar a cuchillo a los 6000 habitantes de la ciudad de Palestrina por haber simpatizado con los cardenales de la familia Colonna. El mejor intérprete del personaje ha sido el propio Fo.

SOBRE FRANCISCO Y EL FUTURO

En la realidad histórica hubo de todo entre los que ocuparon el cargo. Adolescentes, al parecer un par de incapacitados, uno (o dos) completamente dementes, varios que nada supieron de qué se trataba realmente el asunto, otros con hijos designados cardenales al nacer, no pocos ejercitaron heroicamente su ministerio en la clandestinidad. Mártires y déspotas, corruptos y santos. Pero rara vez hubo dos papas contemporáneamente, como ocurrió con Benedicto XVI y Francisco. Brillantemente interpretados por Jonathan Price y Anthony Hopkins y con ambientación perfecta, el interesante guion logra mantener el interés de un relato filmado con la carencia de alma que suele ofrecer Netflix. El brasilero Fernando Meirelles fue el director.

Más fascinante, aunque quizás cinematográficamente pueda resultar árido, el documental que Wim Wenders realizó sobre Papa Francisco, un hombre de palabra (2018) ha sido visto poco, pero tal vez ahora… Papa  Francisco habla a cámara en la intimidad de sus aposentos y eso le otorga una sinceridad notable.

Y, cómo no, nunca falta un chileno. El papa Francisco tuvo su biografía en dos episodios para Netflix: Llámenme Francisco (2015), en co-producción italiana-argentina, (como el propio Bergoglio), dirigida con oficio por el italiano Daniele Luchetti. El chileno Sergio Hernández, uno de nuestros mayores intérpretes de la pantalla grande, fue el actor escogido para encarnarlo en la madurez y lo hizo con su acostumbrada solvencia.

El argentino Rodrigo de la Serna y el chileno Sergio Hernández en la serie «Llámenme Francisco».

Cuando la realidad se termina pareciendo a las películas, se espera un final feliz. En Cónclave, la de producción británica y estadounidense, todo es en inglés, pero los personajes de ese idioma no hacen la mejor figura. ¿Tendrá algo profético? ¿Será realmente así como suceden las cosas? ¿Se tratará de un lavado de imagen de una institución corroída por sus demonios internos?

Lo más probable que no … ¿O sí? PP.

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