Tal como lo dice en un momento de Ensayos y errores, Ignacio Rojas Vallejo (Licenciado en Dirección Cinematográfica en la Fundación Universidad del Cine de Buenos Aires), en tanto personaje de su ópera prima, no tiene un proyecto en la cabeza. Ni una idea para hacer la película que quiere dirigir.
Así, desempleado tras haber buscado inútilmente trabajo como cineasta, es contratado por su mamá en la boutique del balneario de Reñaca de la cual es dueña. Todo un muy chic negocio familiar… salvo que sus labores que van desde barrer hasta llevar el inventario en el computador. Después de que a la madre se le ocurre que él podría hacer un spot para publicitar la tienda, y luego se arrepiente, a él se le ocurre que, por deporte, podría seguir filmando. Aprovechar los tiempos muertos. No aburrirse.
Y así pasan los días, entre tomas de zapatos, collares, clientas, modelos, y fallidas filmaciones callejeras. Hasta que llega su musa, disfrazada de fotógrafa argentina.
¿Es Rojas como el protagonista de su filme? Es decir ¿es un muchacho del montón, indeciso, que no sabe qué mirar, que no tiene idea de lo que quiere y que, cuando lo pizpa, no hace mucho al respecto? No es posible determinar cuánto del realizador hay realmente en el personaje central del filme, y finalmente no importa.
Porque Ignacio, en tanto carácter de un documental, es a la vez él y muchos de los egresados de las escuelas de cine que, con un título en la mano, no solo están cesantes, sino que además, no tienen proyecto, sino nada más que una vaga imagen ilusoria de qué es ser cineasta y, sobre todo esto, desconocen las razones por las que y para qué estudiaron esa carrera.
Contrariamente a lo que han dicho de él, el filme no tiene precisamente humor. Más bien hace uso de una mirada distante y hasta fría, que va mostrando un mundo de vanidades, sin criticarlas pero igualmente develándolas. La cámara y el montaje no adornan ni atacan. “Querido diario. Hoy abrí la tienda, barrí y atendí a una clienta y su marido que necesitaban vestirse para caminar por la alfombra roja del festival más importante, el de Viña. También los fotografié y traté de filmarlos en la pasarela, pero me lo impidió un guardia”. No es exactamente lo que dice la voz en off de Ignacio, pero casi, mientras la lente deambula por debajo de las galerías metálicas, mostrando a un niño que juega, ajeno a los intereses del público que espera ver a sus ídolos.

Ese registro sin alteraciones y sin destino claro, solo se modifica en dos ocasiones: la aparición de la fotógrafa argentina, ante quien la cámara se emociona, se enamora, y consigue planos de una estética agradable sin ser cursi. Y frente a la realidad social que, de improviso, estalla delante de los ojos del cineasta. Estas secuencias sobre el conflicto social chileno (el estallido, de octubre del 2019) ponen en evidencia que el protagonista no está capacitado para captar ese otro lado de la realidad. No sabe cómo moverse, no tiene idea de cómo hacerse respetar. Además, el protagonista mira pero no ve: solo pone la cámara. No elige, no tiene punto de vista. Tampoco lo expresa mayormente en su texto en off. Puede que algo de crítica se deslice, pero no es suficiente.
EL SEÑOR DE LAS VACAS
Diario de vida, patchwork fílmico… un recorrido que en tiempo real podría haber transcurrido en un día o ser el resumen de una vida completa. “Mi vida, mi madre, mi cámara y yo”. Hay ciertamente una verdad en todo lo mostrado, una verdad de a pedazos, pero con los cuales el espectador podría armar su propio tapiz mental, sacar sus propias conclusiones. Esa verdad está presentada casi con ingenuidad y, de allí, que a veces se pueda esbozar una sonrisa. Queriéndolo o no, Rojas es descarnado en el desfile existencial que registra. Egos que entran y salen de cuadro, determinados por una cámara sin mayor estilo fotográfico. Imágenes que compaginadas en este pastiche, finalmente dan como resultado una visión del complejo Chile en que estamos.
La puerta queda abierta, Rojas filma al señor de las vacas que su musa le ha señalado y que por fin ve. Mirando cómo se aleja con sus animales, Rojas se afirma en su profesión y asegura que seguirá filmando. Ha podido ver a ese señor de las vacas, ese que pasaba por el frente casi de la tienda y en el cual el protagonista no había reparado. Ahora, ese señor con sus vacas y sus perros representa la metáfora de las cosas que estaban ahí y él (todos) no veía. Esa epifanía lo anima a seguir.
Así es que no le haga caso a la publicidad. Esta no es una película sobre la moda de los 90, como anuncia sin palabras el afiche. No es una película que haga gala de lo chic. Tampoco se va a reír. Por el contrario, verá un filme en que un joven director se filma, sin contemplaciones pero sin drama, como un diletante que no sabe dónde ir ni qué hacer.
Vaya ejercicio para aplacar el ego. PP
Ensayos y errores. Dirección y guion: Ignacio Rojas Vallejo. Con la participación de: Ignacio Rojas Vallejo, Paula Vallejo Reyes y Celina Rozenwurcel. Producción general: Sebastián Cartajena Alvarado. Producción ejecutiva: Alexis Sánchez Baeza. Montaje: María Teresa Viera-Gallo e Ignacio Rojas Vallejo. Casa productora: Ciudad Cultural Producciones. Documental. Duración: 70 min. Premios: Mención Especial del Jurado en la Competencia Nacional del 28° Festival Internacional de Documentales de Santiago, Fidocs; Mejor Película en el 36° Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, FICViña; Mejor Dirección en el 5° Festival Metropolitano de Cine Cinemancia, Colombia. Chile, 2024.
