DE FANTASMAS Y MONSTRUOS NACIONALES

El análisis de cuatro filmes chilenos bajo una lupa que hurga en el subconsciente del ser nacional. Y que deja planteadas muchas preguntas en la búsqueda de claves para descifrar qué se esconde en películas poco conocidas pero que hablan más allá de la evidencia y enfrentan al público a monstruosidades y apocalipsis varios.

«Con los pies en la tierra«. Cristián Sánchez, 2024.

Un fantasma recorre el mundo.

No es el fantasma del comunismo, tan anunciado y que nunca llegó.

Es el del fascismo que cada tanto reaparece con su carga de odio y drama. Bien acompañado por el calentamiento global que ellos, claro, niegan.

Así está el mundo hoy. Asediado y con la sensación de estar viviendo el fin de los tiempos.

El historiador Siegfried Kracauer postuló en su libro De Caligari a Hitler (Princeton University Press, 1947) que, analizando el expresionismo alemán en el cine era posible que se revelaran “las profundas tendencias psicológicas dominantes en Alemania de 1918 a 1933”. Y postulaba que sus conclusiones se podían extrapolar al cine de Estados Unidos. Por extensión, entiende uno, también al de cualquier país.

Escribía Kracauer:

Las películas de una nación reflejan su mentalidad de forma más directa que otros medios artísticos por dos razones. Primero, las películas nunca son el resultado de una obra individual (…). En segundo lugar, las películas se dirigen e interesan a la multitud anónima. (…) Más que credos explícitos, lo que las películas reflejan son tendencias psicológicas, los estratos profundos de la mentalidad colectiva que –más o menos– corren por debajo de la dimensión consciente. (…) Al registrar el mundo visible –trátese de la realidad cotidiana o de universos imaginarios– las películas proporcionan claves de los procesos mentales ocultos”.

Esa es la tesis. La aparición de monstruos como Césare, en El gabinete del Doctor Caligari (Alemania, 1920, Robert Wiene), hablaba de los otros monstruos, los reales, que subyacen en el fondo de una nación y que el cine, quiéralo o no, saca a la luz, antes de que Hitler y su maquinaria de muerte llegaran al poder

¿Puede seguir iluminando el cine los rincones del inconsciente colectivo? ¿Hay monstruos en el cine chileno? ¿Qué quieren decir? ¿De qué o quiénes hablan?

Una mano putrefacta y con reloj digital que crece como planta en el jardín y que luego se mueve con vida propia. Zombies de terno y corbata que recuerdan a los agentes de seguridad de la dictadura. Un imbunche con la cara de quién dejó amarrado a Chile… Un vampiro premonitor. Un mundo postapocalíptico donde una criatura andrógina busca llegar al mar.

De eso se trata este artículo. De lo que creo ver detrás de las imágenes y de las historias de cuatro filmes nacionales: Nosferatu. Una escenita criolla (1972-1973, Hernán Castellano), Los hiperbóreos (2024, Cristóbal León y Joaquín Cociña), Animalia Paradoxa (2024, Niles Atallah) y Con los pies en la tierra (2024, Cristián Sánchez).

Las cuatro son, se podría decir, experimentales. Las cuatro han sido poco vistas, aunque dos de ellas estuvieron en cartelera. Todas hablan de lo mismo: de los monstruos que habitan –que nos habitan– más allá de la superficie de lo cotidiano. Por lo mismo, he dejado fuera filmes que hablan de los monstruos conocidos, aquellos con historia certificada por la Historia. Se expresan por sí solos y no hay que mirar debajo del agua para saber a qué se refieren.

VAMPIRO VISIONARIO

Nosferatu. Una escenita criolla es una rareza en el cine nacional. Se trata de un cortometraje que sobrevivió a su entierro (literal) en el patio de la casa donde su actor principal lo escondió para salvarlo, y al exilio de su creador que, a las alturas del filme, era un estudiante del Departamento de Cine y TV de la entonces Universidad Técnica del Estado, hoy Universidad de Santiago (USACh).

Posiblemente, también, era militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Hernán Castellano (Coquimbo, 1937-Isla Negra 2016), luego químico farmacéutico, pintor y poeta, terminó su película en los 90, en Estados Unidos. 

El cortometraje fue entregado por su autor el año 2000, a Diego Olivares –periodista y encargado de la Filmoteca de la Universidad de La Frontera– quien lo depositó en la USACh que, en conjunto con la Cineteca Nacional lo restauraron. Ha sido escasamente mostrado, pero puede verse completo en este artículo.

Un vampiro anda suelto en el universo buscando un buen lugar donde quedarse y aterriza en el campo cercano a una capilla rural, en Chile. Es un vampiro vestido a la moda de los 70, que lee la revista de historietas de terror El siniestro Dr.Mortis. Lejos de ser aterrorizante per se, el filme es más bien una sátira que muestra grotescamente a la iglesia, el empresariado, la derecha y a los burócratas de la revolución.

Es cierto que en el año que precedió al golpe de Estado en Chile, más allá de la polarización, una buena parte de la ciudadanía sentía el acecho de lo que solía nombrarse como la larga noche del fascismo. Por lo tanto, el tono politizado de este vampiro no es de extrañar. Sin embargo, lo que resulta llamativo es que Castellanos, como si hubiese contactado con las profundas corrientes que vendrían a modificar la Historia, utiliza dos imágenes y una frase que podrían considerarse premonitorias.

El vampiro, haciendo volar un avión de juguete frente a la casa de la mujer de la que se ha obsesionado, resulta a la distancia una visión adelantada de los Hawker Hunter sobrevolando Santiago para atacar el objeto de su deseo: La Moneda. Para el final del filme escogió una escena escalofriante a los ojos de lo ocurrido: su propio ataúd flotando en el Mapocho, premonición de los ejecutados cuyos cuerpos fueron lanzados a río por la dictadura.

La frase “Rosamel del Valle dijo mañana el cielo cambiará de sitio” es dramáticamente simbólica de las bombas que, cayendo sobre el símbolo de la República, terminaron para siempre con el Chile que fue.

DE LA TIERRA HUECA Y ALGO MÁS

Mezclando diversas técnicas narrativas, Cristóbal León (Santiago de Chile, 1980) y Joaquín Cociña (Concepción, 1980), creadores de Los huesos y La casa lobo, entre otros filmes experimentales de animación, instalan en el imaginario de su película Los hiperbóreos (2024) la vida y teorías de Miguel Serrano, anómalo personaje nacional de profundo pensamiento y conocimientos esotéricos, de amistades intensas nada menos que con Herman Hesse y Carl Gustav Jung y filiaciones políticas que lo ubican en el lado oscuro: fue nazi en Chile.

Capas superpuestas de realidad, van adentrándose tanto en las mentes de la protagonista como en las de los realizadores, así como también en las profundidades del mismo Chile, para presentar la teoría de la tierra hueca de Serrano, un espacio al que se accede por el Polo Sur y donde estarían todos los seres desaparecidos de la faz del planeta, dinosaurios y Hitler incluidos.

¿Están estos monstruos (Jaime Guzmán convertido en imbunche, Hitler habitando en la tierra hueca) en nuestra cabeza o habitan en el alma de Chile? ¿Son los chilenos, mezcla de sangre mapuche y aria, los herederos de una antigua civilización, como él postulara? ¿Tenemos en nuestro ser una voz autoritaria que nos da órdenes que obedecemos, pero de las que también huimos?

¿Qué puede significar esto desde el punto de vista social? ¿Cuánto hay de destructivo, no ya del orden, sino del bien común en todos? ¿Hasta dónde la constitución del 80 nos ha marcado? Las encuestas indican una clara tendencia hacia las salidas punitivas en materia de seguridad, un alto porcentaje de ciudadanos/as quisiera ver a los militares interviniendo en las poblaciones donde campea el narco… que, a su vez, es otra forma de reclutamiento y de manifestación de lo monstruoso.

Igualmente interesante en el filme es la alusión a la sombra jungiana, es decir, a aquella parte de nosotros mismos que mantenemos debajo de la alfombra, porque representa eso que no queremos ser o que no queremos admitir que ya somos. Entonces, si Antonia, la protagonista, somos un poco todos, ¿contiene ella (todos), incluso antes de que la infiltren con su conciencia, al nuevo Führer?

PESADILLA POSTAPOCALIPTICA

En el después de la destrucción, que vino por aire, fuego y agua, un ser se mueve buscando agua y, quizá, una salida. Una llegada al mar. Pero el mar no existe, le dice otro sobreviviente que deambula recitando el Apocalipsis, en un espacio de pesadilla donde conviven, sin verse, seres mitad animales, mitad humanos.

Animalia paradoxia (Niles Atallah, California, 1978) es la menos realista de las cuatro películas analizadas y quizá por eso mismo sea la de lectura más difícil, para hacerle el quite a lo evidente. Coherente con todo su cine, Atallah (Rey, 2017) presenta una obra cercana a la performance y a la parábola, quizá un cuento de hadas siniestro que muestra un futuro nada halagüeño y que utiliza una mezcla de elementos: imágenes de archivo, marionetas y seres humanos en transformación.

Acá el elemento político es global y refiere al exterminio de la civilización, de todo lo conocido, por tres de los cuatro elementos clásicos. No hay en las imágenes de archivo usadas nada que indique terremotos, por eso no menciono a la tierra.

En medio de los vestigios (todo el filme está rodado en los escombros del Cine Arte Alameda) lo único soñado es el agua. El ser protagónico duerme en sus restos y ve el mar. Para alcanzarlo hace un sacrificio a ¿los dioses?: se inmola para renacer. Y renace desde el mar. Una vez más el ciclo vuelve a empezar.

La Humanidad sale nuevamente del agua, pero ya no como guarisapo, sino como ser andrógino, quizá aludiendo a la primera creación del Génesis (1:27): “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.

Y PARA CERRAR, LOS ZOMBIES

Cristián Sánchez (Santiago, 1951) es quizá el más prolífico cineasta nacional, fuera de Raúl Ruiz. Su obra es considerada de culto, porque su conocimiento no es masivo, pero atrae a una audiencia fiel, tanto en Chile como en Argentina, al menos.

Con los pies en la tierra lo enfrenta, como protagonista, a dos zombies en los que ha vuelto sobre la tierra Andrés Quintana, quien en vida fuera su actor fetiche, protagonista de El zapato chino, entre otras de sus películas. Ambos son los dueños de un restaurante-cooperativa –Los Doce Apóstoles– donde se dedican, junto a otros zombies, a engullirse a los parroquianos.

Todos en el filme, salvo el propio Sánchez y el joven R, tomado también de una de sus primeras obras, son muertos vivientes. Una presencia inefable y femenina cruza la historia, salvaguardando a su creador.

La cooperativa en realidad no es tal: los dos Quintana son quienes dan las órdenes, aunque al parecer es el chef, como un demiurgo detrás de las bambalinas, quien tiene la última palabra. La vida, representada por R, desea venganza y quizá también su propia muerte como destino anticipado.

Pese a todos los guiños a su filmografía anterior, Con los pies en la tierra se sustenta como obra propia, separada del resto. Y es ahí, cuando uno se aleja de lo que sabe con anterioridad, cuando empieza a surgir el que, quizá, sea el sentido profundo detrás de la anécdota.

Hay poderes más allá de los poderes visibles y lo cotidiano siempre encubre un trozo de lo ominoso. Un jardín puede esconder partes de un cuerpo muerto que, sin embargo, cobra vida, como cuando se encuentra un resto humano de alguien que fue asesinado: ese cuerpo cuenta una verdad que hay que descubrir pero que pugna por ser conocida. Un ser puede ser más de uno a la vez y guardar secretos vinculados al mal.

(Una coincidencia curiosa: en tres de los filmes analizados hay manos misteriosas, separadas de sus cuerpos que aparecen y desaparecen, ya sea en los jardines (Los hiperbóreos y Con los pies en la tierra) o desde un agujero en una muralla en ruinas (Animalia paradoxa). ¿Será que nuestro inconsciente detecta esas fuerzas ajenas a nosotros mismos que mueven la Historia?)

En la película de Sánchez, el resto de los zombies desean liberarse, volver a estar totalmente muertos, no comer carne humana ¿Podrían representar a los seres conscientes que, en nuestra sociedad, no quisieran verse absorbidos por un sistema que transforma en lo que uno no es?

Una vieja vestida de blanco y que habla en lenguas ¿puede representar el eterno femenino, ese acallado por siglos y que desde el siglo XIX clama por estar presente en la sociedad con todas las de la ley?

¿O es el ánima, en términos jungianos, que viene a protegernos de las fuerzas ocultas, masculinas todas en el filme, del mal travestido, capturando el cuerpo y el alma del creador por un rato, para salvarlo de lo que ella llama el “tiempo funesto que se avecina”? Despierto, al parecer, Sánchez reflexiona sobre su alma, mientras el filme pasa revista a todo lo que ha mostrado.

Finalmente, el creador se da cuenta de que su alma es una pequeña parte del todo, lo que queda subrayado por la presencia intercambiada de los dos Quintana y la suya propia hacia los últimos minutos del metraje. 

Y, si nuestras pequeñas almas son parte del todo, si todos somos parte de algo más grande, ¿en nosotros están, a la vez, el bien y el mal? ¿Seremos, o somos, también parte de él?

Cuando Kracauer escribió su estudio, ya Hitler reinaba. Su análisis fue, entonces, ex – post. Acá el intento fue buscar las preguntas que pueden subyacer a cuatro filmes, tres de los cuales son actuales. El intento es preguntar(nos) qué están entreviendo artistas nacionales al correr un velo muy escondido y atreverse a mirar y mostrar los arquetipos temibles que subyacen en las cavernas del alma nacional. En un momento de auge del cine chileno, cuando tantos filmes pululan y ganan premios en festivales de todo orden, vale la pena mirar estas otras películas, experimentales podría decirse, que indagan más allá de los temas anclados en la superficie de la realidad. PP

Nosferatu. Una escenita criolla. Dirección y guion: Hernán Castellano. Elenco: Mauricio Saavedra, Hernán Castellano, Antonio Roncallo, Blanca Sagrista, Demetrio Psijas, Miguel Angel Bienzobas, Antonio Lucero. Dirección de fotografía. Casa productora: Universidad Técnica del Estado. Ficción. 29 minutos. Chile, 1972-1973.

Los hiperbóreos. Dirección y guion: Cristóbal León y Joaquín Cociña. Guion: Alejandra Moffat. Elenco: Antonia Giesen, Francisco Visceral, Jaime Vadell, Marcelo Liápiz, Alvaro Morales. Dirección de fotografía: Natalia Medina. Dirección de arte: Cristóbal León, Joaquín Cociña y Natalia Geisse. Música: Valo Sonoro. Casas productoras: Globo Rojo Producciones, León & Cociña Films. Ficción. 62 min. Chile, 2024.

Animalia paradoxa. Dirección y guion: Niles Atallah. Elenco: Andrea Gómez. Dirección de fotografía: Matías Illanes. Dirección de arte: Natalia Geisse. Sonido: Claudio Vargas. Música: Sebastián Jatz. Casas productoras: Diluvio, Globo Rojo Producciones. Ficción. 80 min. Chile, 2024.

Con los pies en la tierra. Dirección y guion: Cristián Sánchez G. Elenco: Luis Venegas (II), Benjamín Cornejo, Cristián Sánchez G., Constanza Quinteros, Paulina Falconi, Juan Cruz Palacios, Anderson Tudor, Eugenio Barruel, María Mateluna, Beba Koenig-Robert, Jonathan Ceslestin. Dirección de fotografía: Pedro Micelli. Dirección de arte: Marcela Gueny. Montaje: Marcel Hantelmann, Cristián Sánchez G. Musicalización: Cristián Sánchez G., Marcel Hantelmann. Casas productoras: Juntos Films y Nómada Producciones. Ficción. 67 min. Chile, 2024.

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Un comentario en «DE FANTASMAS Y MONSTRUOS NACIONALES»

  1. En qué plataformas o espacios es posible acceder a estas películas, y cuál sería la vía más idónea para disfrutarlas?

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