EXISTENCIALISMO LÍQUIDO

María Eugenia Meza y Claudio Salinas

Estructurado sobre la base de escenas sueltas, que no requieren de quien ve el filme el ejercicio de armar una historia lineal, El vacío muestra a cuatro personajes, generalmente en interiores lujosos o demostrativos de un muy buen pasar económico.

Son cuatro personajes de edades diversas, desde la adultez casi mayor del protagonista (Francisco Reyes), hasta la adolescencia de la hija de su pareja (Aída Caballero). En medio, una mujer en su esplendor (Javiera Díaz de Valdés, como la pareja del cineasta en decadencia y con una sola obra importante) y un joven (Benjamín Gallo, en el rol del hijo del mismo cineasta),  con la vida por delante. Se podría decir que los únicos realmente vitales son los vástagos: el muchacho es músico y está pronto a iniciar una beca en el extranjero; la chica dibuja de modo notable para su edad y expresa mediante el arte sus secretos conflictos internos, que no tienen origen conocido. El joven es felicidad, armonía y futuro. Es el único feliz porque solo él tiene proyecto. Sin embargo, en la totalidad del filme, ninguno de ellos tiene importancia narrativa.

Los adultos no hacen nada. Simplemente nadan al borde de desmoronarse tanto económica como existencialmente. Él, sin que pareciera querer impedirlo, entregado a la nada; mientras ella se desliza entre unos breves recuerdos paternos y dos actos comerciales que demuestran su poder adquisitivo, pero de quién tampoco se sabe su inscripción o desarrollo en el mundo. El fue rico y famoso cineasta, hoy empobrecido y en las sombras de ese pasado de gloria efímera. No hace nada, ni quiere hacerlo. Ella es una mujer con dinero. Tiene un perro de cartera. Tampoco hace nada. Son personajes sin aspiraciones, quizás expresiones de un narcisismo sin justificación, sin encanto ni como expresión de época, ni como cuadro de decadencia. Esto último podría haber sido interesante de explorar. Pareciera que quieren el amor.

Dado que el filme es más de escuchar que de ver, las acciones en general son conversaciones, encuentros llenos de diálogos que, en muchas oportunidades, parecen de postín, y en su pretensión de profundidad resultan engolados e impostados. Son una cáscara. Así, el vacío de los protagonistas es narrado desde el propio vacío, por lo que el filme resulta, a fin de cuentas, tautológico: es un vacío sobre el vacío. Lejísimos en todo caso (y esto no necesariamente es un defecto, sino una constatación) de filmes sobre el vacío existencial de otras décadas, como los de Michelangelo Antonioni, en los 60, o de Roman Polansky en los 2000.

Personajes inconexos, escenas sueltas que no permiten adentrarse en su interior; como gags fallidos; historia entreverada, con ciertos planos muy televisivos, llena de preguntas que quedan sin respuesta, conforman un relato distanciado de las emociones de sus protagonistas. Momentos de felicidad breves como estrellas fugaces, o estallidos emocionales sin salida están alimentados por un continuo sin sentido que lo abarca todo, de manera predecible, y hace que la historia implícita resulte inverosímil, incluso si pudiésemos juzgar las intenciones de la película. Los personajes no desean, no tienen voluntad de vida. Por ello están vacíos y viven en él. ¿Será ese el mundo de una pequeña burguesía decadente? Si así lo fuese, estaríamos en presencia de una obra muy bien lograda. Sin embargo, incluso en estos tiempos en que se licúa todo, en que muchas cosas, relaciones y avatares parecen solo un decorado, resulta impensable que no haya una profundidad mínima que dé cuenta de la decadencia de la burguesía.

Sin embargo, y pese a todo, es un filme que se deja ver con relativo agrado y, por momentos, logra generar alguna expectativa, o provocar una leve cercanía con los protagonistas centrales. Catalogada como drama, en realidad parece alejarse de ese género justamente por la voluntad de no mostrarlos claramente, por hacerlos aparecer fuera de todo contexto, y sin que se muestre su pasado -excepto por pinceladas- ni se avizore su futuro. Salvo en el caso del hijo. En esa distancia descomprometida y prácticamente superficial, unida a una narración que fluye sin altibajos y a actuaciones correctas, el filme transcurre sin dar problemas a quien se expone a él. Pero, deja poco o casi nada.

Se ha dicho que la película es europea y elegante, términos comunes en la siutiquería y arribismo nacionales. Quizá la intención subyacente es haber sido, como mucho cine chileno hoy día, pensada y realizada mirando hacia el mercado internacional, especialmente el circuito de festivales, es decir for export. Los dos adjetivos mencionados pueden encontrar sustento en el hecho de que su historia no necesita anclar en ningún lugar en particular. Podría ocurrir en barrios pudientes del cono sur de América o de algún país como Francia, u otro similar. No hay impronta cultural específica, aunque ciertamente esa pretensión de aire europeo está presente. De allí, quizá, aquello de la elegancia, sin duda remarcada por una dirección de arte cuidada (Fiora Nielsen), una eficiente fotografía, en la que Pepe Torres hace gala de un muy buen uso de la luz y de claroscuros bien logrados, y un montaje sin sobresaltos a cargo de Camilo Campi. Es una película que demuestra el oficio de sus creadores. Graef Marino sin duda lo tiene. Al menos dos de sus cinco filmes para cine –La voz y Johnny 100 pesos– demuestran que tiene talento.

Por momentos, vuelve a aparecer Emilia Noguera. Repite cosas que los personajes han dicho. ¿Quién es? Hacia el final algo se desvela. Algo interesante que podría dar un vuelco a todo el filme. Pero permanece la incógnita y la liviandad del relato le quita sustancia al desafío.  Entonces, surge una nueva pregunta: ¿qué es esta película?

El vacío. Guion y dirección: Gustavo Graef Marino. Elenco: Francisco Reyes, Javiera Díaz de Valdés, Aída Caballero, Emilia Noguera, Benjamín Gallo. Dirección de fotografía: Pepe Torres. Montaje: Camilo Campi. Dirección de Arte: Fiora Nielsen. Productora: Passport Films. Chile, 2023. 97 minutos.

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