Chile, 1986. El desierto de Atacama se despliega gracias una cámara frenética, siguiendo a una camioneta con dos personajes en clara tensión; una tensión que potenciada mediante los colores brillantes del árido paisaje y una música intensa. Así comienza el primer capítulo de La sangre del camaleón, presentando a Mario Lara (Daniel Alcaíno), un exitoso empresario conocido como el Rey de la Noche, propietario de una cadena de tiendas de electrodomésticos y diversos locales nocturnos donde se codea con el círculo más poderoso de la dictadura y con integrantes de la Central Nacional de Inteligencia (CNI) de Pinochet, ocultando que, en paralelo, es militante del Partido Comunista (PC) y partícipe de una peligrosa operación de contrabando de armas junto al FPMR.
Basada en la investigación que narra la vida de Mariano Jara, un agente comunista que logró infiltrarse en las altas esferas de la dictadura y relacionarse con figuras como el director de la CNI Humberto Gordon, y el ministro de Economía de la dictadura, Pablo Baraona, la serie destaca por su narrativa intrincada y personajes bien desarrollados, que invita a profundizar en una historia real fascinante, y también a la reflexión sobre las personas que durante la dictadura, más allá de ser víctimas o victimarios, se convirtieron en sujetos implicados, según el concepto establecido por Michael Rothberg, académico estadounidense de la Universidad de California (Los Ángeles) experto en memoria y en el Holocausto. Este concepto se refiere a quienes están involucrados en sistemas de opresión como beneficiarios, herederos o cómplices indirectos, sin causar daño directo, y se diferencia de la víctima, el perpetrador o el testigo. Su enfoque plantea una responsabilidad política basada en la implicación estructural e histórica, más que en una culpa legal.
La serie muestra exactamente eso, y de una forma particularmente compleja, pues el personaje de Mario enriquece la noción misma que plantea Rothberg. Su participación en estructuras de poder y dominación lo llevan a beneficiarse del régimen dictatorial chileno mientras sus valores y posturas políticas lo mantienen al límite de lo moral (y humanamente) correcto. Si bien La sangre del camaleón está enfocada en dicho momento histórico del país y lo que se vivía en la época del terror, es interesante ver la duplicidad de un hombre que vive fiestas clandestinas, bordea el toque de queda, sabe de torturas y asesinatos, es parte de las especulaciones financieras y es uno de los empresarios que recibe créditos del Estado. Por un lado, florece en medio del terror y, por otro, está vinculado a quienes luchan contra la dictadura. Además, mentir sobre su doble vida le ha costado caro: está separado de su mujer, se ha distanciado de sus hijos, y ve afectada su incipiente relación con una reconocida vedette, Gina Deveraux (Luciana Echeverría), carácter ficcional inspirado en la famosa vedette Wendy.
El personaje de Alcaíno no es simplemente víctima ni perpetrador, sino el reflejo de aquellos hombres y mujeres cuya ambivalencia los entrampó en estructuras violentas desde múltiples frentes. Actúa, decide, se beneficia, resiste y colabora en simultáneo tanto con la dictadura como con la resistencia. Esta ambigüedad se vincula con lo que Rothberg llama implicación compleja, en que el sujeto no encaja fácilmente en los binarismos de víctima o victimario. Mario ocupa una zona intermedia, enredada, y a ratos, incómodamente cuestionable; se relaciona con miembros de la CNI y accede a un poder económico y social por su posición como empresario, implicado estructuralmente en una red de poder represiva, aunque no ejerza directamente la violencia. Mientras, su militancia con el PC y colaboración con el FPMR genera una duplicidad ambigua, y su vida se convierte en una performance constante de doble lealtad, sindo cómplice y enemigo del sistema al mismo tiempo.

Si bien el protagonista arrastra consecuencias personales y familiares por su vida doble (la pérdida de su familia, la traición de Gina, la tortura de su compañero Óscar, y la muerte de sus seres queridos), aunque él mismo sufre, su participación lo hace responsable de la violencia que lo rodea, incluso sin ser autor directo de ella. Esto se vincula con la idea de responsabilidad ética sin culpabilidad penal que propone Rothberg: los sujetos implicados no son necesariamente culpables legales, pero sí responsables por su rol histórico o estructural en sistemas de daño.
La disyuntiva final ocurre en 1986, tras numerosos desembarcos de armamento desde Cuba, cuando se lleva a cabo la mayor operación de contrabando de armas en Latinoamérica. Mario y su equipo participan en el plan, pero sus intenciones son descubiertas y se desata una persecución intensificada tras el atentado fallido a Pinochet. Mario intenta huir del país, pero es detenido, llevado a la fiscalía militar, y trasladado a la cárcel. Finalmente, tras un elaborado plan, logra escapar, en un final esperanzador que no se cohesiona con la realidad, pero que permite disfrutar el triunfo de un hombre que no es héroe, pero tampoco villano.
La sangre del camaleón. Dirección: Daniel Uribe. Guion: Javier Rebolledo. Reparto: Daniel Alcaíno, Luciana Echeverría, Juan Pablo Ogalde, Nicolás Saavedra, Nathalie Nicloux, Daniel Candia, María José Moya, César Caillet, Héctor Morales, Ailen Camacho, Consuelo Holzapfel. Casa Productora: Productora Inteligencia Colectiva – IC. CNTV. TVN. Ficción basada en hechos reales. Miniserie de cuatro capítulos. Chile, 2023.
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Esta columna recoge parte de las discusiones y análisis realizados por un grupo de investigadores asociados al Núcleo de Investigación en Televisión y Sociedad de la Universidad de Chile (NitsChile).
Referencias bibliográficas
Rothberg, M. (2019). The implicated subject: Beyond victims and perpetrators. Stanford University Press.
Rothberg, M. (2020). Trauma and the implicated subject. En The Routledge companion to literature and trauma (pp. 201-210). Routledge.
