La Ola es, de partida, la primera cinta que Sebastián Lelio realiza en Chile, dialogada asimismo en español, tras obtener en 2018 el Oscar a la Mejor Película no hablada en inglés por Una mujer fantástica, cuya premiere además ocurrió en la competencia oficial del Festival de Berlín, donde fue nominada al Oso de Oro como la mejor cinta y mereció el de Plata a su guion, coescrito por Lelio. En seguida ganó el Premio Goya español a la mejor cinta iberoamericana. Por ese título y su anterior Gloria, de 2013, que debutó igualmente en Berlín y le dio a Paulina García el Oso de Plata a la Mejor Actriz, este director nacido en Mendoza, en 1974, y nacionalizado chileno se posicionó como el director local de carrera más reconocida mundialmente desde que el cine es cine. De ahí a la fecha firmó otros dos filmes de producción yanqui y uno angloirlandés con criticas moderadas y sin laureles ni mayor repercusión.
Este es, por lo demás, el primer musical filmado en Chile en largo tiempo, género sumamente infrecuente no solo en nuestro país sino en todo el continente, debido a su alto costo y a que exige un buen grado de madurez de los recursos artísticos y técnicos del medio audiovisual que lo emprenda. Por lo demás, el público nacional no se ha mostrado nunca demasiado atraído por él, ni siquiera por los musicals venidos de Hollywood, su cuna y principal bastión. Sin contar con que Lelio ha confesado en entrevistas que, pese a no ser un devoto de este tipo de películas, hace mucho que deseaba abordarlo más bien como un desafío creativo por su complejidad.
Para su incursión en este difícil género y regreso a su entorno sociocultural propio, Lelio decidió inspirarse en la sucesión de manifestaciones feministas surgidas aquí en 2018 que incluyeron tomas de sedes universitarias y protestas callejeras. Así convocó un equipo de guionistas integrado por él y tres escritoras, la más notable entre ellas Manuela Infante, directora teatral y dramaturga, sin duda el más influyente talento en la innovación de nuestra escena en las últimas dos décadas (Cristo, Narciso, Xuárez, Estado vegetal), música también, y que por esos años empezaba a incursionar en el guionismo de cine.
El filme entonces se propone representar la ola de movilizaciones feministas de mayo del 2018 en protesta por los acosos y abusos sexuales impunes a nivel universitario, que fue como el coletazo criollo del MeToo, el movimiento cuyo estallido a partir de una década antes recorrió EE.UU. y Europa. Ocurre en una universidad no identificada y en sus primeros minutos vemos una clase de canto en su escuela de música en que la profesora enseña a sus alumnas (y algunos alumnos) a sacar la voz. La clase es interrumpida por un llamado urgente a asamblea de estudiantes para decidir la paralización de actividades. El relato en principio quiere concentrarse en Julia (Daniela López), una alumna de esa carrera que fue violada —al parecer— por su amigo y ayudante académico, y cómo llega a denunciar ese abuso del cual ni ella misma está segura (la cinta escamotea la recreación de ese incidente clave).
ADMIRACION POR THE WALL
Así La Ola se plantea como un musical diferente a todo lo esperado, de índole conceptual y político. Singularidad que la remite como único referente posible a Pink Floyd The Wall, de 1982, dirigido por Alan Parker, una rareza dentro del género que tras debutar tibiamente se convirtió con el tiempo en un filme inglés de culto (y Lelio ha confesado que lo marcó y de niño veía todos los días). En ambas está la fuerte carga de crítica social, el ánimo rabioso de protesta, las escenas masivas y la obsesiva e imparable rítmica de su percusión musical, así como su estilo realista que impensadamente se deja invadir por giros oníricos, surreales y simbólicos (hasta ambos títulos suenan parecidos). También se la puede relacionar con la francesa Emilia Pérez (2024), por su intento de innovar el género abordando cuestiones contingentes —narcotráfico, transexualidad— en códigos de musical.
Pronto la propuesta da la impresión de que Lelio quiere ir aún más lejos en su afán renovador. Julia desaparece de pantalla por largos tramos, el guion tampoco muestra interés en justificarla como personaje: nunca se sabrá cómo y por qué pasa de su indecisión inicial, a ser súbitamente considerada por sus pares como baluarte y líder de la movilización. Ella es apenas el eslabón más visible de la protagonista colectiva del filme: las mujeres. Un eje colectivo, pero no coral: todos los personajes femeninos son endebles, trazados en los simples rasgos que sirven a la causa común. Peor es el elemento masculino: los hombres aparecen de modo esporádico como entes esquemáticos dignos de hostilidad o de ser ignorados. Otra cosa es que los actuantes en contadas ocasiones interaccionan entre sí, ni siquiera dialogan en el sentido de darse a conocer a sí mismos; cuando hablan trasmiten informes sobre el avance del movimiento y su vínculo con él, o bien sueltan declaraciones sentenciosas con aire a proclama o a consigna.
Sin cualidad dramática o emocional, y cero posibilidad de progresar en esos componentes, lo que hay es una suerte de manifiesto muy estilizado artísticamente, la pulida y laboriosa exposición ordenada de los diversos aspectos de la situación desmedrada de la mujer en esta sociedad patriarcal que deja impune los abusos. Así desfilan cómo se llega a denunciar, la relación de las reclamantes con su familia y la institucionalidad (la universidad, la fuerza pública que impone y hace perdurable el estado de cosas), la sororidad (solidaridad de las mujeres en vías a empoderarse), el daño posible al erotismo que implica la causa, la inutilidad de la lucha hasta ahora. Cada punto ilustrado con un respectivo tema cantado, a menudo coralmente, y con una energética coreografía grupal de tono casi siempre desafiante y combativo, las menos veces paródico. Todo muy preciso y bonito de ver, con una puesta en escena que ocupa de modo intensivo los espacios, espléndidamente filmada y sin duda impresionante por la complejidad de sus números dancísticos de índole multitudinaria (hay algún cuadro en el que se dice participaron 400 ejecutantes).

Pero, por desgracia nada de lo dicho o exhibido agrega algo nuevo a lo que ya se sabe y se ha repetido sobre la cuestión. Dispone todas sus cartas a la vista y está a punto de tener el aspecto -opinó un crítico gringo- de un curso básico sobre feminismo. Con el agravante de parecer algo que ya fue y no prosperó: hace rato que esta causa no moviliza públicamente a nadie en ninguna latitud, ni se avizora que ello vaya a ocurrir a mediano plazo.
PERFORMANCE CINEMATOGRÁFICA
Otro enfoque posible: si de la realización emana en principio un airecillo no específicamente cinematográfico sino más bien teatral, a medio camino confirma esa naturaleza. Es posible apreciarla como una performance escénica filmada, o sea, trasvasijada forzadamente a una plataforma —la pantalla de cine— que no le corresponde.
Porque esa disciplina fue concebida para ser ejecutada en vivo. Para quienes no estén muy al tanto de los bordes de la creación teatral, una performance es una forma vanguardista de espectáculo surgida en el siglo pasado, que produce un acontecimiento efímero e irrepetible fundiendo variados recursos provenientes del teatro, la música, la danza y el cuerpo del artista como soporte esencial, a fin de impactar a su receptor con la formulación de un asunto o idea fuertemente polémica y buscando provocarlo para que tome conciencia sobre el problema abordado. Entonces se puede entender la película como una variante ampliada, extendida y vertida al cine de la performance Un violador en tu camino, que el colectivo feminista Lastesis, de Valparaíso, produjo en 2019 con extraordinaria repercusión: dio la vuelta al mundo transformándose en un verdadero himno chileno contra las agresiones de género.
La presencia de Manuela Infante puede haber influido en este giro (estamos especulando); por lo demás el coreógrafo estadounidense Ryan Heffington contratado para hacerse cargo de esa área, tiene la performance como uno de sus registros creativos (e hizo aquí un notable trabajo). Eso explica también que la cinta jamás se pone a favor ni en contra de lo planteado, y termina en el aire, con un remate abierto y neutro: es que como performance persigue que sea el espectador quien saque su conclusión y adopte una postura frente al tema controversial. ¿Cómo hacerlo si ni siquiera sabemos con certeza si Julia fue abusada?
En definitiva, la ausencia de relato, de personajes, de progresión y de desenlace, no es lo que uno espera del cine de ficción. Menos de un musical. No funciona como tal, a pesar de los hallazgos y de las dotes del equipo interpretativo, que reúne talentos fogueados y figuras nuevas. Las distintas secuencias desfilan de modo monótono y reiterativo. Las canciones, pese a que en la banda sonora intervinieron 17 diferentes cantautoras, suenan desafortunadamente todas parecidas. Los números musicales, aunque ejecutados con pasión y brillo, también. Cuando a la hora uno mira el reloj, todavía queda otra hora más de lo mismo.

A los errores del guion, en el que a veces no se entiende qué estamos viendo, se agregan otros. Por ejemplo la aparición de ideas inconducentes y sugerencias alegóricas extravagantes: como la lluvia y diluvio espontáneos en la primera media hora; luego el símbolo de botar las paredes que se ejecuta físicamente por partida doble; el colchón de larga presencia que parece que va a revelar algo y no aclara nada; los inesperados resortes meta-cinematográficos que rompen la ficción (el anhelo del guion perdido, después hacer evidente la filmación misma de la película para impugnar el que un director hombre desarrolle una cinta feminista).
La peor: cuando hacia el minuto final Julia, tras saber que su aventura fracasó, se encarama a un camión basurero y luego, botada en el suelo como un desecho, recibe la visita del guarén que fue su mascota de niña. Una ocurrencia de una obviedad que es como un insulto a una inteligencia promedio. ¿O eso quiso ser un chiste? PP
La Ola. Dirección: Sebastián Lelio. Guion: Josefina Fernández, Manuela Infante, Paloma Salas, Sebastián Lelio. Montaje: Soledad Salfate. Música: Anita Tijoux, Camila Moreno, Javiera Parra, Matthew Herbert. Coreografías: Ryan Heffington. Reparto: Daniela López, Avril Aurora, Lola Bravo, Paulina Cortés, Thiare Ruz, Amparo Noguera, Florencia Berner, Renata González Spralia, Amalia Kassai, Néstor Cantillana, Enzo Ferrada Rosati, Tamara Acosta, Susana Hidalgo, Lucas Sáez Collins. Casa productora: Fábula. Ficción. Duración: 129 min. Chile, 2025.