LOS MUCHOS MATICES DE UNA ISLA NEGRA

La tercera película de Jorge Riquelme ahonda en temas ya tratados con éxito por él con anterioridad —Algunas bestias (2019) y Camaleón (2016)— y profundiza su trabajo con la actriz Paulina Urrutia y Gastón Salgado. El poder en sus diferentes facetas es tratado con dureza de contenido y mediante una factura impecable y significativa. Isla Negra muestra sin maniqueísmos realidades nacionales quizá difíciles de aceptar.

Una fotografía que se regodea con la luz y que juega entre lo estetizante y lo áspero. Una música que marca los momentos con certeza, pero nunca de modo obvio. Actuaciones exigidas al máximo. Violencia social y violencia íntima. Suspenso in crescendo. Un tema central contingente y local, pero con reminiscencias lamentablemente planetarias y permanentes.

Más allá de la trama, el párrafo anterior refleja a Isla Negra, el tercer largometraje de Jorge Riquelme (Chile, 1981).  En los detalles de la trama no entraré, porque este filme es como una matrioshka, que va dejando ver capas y capas de los personajes, sorprendiendo, tensando, angustiando por minutos. Saber lo menos posible aumenta el placer del descubrimiento.

Nada es lo que parece ser, nadie es unívoco, y los dramas se van desenrollando (no es un error, se van desenrollando) en diversos planos, imbricados lenta pero inexorablemente.

Una de las características, a mi juicio, más notables del filme es la profundidad y complejidad de cada uno de los cuatro personajes centrales. A lo largo de la película van cambiando de tonos, de actitudes, de formas de relacionarse, en un juego de ejercicio del poder. Porque el gran tema del filme es el poder: el del dinero, el de la fuerza, del deseo, de la desesperación. Dado que en la desesperación también hay poder, el que surge de la claridad de que no hay nada que perder.

La trama asume una dramática realidad costera: el desplazamiento de las poblaciones pobres, en pro de proyectos inmobiliarios. Riquelme ha declarado que ese fue su punto de partida. Sin desmerecer la importancia de esta situación, pienso que es el detonante de conflictos más de fondo. Algunos tienen relación a lo que antes solía llamarse lucha de clases y que hoy, casi sin nombre ni teoría, se manifiesta en actitudes sociales desconectadas e inorgánicas. En Isla Negra, se dejan ver en las diferencias entre las condiciones materiales en que viven unos y otros; incluso uno y otra, porque Carmen (Paulina Urrutia) claramente no pertenece a la misma clase social de Guillermo (Alfredo Castro). Jacob (Gastón Salgado) y Marcela (Marcela Salinas), la pareja que con Miguel el padre/suegro (José Soza) llega a pedir refugio, mirarán con admiración llena de rabia y resentimiento las comodidades de quien saben es el responsable del desastre inmobiliario que los ha dejado, a ellos y muchas otras familias, literalmente sin casa.

Este personaje, un empresario de éxito, sin embargo no tiene su casa de descanso en Cachagua o Zapallar, tradicionales balnearios de la clase alta conservadora, sino en Isla Negra, donde confluyen más bien personas progresistas que aman la cercanía del más importante santuario del poeta Neruda y se rodean de una población local con ingresos magros. Pese a su elección, Guillermo se siente incómodo con la presencia, aunque sea distante, de los locales. Es de imaginar su reacción cuando tres de ellos amenacen su tranquilidad. Sin embargo, tendrá gestos magnánimos que dan humanidad a su actuar.

Al drama social de la crisis habitacional y el desplazamiento, se agrega el elemento racial. La pareja que hace el contrapunto es mapuche. Dato nada menor en un país donde el conflicto por las tierras ancestrales está lejos de tener solución.

Otros elementos se suman, como las manifestaciones del patriarcado, que pueden verse claramente en Guillermo, que juega con el poder que cree ejercer sobre Carmen; y el menosprecio por cultos religiosos cristianos no católicos.

Todo esto da como resultado una película de múltiples lecturas, que quizá ser bueno ver más de una vez para asumirla en su totalidad.

UN PEQUEÑO/GRAN MUNDO

Para que todo lo anterior funcione con la precisión y nivel de logro que lo hace, confluye la serie de elementos enunciados al comienzo. Una fotografía, responsabilidad de Sergio Armstrong, que hace gala del uso de la luz para marcar, subrayar o simplemente acompañar los acontecimientos y que logra transmitir imágenes de gran belleza o sacar partido a los diferentes elementos del interior de la casa donde ocurre cerca de dos tercios del filme, elemento que provoca una sensación de encierro y de sin salida. De gran belleza es la toma en la playa en que el rostro de Jacob queda iluminado por las llamas de la fogata que está encendiendo.

El montaje combina secuencias vertiginosas con otras calmas y va llevando la acción in crescendo, con duraciones variables de secuencias, cortes y ciertas elipsis, desde la calma del comienzo hacia momentos de intensa tensión. La música apoya sin notarse exageradamente los cambios a veces abruptos de las diversas tesituras emocionales por las que transita el filme.

Finalmente, y no por eso menos importante: las actuaciones del quinteto de grandes intérpretes escogidos por Riquelme. La mayor parte de ellos había ya trabajado con el director, quien sabía que sus registros les permitirían componer la complejidad de los personajes. Quizá sean las dos mujeres las que asumen los roles más exigidos, con quiebres más evidentes y situaciones de distinto tipo de violencia, incluso física, que extreman las demandas a su capacidad de hacer verosímiles a sus caracteres.

Los actores, por su parte, también tienen a su cargo convincentes roles cuyas emociones pueden ser desatadas o latentes, consiguiendo convencer en todo momento.

Riquelme orquesta con todos estos elementos un filme atractivo, de potente mirada al Chile de hoy a partir de una situación puntual, y que pese a su dureza es bello. Una obra nada complaciente que, a menos, debería dejar pensando.

Quizá el único pecado —venial, por cierto— esté constituido por la enigmática y estética secuencia de apertura que muestra los armoniosos movimientos de una medusa, acompañados por una música que tiene algo de lo que se puede, por convención, vincular con el espacio exterior. Esto, unido a un uso a veces innecesario de imágenes del mar captadas por drones, son a mi juicio, metrajes innecesarios en un filme donde la tensión de la trama y el dominio actoral de sus intérpretes llevan un tema local a nivel universal. Bueno, ya lo dijo Aristóteles hace demasiados siglos. PP

Isla Negra. Dirección y guion: Jorge Riquelme.  Elenco: Alfredo Castro, Paulina Urrutia, Marcela Salinas, Gastón Salgado, José Soza. Dirección de fotografía: Sergio Armstrong. Música: José Miguel Miranda y José Miguel Tobar. Casa productora: Laberinto Films. Drama. Duración: 105 min. Chile, 2024.

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