MAESTRO Y PILAR FUNDAMENTAL
Por Vera-Meiggs
Nacido en Alemania “en época muy poco conveniente para la salud familiar”, como recordaba irónicamente en alguna ocasión, llegó como refugiado a Chile justo a tiempo, en 1939. Entró a estudiar arquitectura a la Universidad de Chile, donde conoció al también estudiante Sergio Bravo. El cine los unió, concretamente en la fundación del Cine-Club universitario y, luego, la del Centro de Cine Experimental, labores pioneras en la creatividad expresiva y la modernidad del cine en Chile. El Cine Experimental sería una verdadera escuela cinematográfica para muchos realizadores nacionales.
Interesado por el documental, paradójicamente una ficción fue su primer triunfo: Aborto, con el que ganó el premio Paoa en el Primer Festival de Cine de Viña del Mar. En 1961 fue nombrado primer director de la Cineteca de la Universidad de Chile. Dos años más tarde, se convirtió en director del Departamento de Cine, en el que se formaron futuros profesionales. Junto al gran maestro de la dirección de fotografía, Héctor Ríos, hizo varios mediometrajes centrados en temas importantes del acontecer cultural y político de la época. Pero quizás sea el espléndido montaje de El Chacal de Nahueltoro de Miguel Littin lo que más se recuerde en la actualidad. El golpe de estado lo empujó a Cuba, donde también hizo el montaje de otra obra maestra: los tres capítulos de La batalla de Chile de Patricio Guzmán.
Con mucho coraje y nostalgia volvió a Chile en 1983 para trabajar principalmente en la televisión, en la que dirigió una importante cantidad de capítulos de Al sur del mundo. Pero lo mejor estaba por venir: el notable largometraje De vida y de muerte, testimonios de la Operación Cóndor, un recorrido por las huellas de los terribles archivos descubiertos en Paraguay de este tristemente célebre episodio de la represión militar en el Cono Sur que tuvo lugar durante los años 70 y 80. Puede que sea este uno de los mayores monumentos fílmicos sobre el período y uno de los más desconocidos también.
No es menor en importancia su labor docente, que ha diseminado discípulos suyos en el territorio americano. Chaskel fue uno de los fundadores de la carrera de Cine y Televisión en la Universidad de Chile, a comienzos de este siglo. Viudo de su encantadora esposa y colaboradora, Fedora Robles, ha dejado también su descendencia en el trabajo audiovisual.
LA BÚSQUEDA POR LA VERDAD
Por Luis Horta Canales
Peter Chaskel Benko formaba parte de una categoría de intelectual que asume su compromiso con la realidad en todos los estratos de la vida. Con rigor, su gran motor fue la búsqueda de la verdad, es decir, retratar nuestra relación con el mundo ahondando en los elementos que permiten contrastar la superficie ingente del mirar cotidiano.
Vinculado históricamente a la Universidad de Chile, supo desarticular las convenciones de una institución, repensando el rol de lo público mediante el ejercicio práctico de la producción de saberes, donde la rigurosidad metódica se entremezclaba con una generosa calidad humana dispuesta siempre a contribuir con el pensamiento crítico. Compatibilizó su prolífica obra documental con el oficio de ser aprendiz y maestro al mismo tiempo, situando la condición del arte como un modo de fascinación infinito por todo aquello que nos rodea. Junto al director de fotografía Héctor Ríos, elaboró una estética innovadora y fácilmente reconocible entre las tendencias de vanguardia de los años 60, acorde a los medios de producción que existían en el país, proponiendo un cine de indagación que abrió nuevas preguntas sobre lo que entendemos por identidad visual. Los pueblos originarios en Aquí vivieron (1963), la amenaza del populismo en Érase una vez (1965), los derechos de las mujeres en Aborto (1965), la soberbia del poderoso en La captura (1967) o los sujetos rechazados en Testimonio (1969).
Chaskel dirigió el Departamento de Cine de la Universidad de Chile entre 1964 y 1973, inserto en el seno de una de las mayores transformaciones culturales en las artes audiovisuales del país. Ganó el Festival de Cine de Viña con Aborto en 1966, montó la icónica El chacal de Nahueltoro (Miguel Littín, 1969). Creía en el rol transformador del cine, ya que su propia vida había cambiado cuando en 1954 inició el Cine Club Universitario, a contrapelo del mercado. En él consiguió despertar la inquietud de innumerables sujetos anónimos que, dándose cita los días sábado en la Casa Central de la Universidad de Chile, solo pretendían ejercer el derecho al acceso al arte. El respeto por la memoria histórica lo convirtió en un faro para archiveros y cineclubistas, ya que supo comprender el rol que cumple el patrimonio cultural como motor del desarrollo de las comunidades, aportando luego en la creación de la Cineteca Universitaria y llegando a ser presidente de la Unión de Cinematecas de América Latina, donde bogó por la integración regional. “Antes que cineastas, somos hombres comprometidos con el fenómeno político y social de nuestro pueblo”, proclama el Manifiesto de los Cineastas de la Unidad Popular, y en esos mismos meses filmó, junto a Ríos, la película Venceremos, mostrando las celebraciones populares, por la elección de Salvador Allende, del 4 de septiembre de 1970: las caras alegres de campesinos, mujeres orgullosas mostrando a cámara sus banderas chilenas, niños saltando y trabajadores que llegaban desde distintos puntos del país a una Alameda abarrotada de gente, cuya utopía cimbraba por algo tan noble como la búsqueda por mejores condiciones de vida.
Pero vendrán Los Hawker Hunter bombardeando el palacio de La Moneda (1973), la última película que filmó el Departamento de Cine. Chaskel, oculto tras una ventana, asoma una cámara bolex de 16mm a escasos metros de los acontecimientos. Es una película dual, ya que, junto al registro de los acontecimientos, también documenta la lucidez y sensibilidad de una mirada comprometida con una realidad que, sin imágenes, es imposible nombrar con palabras. Ellas quedan incrustadas en una memoria colectiva por varias generaciones, ya que consigue extraer la metáfora sobre un país que comenzaba a mirar el presente desde la tristeza cotidiana. Chaskel estuvo trabajando hasta sus últimos días en la restauración de esta filmación en la Cineteca de la Universidad de Chile, responsablemente pensando que durante la era digital no sean olvidadas, sobre todo en un país que suele tener mala memoria.
La exoneración, el exilio, el extrañamiento, la persecución de amigos y colegas, lo trasladaron a nuevos campos de creación desde mediados de los años 70, que van desde el montaje en La batalla de Chile (Patricio Guzmán, 1975-1978) y Recado de Chile (colectivo, 1978), pasando por una trilogía de películas sobre Ernesto Che Guevara (1981-1983), hasta el documental clandestino de denuncia que realizó junto a Pablo Salas (1985-1987). No se trata de cine panfletario, ya que experimenta con los archivos, el montaje, los registros sonoros, el plano secuencia, el cine-encuesta, el clip y el archivo oral, desplegando toda su creatividad siempre lúdica y audaz. “No dejar de indignarse ante la injusticia, ni maravillarse ante la belleza”, solía decir a sus alumnos. El arte, para que sea político, debe ser primeramente una expresión capaz de desplegarse entre las posibilidades del lenguaje, consiguiendo así despertar ideas en las personas. Es por esto que no existe mayor diferencia entre sus películas políticas con aquellos documentales que dirige para la serie Al sur del Mundo (1989-2000), cercanos a la etnografía, y que le permitirán adentrarse en los diversos estratos de la cultura popular chilena y latinoamericana en las que, posiblemente, son sus películas de mayor masividad. Íntimamente lo llenaba compartir durante meses con la familia Lizana para filmar Organilleros (1996), o con los migrantes de Los austríacos del Pozuzo (1995) y los campesinos de Arrieros del Cajón del Maipo (1990), ya que cada película, además de ser una aventura, era el encuentro con verdades que requerían del cine para penetrar en ellas, algo que genuinamente quedó plasmado en más de 17 documentales realizados, junto a Francisco Gedda, en los que recorrió de norte a sur el país.
Afable y humilde, sin aspavientos ni pidiendo nada a cambio, Pedro Chaskel siempre estuvo dispuesto a prestar atención a cada persona que lo abordaba para repasar su visión sobre el cine, no importando si era en una cátedra universitaria, un cine foro o un simple diálogo de pasillo. Es por ello que, además de cineasta, cineclubista, archivista y activista, posiblemente su mayor legado será el de formador. Junto con legar una obra de cine documental portentosa, también se proyectarán los resultados de la constante formación de nuevas generaciones, a los que inculcó una ética para relacionarse con la realidad buscando lo justo por sobre lo impúdico, lo profundo ante lo superficial y, principalmente, la permanente búsqueda por la verdad, un hilo invisible que seguramente será una escuela para el cine chileno.
Crédito de fotos: Universidad de Chile