UN FILME DE AUTOR INCLASIFICABLE Y FASCINANTE

Es uno de esos filmes cada vez más escasos. El espectador común buscando ver qué tal anda Pobres criaturas, esa película nominada a 11 Oscar, tras el natural desconcierto antes de entrar en el juego, sin duda lo pasará muy bien. La disfrutará como un abigarrado y loco cuento terrorífico infantil (léase Pulgarcito o Hansel y Gretel) pero destinado a adultos. O como un verdadero carnaval de rarezas, a ratos hilarante y con imprevisibles giros gore (estética de lo repulsivo) hasta incluyendo componentes porno soft.

En tanto, el receptor más exigente y cinéfilo descubrirá aquí una fascinante pieza maestra del cine contemporáneo, de intrincada sofisticación en su estructura narrativa, puesta en escena y diseño visual. Una de esas obras que invitan de modo ineludible a establecer analogías y nexos posibles con áreas distantes de la cultura (de qué otra cosa si no se trata el ser culto). Para ambos será evidente la inagotable belleza de su imaginería, y la poderosa e innovadora inventiva de su creador, dueño de una imaginación pasmosamente libre. Pobres criaturas resulta así una vasta experiencia sensorial e intelectual, una de esas cintas tan vibrantes que apenas terminada de ver, se desea repetir su visión.

Ganadora del Festival de Venecia 2023, este debe ser el punto cúlmine hasta ahora de la breve filmografía del director griego Yorgos Lanthimos, hoy de 50 años, como si todo el camino que hizo antes fue para conducirlo a esto. En la última década ganó reconocimiento creciente en las distinciones que son barómetro del gusto masivo (la reciente entrega del Oscar le otorgó solo cuatro, pero igual fue la segunda cinta más favorecida del año), y a la vez en los festivales clase A.

Ramy Youssef y Emma Stone in Pobres criaturas. Foto de Yorgos Lanthimos. Cortesía de Searchlight Pictures. © 2023 20th Century Studios. Derechos reservados.

Agreguemos que no son pocos los críticos que ya hablan de él dándole el título tan codiciado como escurridizo, de autor cinematográfico, especie hace rato casi extinta. Porque Lanthimos se ha hecho de un estilo y una estética propias, originales e inconfundibles, y creado un lenguaje antes de él inimaginable y tal vez indigesto. Hay más: con sus primeras producciones –Canino, de 2009, apenas su Opus 2, premio Una cierta mirada de Cannes y nominada al Oscar como Mejor Filme no hablado en inglés, y Alps, de 2011, Mejor Guion en Venecia- inició junto a un puñado de cineastas coetáneos, la llamada Ola Griega Extravagante. Él es el talento más visible y notable de esta corriente que no es un movimiento formal, sino el modo en que la crítica dio en referirse a un grupo de realizadores de ese país que busca con sus filmes, henchidos de sorna y amargo desencanto, expresar su repulsa extrema y subversiva al mundo que les tocó vivir, rompiendo con todos los esquemas preexistentes.

En Chile, Lanthimos debutó en 2018 con El sacrificio del ciervo sagrado, su quinto largo, seguido de La favorita, un filme histórico de gran interés, pero su proyecto menos personal, el único sin guion propio. En Netflix está disponible la mucho más atractiva Langosta, anterior a estas (2015), la primera rodada fuera de Grecia, hablada en inglés y con producción y elenco multinacional como las siguientes. Todas películas inclasificables, que parten sugiriendo pertenecer a un género, a poco andar se convierten en otra cosa y luego en otra. También en términos de realismo: el aspecto de tal pronto entra en conflicto con ciertos signos y datos anómalos que indican que, en verdad, se trata de un universo paralelo. Parecido a nuestra realidad, pero un reflejo suyo engañoso; una distorsión torcida de ella para desenmascarar su absurdidad y sinsentido.

En ese universo interactúan unos personajes de conductas a menudo infantiles e inexplicables, de interrelaciones por completo disfuncionales. La cámara los observa a la distancia, con mirada tan fría y descomprometida como un entomólogo estudiando a un insecto mediante su microscopio, mientras ellos intentan, afanosa e inútilmente, cumplir los mandatos sociales y culturales de su entorno, en medio de súbitos estallidos de violencia y crueldad, tortura física, sangre y vísceras desgarradas.

La esencia de la naturaleza humana -señala el cineasta griego- está en el instinto, es su animalidad. Esa dolorosa lucha del ser humano consigo mismo manifiesta algo -era que no- del pathos de la tragedia clásica griega por su carácter inexorable. No obstante, sus resultados fallidos, su torpeza, suelen hacer reír, pero dudando si la risa es la reacción apropiada. Porque Lanthimos es un provocador de modales civilizados, un lobo disfrazado de oveja que busca, con ánimo insidioso, hasta perversillo, que su bello y pulido artefacto audiovisual incomode; plantear al receptor sospechas e incertezas que le muevan el piso.

Mutantes, sexo y poder

Una novela de 1992 del irlandés Alasdair Gray, Pobres cosas, nombre también en inglés del filme, es el punto de partida del resultado más depurado hasta hoy del Opus 7 de este autor. Tan oscuro y denso como los anteriores, parece mucho menos sereno debido a su poderosa y cambiante energía creativa, y la extraordinaria precisión y riqueza en sus medios y fines. El concentrado desfile de brillantes ideas narrativas y visuales obliga al receptor a permanecer alerta.

Se introduce como una desquiciada fantasía distópica de ambiente retrofuturista, a la manera de una variante del mito de Frankenstein. Una joven en avanzado estado de embarazo, se suicida tirándose al rio por motivos que después serán informados; la rescata un científico medio loco, el Dr. Godwin, que la saca de la muerte injertándole el cerebro del feto que no alcanzó a nacer. Cuando aparece Bella Baxter, su mente de niño recién se entrena en el habla, y camina como si hubiera sufrido daño cerebral. Ha establecido una relación paterno-filial con su creador, a quien llama Dios. El recuerda al siniestro Dr. Moreau de H.G. Wells (La isla de las almas pérdidas) experimentando con injertos de hombres y animales, en tanto luce también como un monstruo de quirófano.

Con ávida curiosidad, Bella averigua rápido cómo funciona el mundo confuso y atemorizador que la rodea, así como el lugar que ocupa en él. Eso trae a la memoria a Pinocchio -no la versión Disney, sino el original de Collodi- y, mejor todavía, a la segunda parte de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, la mucho menos conocida Alicia a través del espejo.

En el siguiente paso de su proceso, Bella descubre su cuerpo y el placer sexual con la misma voracidad. El asistente del científico se convierte en su novio, pero ella prefiere irse con un acaudalado abogado libertino de viaje por Europa. En París quedan en la calle y ella se hace prostituta para sobrevivir. Entonces el relato parece remedar la Justine del Marqués de Sade, de modo eso si mejorado, pues acá la protagonista no es una víctima, sino una heroína autónoma que sabe usar su cuerpo para mantener el entorno bajo su control.

El filme adquiere el aire de una improbable parábola moderadamente feminista, que habla de la autoestimulación como camino de conocimiento y plenitud; del miedo oculto del hombre frente a la mujer liberada; y del sexo como instrumento de poder. El remate de la historia -otra constante en Lanthimos- es de nuevo ambiguo e intrigante, en tanto abre el sentido del conjunto hacia múltiples subtemas: entre otros, el aborto, el impulso a tener una vida autónoma, los límites de la experimentación científica y entre libertad y libertinaje, el derecho a morir, la familia y la pareja vistas como un núcleo abierto, el retorno a la familia como refugio.

Diversos animales domésticos suelen cruzar sin motivo aparente los encuadres del cineasta. Aquí aparecen mutantes (por ejemplo, un perro con cabeza de ganso) además de muchos otros signos fisiológicos anómalos y mórbidos. Así como la digestión del Dr. Godwin, que se resuelve en una burbuja que eructa; o un carruaje tirado por caballos sin caballos; o un techo que recuerda los repliegues de una oreja; o un interruptor del burdel en forma de clítoris. Como acostumbra, el cineasta incluye una escena grupal de baile, con movimientos espásticos y convulsos, un rito primitivo de liberación ejecutado por celebrantes con daño neuronal. Todo lo cual introduce en la atmósfera de una pesadilla alucinada y alucinante, no muy lejos de las figuraciones surrealistas del inclasificable pintor flamenco del siglo XV Hierónimus Bosch, El Bosco, particularmente de su El jardín de las delicias, intranquilizador en vez de disfrutable. Lo que lleva a imaginar que la película es en si misma un filme-mutante, que suma infinidad de injertos.

El creador y la protagonista

Lanthimos acostumbra a que su elenco y completo equipo técnico rindan desempeños de excelencia. Aquí es así otra vez. Pero el filme no sería el mismo sin la luminosa actuación de Emma Stone, que da al relato su eje en el tono preciso, por cierto de enorme complejidad (ella ganó el único Oscar no técnico de los cuatro que recibió la cinta, de la cual además fue coproductora, en su segunda colaboración con Lanthimos tras su rol en La favorita). PP.

Pobres criaturas. Director y coproductor: Yorgos Lanthimos. Guion: Yorgos Lanthimos y Tony McNamara. Reparto: Emma Stone, Willem Dafoe, Mark Ruffalo, Ramy Youssef, Hanna Schygulla. Fotografía: Robbie Ryan. Montaje: Yorgos Mavropsaridis. Música: Jerkskin Fendrix. Cine de autor. 141 minutos. Irlanda-Inglaterra-Estados Unidos, 2023.

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