Cineasta, director de fotografía, profesor, arquitecto, Sergio Bravo Ramos nace en 1927 en el pequeño pueblo de Los Andes. Podemos considerarlo el padre fundador del cine documental de autor en Chile. Siendo estudiante de arquitectura creó, en 1957, el Centro de Cine Experimental e inició una carrera de documentalista con un primer cortometraje: Imágenes antárticas. Comienza así una obra poética y singular.
En compañía de sus amigas y amigos artistas que cultivan la poesía, el cine, la música, como Efraín Barquero, Pablo Neruda, Gustavo Becerra, Sergio Ortega, Francisco Coloane, Volodia Teitelboim, Chris Marker, Violeta Parra, Sergio parte a la búsqueda de un cine capaz de redistribuir los roles y cambiar la imagen, y, por qué no, también va en pos del devenir de los hombres y mujeres que constituyen el pueblo chileno.
Con Mimbre, en 1957; Trilla en 1959, Días de organillo y Láminas de Almahue se compromete con la invención de un cine de búsqueda que, consciente del rol político de las imágenes en los procesos de emancipación, teje y construye un lenguaje formal innovador, que transforma y, desde ahí, apunta hacia “…un nuevo compartir de todo lo sensible…” (J. Rancière)
Sus filmes, Ahora le toca al pueblo (1956), La marcha del carbón (1960), Las banderas del pueblo (1964) entregan hechos históricos y sociales que han marcado el movimiento popular chileno y que constituyen testimonios y soportes determinantes para la historia chilena.
El cine de Bravo no es un cine militante, pero sí es un cine político. Al crear el Centro de Cine Experimental (Ceciex) no ha realizado un cine experimental: ha hecho un cine liberado.
No buscó experimentar formas de cine que la vida vendría a nutrir como una materia prima. Hizo lo contrario. Es la vida la que inventó la forma de su cine. El mimbre, la forma de la rueda, el largo del rollo de la partitura de un organillero son los elementos que deciden la forma del plano, del encuadre, del ritmo del montaje. Hizo su trabajo con tanta delicadeza que permite ver cómo la vida se escribe ella misma, implacablemente, liberándola de la mejor manera posible, con toda propiedad, de los discursos que empobrecen la vitalidad y opacan el brillo y disminuyen la profundidad de las cosas.
Hay que ver La marcha del carbón para comprender bajo qué tipo de pancartas Sergio Bravo ve avanzar al pueblo. El pueblo avanza bajo pedazos de telas que flotan al viento. Justo pedazos de telas levantadas, sostenidas al viento, sin lemas, sin consignas, sin discursos, sin escudos.
Y es, sin lugar a duda, esta desconfianza en los discursos el que ha sido su acto de resistencia mayor, el más constante y el más político. Jean Luc Godard ha revelado que la verdadera resistencia no se encuentra en la expresión (todos podemos expresarnos…) pero sí en la impresión, en el registro de la vida. Y es por esto, puede ser, más aún que por los contenidos politizados de sus filmes, por esta férrea voluntad de no pronunciar un discurso que la censura de la dictadura chilena le atacó.
Durante la dictadura, cesa su actividad de arquitecto, pero no de cineasta. En el momento del golpe de Estado, Bravo se pone en marcha: viaja en el barco de quienes buscan la humanidad en el caos, que buscan los restos de lo que une a hombres y mujeres, sea que hayan muerto o continúen con vida. Filma en la clandestinidad, No eran nadie. Para que este filme vea la luz en las salas oscuras (presentado en el Festival de Cannes en 1982) decide exiliarse en Francia. Estos restos, estos ecos lejanos de esa humanidad perseguida y masacrada, los hace resonar, igualmente, en La Glane, película que rememora la masacre de Oradur sur Glane, perpetrada por el derrotado ejército nazi al final de la segunda guerra mundial. De vuelta a Chile, en 1999, en el frente de las mujeres mapuches volverá a ver brillar la fuerza de una humanidad que se ha puesto de pie, sólida y eterna.
Sergio Bravo no solo ha sido cineasta. Él obra con mucho ardor para hacer vivir el cine en toda su diversidad y hacerlo vibrar en todas las manos. Crea el taller de experimentación de cine universitario en plena dictadura. Ahí enseña entre 1978 y 1981. Patricio Lanfranco dice “…el profesor Bravo Ramos hizo UNIVERSIDAD, cuando la infraestructura (y la idea) de Universidad estaba secuestrada e intervenida por la dictadura. Como cineasta y trabajador audiovisual, participó firmemente de la idea que los intelectuales no solo se deben a su obra, sino también [a] ser miembros activos de la sociedad y los momentos históricos en que conviven…”. En 1999 crea la Bienal Internacional Audiovisual Amerindia, alrededor de filmes realizados por cineastas venidos de los pueblos originarios del mundo entero. Funda, igualmente, el Primer Festival de Cine Mapuche Kine Trawun Kine Mapuche (París, 2000). El mismo año funda el Festival de Cine Minero.
En su búsqueda infatigable por la recuperación de la memoria visual de Chile, toma a su cargo la restauración de una de las raras obras maestras del cine mudo chileno, El Húsar de la Muerte (Pedro Sienna, 1925). Sergio Bravo se ha comprometido con pasión y dedicación en la preservación de nuestro patrimonio cinematográfico, y permite así que generaciones presentes y futuras tengan acceso a una parte fundamental de la historia del cine chileno. Su compromiso fue reconocido con el premio Pedro Sienna en 2006, por el conjunto de su trayectoria. Esta trayectoria, esta vida, la ha compartido entera con Sonia, la madre de sus seis hijos, su asistenta, la que se encargó de los montajes, la mujer que a su lado apoyó su vida y su obra, cualquiera haya sido la situación.
Sergio Bravo tiene la mirada tierna y la sonrisa traviesa de quien conoce la belleza de lo humano y su valor infinito. Él es parte de esta generación de cineastas que nos deja y que solo ha tenido una misión, suficiente para hacer una obra y bastante tenaz para hacer una vida: ver y mostrar que la belleza y la humanidad son una sola y misma cosa. Cerremos los ojos un instante con él. No para no ver, no para protegernos del sol y de la muerte deslumbrantes, pero sí para recordar cómo la humanidad brilla en la noche, y para imaginar cómo hacerla brillar aún. Porque Sergio Bravo Ramos no se ha desanimado de haber tenido que morir. Hizo lo que tenía que hacer. ¡A nosotros ahora!