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THE WONDER O EL SACRIFICIO DE LA REINA

En ajedrez, la pieza más poderosa del tablero es la reina. Sin ella se hace virtualmente imposible ganar. En cine, el activo narrativo fundamental es que el espectador crea en la ficción que tiene ante sí y olvide, por tanto, que todo es una mera fantasmagoría. Un juego de sombras. Cuando un ajedrecista entrega deliberadamente la reina a su oponente es porque tiene un plan, o eso creemos.

En El prodigio(The Wonder), el director sacrifica su reina, dice de entrada que esto es una película, una ficción, un cuento, y no quiere que lo olvidemos. Pero claro, Lelio tiene un plan, o eso suponemos.

La apuesta es alta. Y la caída puede ser tan estrepitosa como lo alto de la cumbre.

Libertad y consistencia determinan el buen cine y a los buenos directores. La libertad va asociada a la idea de originalidad y arrojo.  La consistencia, en cambio, al motor lógico y causal que mueve cualquier obra narrativa. Libertad sin consistencia es un malabarismo de autocomplacencia tan aburrido como irrelevante. Consistencia sin libertad, es un zombi —tal como ocurre en la mayoría del cine comercial— que se mueve, avanza, pero carece de todo espíritu y es más bien un artilugio narcotizante. 

Desde los primeros minutos, al enfrentarse a esta adaptación de la novela homónima –basada en un hecho real- de Emma Donoghue (2016), uno tiene la impresión de que se abre una ventana, y un viento de originalidad comienza a insuflar vida al relato. Romper la cuarta pared —eso de que los actores miren directamente a la cámara e interpelen al espectador— se ha hecho muchas veces, con más o menos estilo. Acá tal recurso va más allá del mero prodigio narrativo, más allá del artificio, y se imbrica en el relato de forma tan original como coherente.

La película (alerta de spoiler) abre con un plano general de un estudio cinematográfico, una voz en off de una mujer relata la importancia de las historias en nuestras vidas, e invita a entrar en esta ficción que presenta. La cámara panea y mientras dejamos de ver el set, las luces, los decorados, entramos en una casa de época, donde la enfermera (Florence Pugh) está comiendo sola. Y sí, nunca en una película habíamos visto tanto comer a un personaje. Pero siempre de formas distintas. Mientras lo hace, la protagonista va fagocitando y masticando la ficción que la rodea. Es el arte de explotar cinematográficamente el pozo expresivo que supone el ritual de comer en soledad.

Florence Pugh en el rol de la enfermera alejada del mundo de la fe

Entramos así en esta Irlanda decimonónica, humeante, fría y con ese resabio medieval que se resiste a morir. En esta atmósfera crepuscular y decadente —potenciada por la simetría y el claroscuro de la fotografía— Elizabeth Wright, la enfermera, entra en escena. ¿Su trabajo? constatar la razón de por qué Anna, esta particular niña santa (interpretada por Kíla Lord Cassidy), no come, pero sin embargo se mantiene con buena salud. ¿Es efectivamente un prodigio de la Providencia o es solo una falsificación?

Valga la pena detenerse en la calidad actoral de ambas actrices. Lo de Florence Pugh no es nada nuevo, es una actriz de talento (ganó un Premio de Cine Independiente Británico en 2016 por su papel protagónico en el drama independiente Lady Macbeth)  que logra encarnar a Elizabeth, esta suerte de témpano de racionalidad que deja translucir a ratos un volcán interior, anegado de oscura lava. Es el corazón de la película, sin lugar a dudas.

Kíla Lord Cassidy: mandó un video casero para audicionar y cautivó a Lelio. Tenía 11 años.

Lo genuinamente sorprendente es el trabajo de Kíla Lord Cassidy, actriz de 13 años que tuvo su debut en el cine hace casi tres años, en el filme de suspenso La portera, que audicionó para la película de Lelio a los 11 y quien no pudo entrar al estreno de El prodigio, por no tener la edad requerida. Pocas veces se ha visto a una niña interpretar en un grado así de convincente, un personaje tan complejo y lleno de matices. Su interpretación es subyugante, demoledora y plagada de verdad. A tal punto que en momentos asusta tanta verosimilitud. Es el espíritu del filme, el prodigio.

Es verdad que detrás de todo esto, conviene recordarlo, está la mano del director. Suya será la gloria, o el infierno, por los siglos de los siglos, amén.

Como suele ser una constante en la obra de Lelio, El prodigio está entretejido en una densa capa, subyacente e implícita, de dilemas éticos que cruzan todo el metraje, pero que no caen en las florituras de una moralina barata. Baste como ejemplo de esa elegancia sustractiva La sagrada familia. En este caso, una de las líneas que vertebran el relato es esta suerte de vía crucis en la que está sometida la protagonista por el resto de los personajes: ¿qué hace esta mujer, viuda, agnóstica e inglesa en nuestro santo redil? ¿quién es ella para decirnos qué hacer o pensar?

Es, en última instancia, la colisión del mundo común, ordinario y predecible, con lo otro, lo diametralmente otro, lo exógeno, no solo lo extranjero, sino más bien lo alienígena. Elizabeth entra como un suave viento a través de una ventana en este mundo decrépito, consumido por el salvajismo de una fe brutalizada y envilecida, pero cuando los demás quieren cerrar los postigos e impedir su paso, esa brisa se troca en un huracán, que echa abajo no solo la ventana y la puerta (recordamos acá el poema de Neruda La pregunta) sino la casa completa.

Elizabeth es movida por una pulsión oculta: sublimar y purgar la muerte de su hijo, y, el portal que le permite aquello es quemar sus naves y salvar la vida de la pequeña Anna, entrando, para tal efecto, en su cosmos religioso, resucitándola a la vida con otro nombre en un bautismo de fuego. Necesita olvidar, para ello, sus propios dogmas empiristas y aprender el idioma de fe que la niña profesa, su espuria ritualidad, para así, paradójicamente, despertarla del ensueño. De nuevo el poder de la ficción se inmiscuye en su mundo aséptico. Como sentencia Ortega y Gasset, sin metáfora no hay ciencia.

En definitiva, una película que merece ser vista en un cine, con toda la procesión, pompa y unidireccionalidad que esto precisa. La volatilidad atencional y los muchos estresores que circundan una pantalla doméstica le pueden jugar una mala pasada a esta historia. Quizá su progresión dramática se quema a un fuego demasiado lento para el histerismo inmediatista que prima hoy en las plataformas de streaming, pero, aun así, encontrará su público en el mar de espectadores de Netflix. Y no será poco.

¿Le falta ese toque de comedia negra que todo drama psicológico incorpora en su receta de cocina narrativa? Puede ser, pero no se echa en falta. La libertad tiene sus costos, y salirse de la receta, también. Para quienes saben esperar, y no buscan evadirse en la enajenación de una pantalla, es esta película. Para quienes esperan que una ventana se abra, un portal hacia dentro, hacia las preguntas incómodas, a los que valoran esa piedra en el zapato que hace inmortal a toda obra de arte, para ellos es esta película.

Y en efecto, la cinta sacrifica la reina, este contrato tácito que firmamos ante cualquier obra de ficción, que juzgamos por real mientras nos encontramos dentro de su jurisdicción y que procuramos olvidar su falsedad en beneficio de entrar en el mundo que se despliega ante nosotros. Esta obra busca, por el contrario, sacarnos de la ficción, en un ir y venir, para hacernos entrar de nuevo en el pantano, en la ilusión. ¿Estamos en la realidad en algún momento? ¿O la vida es sueño, un cuento que nos contamos? ¿Somos nuestros nombres? ¿Verdad y mentira son realmente separables? ¿Es Elizabeth la portadora de la luz de la razón, de la ciencia, o es solo otro cuento, otra mitología que se superpone al edificio de la fe?

El cine busca dejar algunas ideas, ciertas intuiciones, un eco emocional resonando en el fuero interno del espectador, y esta obra lo acomete cabalmente. Eso ya es mucho decir para una película.

The Wonder (2022). Drama. Dirección: Sebastián Lelio. Reparto: Florence Pugh, Kíla Lord Cassidy, Tom Burke, Niamh Algar. Producción: Netflix, House Productions y Element Pictures. Reino Unido. 103 minutos

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