Chispeante, risueña, ronca, un poco infantil y dueña de un carisma que ya no se encuentra a la oferta del mercado actual. Pero además una actriz que lo mismo pudo dar a la neurosis contemporánea el paisaje de su rostro, como contener a una comediante experta y a la persona auténticamente amable que era bajo las apariencias glamorosas de la estrella.
Musa de Antonioni para un cuarteto de películas de alto calibre –La aventura, La noche, El eclipse y El desierto rojo– Mónica Vitti fue la cara femenina de estos filmes ícono de la incomunicación burguesa europea de la post-guerra. De este mundo altamente intelectualizado, pasó sin transiciones a la comedia, su género natural, de la mano del maestro Mario Monicelli en La muchacha con la pistola, donde era una siciliana del mundo popular que viajaba a Londres a cobrarse el honor perdido. Por los veinte años siguientes se rió e hizo reír con la misma eficacia con que antes nos angustiara y sedujera.
Su sonrisa franca y amplia, su nariz imperfecta, su mirada lánguida y miope, pero cargada de intenciones y su melena convenientemente rubia conocieron poco de la usura del tiempo. Una forma de Alzheimer y el amor de su marido la sustrajeron de la atención pública desde comienzos de siglo. Parece imposible que haya fallecido a los noventa años.
Algunas de sus frases:
“Me duele hasta el pelo.” (El desierto rojo)
“Antes muerta que deshonrada.” (La muchacha con la pistola)
“Las actrices, digamos feúchas, que tanto éxito tienen en Italia hoy, me lo deben a mí. Yo fui quien echó la puerta abajo.”
“Es Roma la eterna, no nosotros.” PP