MATAR A PINOCHET: NADA ES LO QUE PARECE

Resulta llamativo que tres películas de ficción estrenadas en 2020 tengan como centro, o como elemento importante, a personajes militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). A casi tres décadas del proceso de descomposición del grupo armado, pareciera que la ficción puede, con mayor seguridad y licencias, abordar a figuras que por sus acciones y resultados incomodaron a la clase política que negoció la transición a la nueva democracia.

La fragilidad mencionada explica el surgimiento de las miradas revisionistas del FPMR a través del cine, planteadas de distintas formas y profundidades en las películas Pacto de fuga (David Albala), Tengo miedo torero (Rodrigo Sepúlveda) y Matar a Pinochet (Juan Ignacio Sabatini). Esta última, que abordaremos acá más en profundidad, se adentra en el atentado a Pinochet de 1986, aspecto que lateralmente toma también la película de Sepúlveda basada en la novela de Pedro Lemebel.

No es menor esa seguridad que podrían entregar los años; es cosa de ver lo que ocurrió con Cicatriz (El atentado a Pinochet),de Sebastián Alarcón, estrenada en 1996, a diez años del fallido atentado. Le costó encontrar financiamiento, sufrió varios percances en su rodaje, por sospechas de Carabineros al ver personajes uniformados siendo filmados y fue, prácticamente, invisibilizada en su estreno en salas.

Esto, a pesar de que se tomaba grandes licencias argumentales respecto a lo ocurrido, con un protagonista que venía desde Moscú a participar del atentado (Alarcón forjó su carrera en la URSS y la película era una co-producción con Rusia), culpándolo del fracaso del intento de magnicidio porque no se atrevió a disparar el cohete al auto donde iba Pinochet, al percatarse de que iba su nieto a bordo.

De todas formas, la película poseía aspectos muy rescatables, como mezclar la trama de cómo se construyó el plan del atentado con registros documentales de la UP y de la represión post-golpe. Intención documental donde reposaba la iniciativa de sus protagonistas: sus ansias de liberar al país de una dictadura criminal.

Finalmente, pese a ciertos ripios argumentales, Cicatriz también desmitificaba a los militantes del Frente, poniéndolos como un grupo no del todo cohesionado, aunque sí disciplinado. Con un oficio muy destacable, Alarcón trató de hacerlos de carne y hueso, bajo un ritmo cinematográfico bien equilibrado y cercano a esos thriller políticos que, en los años 70 desde Costa-Gavras a Alan J. Pakula, sentaron precedentes.

Planteo estos aspectos, porque curiosamente y con el relajo que puede traer el paso del tiempo, los tres filmes mencionados toman caminos donde la reflexión política no es asumida con propiedad, o más bien, está blanqueada. En Pacto de fuga se puede justificar debido a una intención genérica -el suspenso guia los tiempos y las acciones, por sobre los lineamientos ideológicos de los protagonistas-  que busca encajar más en el sub-género del escape carcelario que en un thriller político, y hay que reconocer que en estos términos funciona bastante bien.

En Tengo miedo torero hay una intencionalidad más melodramática, coherente con la personalidad del protagonista, La Loca del frente, que se cruza con un militante que parece más llevado por las circunstancias que por una convicción política. En ambas, la dictadura se siente presente, pero no afecta diametralmente a los personajes, al menos no más que las consecuencias del terremoto de 1985 en el caso de la película de Sepúlveda.

Justamente la coherencia genérica de estos filmes es lo que los mantiene de pie al lograr un efecto emotivo, dejando poco respecto a ciertas miradas a los procesos políticos sobre los cuales se posan, y menos al rol histórico del FPMR. Una estrategia que, al parecer, va de la mano de una clara intención de llegar a un público masivo e internacional.

En el caso de Matar a Pinochet, al contrario, sus objetivos son muy difusos, existiendo una indefinición que la arrastra a un resultado bastante irregular. ¿Es un thriller político; una película que busca reconstruir detalladamente los hechos o, finalmente, una mirada sobre la Comandante Tamara y sus conflictos personales y de clase?  Todas estas posibilidades están sobre la mesa, pero nada está muy claro o no se termina de dibujar del todo.

En primer lugar, el guión se puebla de ciertos diálogos o escenas donde emergen frases que buscan tener un peso trascendentalista, que da atisbos de configurarse como un thriller político. Pero la estrategia se instala con trazos muy gruesos, al levantar además personajes tiesos, convencidos, y con una claridad sorprendente frente al desafío de atentar contra Pinochet, sin matices que generen una conexión emotiva con ellos, aspectos donde Cicatriz y Pacto de fuga dan cátedra.

Curioso resulta esto, pensando en el vínculo que la película dice tener con Los fusileros, el libro-crónica de Juan Cristóbal Peña y en el cual afirma basarse, donde están perfilados detalladamente cada uno de los participantes del atentado. Poco se entienden ciertas motivaciones de personajes como Sacha o Ramiro, y queda en el aire la figura históricamente clave y polémica de El Bigote. Son personajes de consignas, estáticos, mientras que el libro los humaniza todo el tiempo.

Surge la duda, entonces, sobre la intención realista o, más bien, historicista de la película. La represión dictatorial sobre los personajes se atisba, pero no se levanta como un elemento motivante para sus acciones: el filme jamás se sumerge en alguna reflexión política respecto a la existencia misma del FPMR, base del mencionado libro de Peña. Pero tampoco plantea o deje situada una revisión histórica minuciosa sobre cómo se construyó el atentado a Pinochet.

De hecho, su ambientación es bastante pobre, al punto de que, en general, no se siente del todo como una película de época, ni tampoco como un filme que haya investigado en profundidad lo sucedido. Factor que entra aún más en crisis con un montaje que fracciona en demasía las escenas, yuxtaponiendo además distintas temporalidades lo que, sumado a la mencionada ambientación, termina confundiendo más que llamando al espectador a participar de la construcción del sentido de la película.

Finalmente, está la idea de que busca ser una especie de viaje interior a la mente de la Comandante Tamara (rol a cargo de Daniela Ramírez). Su voz es la guía principal, es reflexiva, a ratos omnisciente, y se aventura a pensar las razones del fracaso de la operación. Esto se cruza con su historia, donde sus ambiciones revolucionarias chocaron con su cuna familiar de clase alta, generando un quiebre irreversible.

Pero esta idea, que en un momento instala al filme en un carril más o menos claro, queda igualmente en el aire dado el fragmentario montaje y también porque sus motivaciones nunca son exhibidas con claridad y contundencia. Así, su destino trágico no logra ser heroico. Queda como una víctima de errores y de sus circunstancias algo que, estudiando un poco lo que en realidad su figura representó, es altamente injusto.

Otro pecado de la película de Sabatini es que confunde la reflexión política con un guión demasiado acartonado y con estructuras y montajes engorrosos que complejizan el contexto.

En este sentido, Matar a Pinochet se siente como una película timorata, esquiva y orgullosamente neblinosa, que teme sumergirse en esos cuestionamientos, perfilando la sospecha que instala su estreno, y también el de Pacto de fuga y Tengo miedo torero: que el cine político de ficción en esta última década (con muy pocas excepciones y al contrario del documental) ha dejado de ser sustancioso, y más bien se sostiene en poses o gestos. Es muy apresurado aventurar alguna tesis al respecto, pero quizás tenga que ver con no darle en el gusto a los prejuicios habituales en contra del cine chileno, esos que dicen que siempre se habla de lo mismo. Pero las intenciones genéricas que demuestran estas películas parecen darle la razón a esta observación.

Habrá que seguir a la espera de un filme de ficción que sí meta las patas al fango y que tenga la capacidad de dibujar con las aristas justas un momento trascendental en la historia reciente del país. En este sentido, un documental como El negro, de Sergio Castro, perfila mucho mejor los intereses y claroscuros del FPMR. PP

Matar a Pinochet, 2020. Dirección: Juan Ignacio Sabatini. Thriller, drama. Reparto: Daniela Ramírez, Cristián Carvajal, Juan Martín Gravina, Gastón Salgado, Julieta Sylberberg, Gabriel Cañas, Mario Horton, Alejandro Goic, Luis Gnecco. Productora: Villano. 81 min. Chile.

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