Por María Eugenia Meza y Claudio Salinas
Contexto necesario
A mediados de junio de 1972, los procesos de estatización de la banca y de Reforma Agraria están muy avanzados, así como la respuesta de la derecha sediciosa, que pronto llevará al país al desabastecimiento con el mercado negro y el paro de los camioneros -que comenzará en septiembre, pero que llegará a su punto más alto en octubre-, en sintonía con las cupreras estadounidenses que amenazan con embargar los cargamentos del mineral en el extranjero.
La Unidad Popular (UP), en cuyo seno hay dos posturas -avanzar sin transar y contemporizar con la DC- llama a organizarse constituyendo los cordones industriales, las Juntas de Abastecimientos y Precios (JAP) y otras formas políticas de participación popular y, a la vez, el Presidente Salvador Allende integra a militares y representantes de la CUT en un gabinete que busca aplacar la crisis. Las contradictorias internas del proceso de la UP se vuelven más que evidentes.

En marzo del 73, la UP obtiene el 43,4% de los votos en las elecciones parlamentarias (todo un hito a esas alturas del gobierno); los militares abandonan el gabinete y, en abril, comienza otra huelga feroz: la de los trabajadores del mineral de cobre El Teniente, contrarios al gobierno, que duró más de dos meses y medio. En su mensaje del 21 de mayo, Allende habla de la democracia en peligro, y poco más de un mes después, el regimiento blindado N° 2 de tanques se revela, en lo que se conoce como el Tanquetazo. Ya, a esas alturas del mandato de Allende, la crisis entra en una fase terminal.
En medio de ella, en una fecha que no es posible de determinar a ciencia cierta, al igual que la lista de firmantes, un grupo de cineastas chilenos adhirió a una declaración que, al poco andar, pasó a denominarse Manifiesto de los Cineastas de la UP, en que sientan las bases de su pensamiento en relación al rol que este arte debe cumplir en la sociedad (ver texto completo en nota aparte y comentario al respecto de Héctor Soto, en la revista Primer Plano original). La acción es posterior a los filmes que han sentado las bases del llamado Nuevo Cine Chileno, que corre a la par de diversos movimientos similares en toda América Latina, los que dan origen al llamado Nuevo Cine (bastante original en sus formas y, también, variopinto en temas y problemas locales) que, a su vez, recogía la inquietud de búsqueda que había surgido en la década anterior en Inglaterra (Free Cinema) y Francia (Nouvelle Vague), entre otras cinematografías.
El Manifiesto se planteaba…. “contra una cultura anémica y neocolonizada, pasto de consumo de una élite pequeño burguesa decadente y estéril, levantemos nuestra voluntad de construir juntos e inmersos en el pueblo, una cultura auténticamente NACIONAL y por consiguiente, REVOLUCIONARIA”. (Mayúsculas de las publicaciones originales).
Además, se filma. Claro que se filma, y mucho.
Entre 1972 y 1973, una veintena de obras cinematográficas fueron realizadas. Las que dan origen a este texto y otras diecisiete: algunas llegaron a las salas de cine (Ya no basta con rezar, Aldo Francia; Operación Alfa, Enrique Chacho Urteaga; El diálogo de América, Alvaro Covacevic), otras sólo fueron escasamente exhibidas o no llegaron a ser estrenadas, como los cortos documentales Comandos comunales (Patricio Guzmán), Compromiso con Chile (Fernando Balmaceda), Los minuteros y Poesía popular, la teoría y la práctica (Raúl Ruiz, perdida); y el corto de animación Pulpomomios a la chilena (del dibujante argentino Oscar Oski Conti, recuperada por la Usach y disponible ahora en su archivo). Casos aparte constituyen La respuesta de octubre (Patricio Guzmán), La tierra prometida (Miguel Littin) y Palomita Blanca (Raúl Ruiz) que fueron rescatadas de Chile, completadas y exhibidas en años posteriores.

Los meses anteriores al golpe de Estado fueron filmadas Abastecimiento (Raúl Ruiz, no exhibida), El benefactor (Bruno Gebel, estrenada el 21 de mayo de 1973), Autorretrato (Maurice McEndree, con estreno en noviembre del 73), La expropiación (Raúl Ruiz, terminada en Francia ese mismo año), La metamorfosis del jefe de la policía política (Helvio Soto, terminada a mediados del 73 y estrenada en París a fines de ese año) y dos documentales perdidos -hasta ahora- de Raúl Ruiz: Nueva canción chilena y Palomilla Brava, sobre el casting para elegir a la protagonista de la película de ficción Palomita Blanca.
Contraposiciones cinematográficas
En medio de ese panorama, era plausible pensar en una cierta uniformidad estético ideológica de los cineastas que apoyaban a la Unidad Popular. Sin embargo, los tres filmes recuperados para el público en 2024 demuestran que la diversidad existía y que el llamado compromiso no impedía la autocrítica certera (aunque acotada a filmes específicos) e, incluso la más mordaz, como es el caso de El realismo socialista y Esperando a Godoy. Una lúcida autocrítica que podía ser muy mal vista en esos momentos en que, dada la virulencia de la oposición, se prefería aplicar el dicho de que la ropa sucia se lava en casa, aunque fuera más de los dientes para afuera que real. El primer año, por el contrario, parece acercarse más a lo delineado en el Manifiesto (de los cineastas de la UP), aunque no absolutamente.
La exposición a estas tres películas da cuenta de un panorama bastante más rico que la adhesión sin matices a un ideario político y dan cuenta, sobre todo los dos largometrajes de ficción, de una búsqueda de formas narrativas menos convencionales. Su vigencia en el tiempo así lo atestigua. Claro, la actualidad de estas películas está muy determinada porque sabemos qué ocurrió después, y tenemos en la retina el diario del lunes, por así decir, en el que podemos leer, de manera general, que los filmes en cuestión vehiculan una tragicomedia de las pequeñas burocracias iluminadas distanciadas de las clases trabajadoras, de manera irreconciliable.
Dos datos atraviesan los tres filmes. El primero es la relación con la Escuela de Artes de la Comunicación de la Universidad Católica (EAC), cuyo ámbito dedicado al cine no contaba con una plana oficial cercana a la UP, muy por el contrario. Guzmán, quien había comenzado sus estudios en el Instituto Fílmico, entidad previa a la escuela, consiguió que la dirección académica aprobara que la propia EAC fuese su casa productora para El primer año. Los realizadores de Esperando a Godoy eran alumnos de la escuela y Ruiz uno de sus docentes más preciados, aunque externo a la planta docente (de hecho hizo clases durante un semestre sin que llegara nunca a estar contratado por la universidad).
El segundo dato, no menos importante, es que dos de esos filmes fueron registrados por la cámara de Jorge Müller, gran y joven director de fotografía que da a El realismo… y Esperando… una imagen profesional, alejada del esteticismo, pero cuidada, elocuente y efectiva.
Quizá esa cercanía entre los jóvenes cineastas y Ruiz es la causa de algunas de las similitudes formales y de contenido de ambos filmes, aunque lo más destacable es el hecho de que las dos películas se hayan permitido la libertad y el privilegio de criticar diversos aspectos y comportamientos partidarios -de los mandos medios- del momento político. Alejadas de los términos del Manifiesto, ambas creaciones hincan el diente en situaciones cercanas a lo que ocurría, aunque desde una mirada inquisitiva, perspicaz y lúdica. Cuestión certera, porque constituyen un punto de vista que pone el foco en algunos modismos y prácticas de cierta intelectualidad de medio pelo que se autopercibía como la vanguardia y la evangelizadora de las clases populares. Una intelectualidad que miraba en contrapicado a las capas populares, sin integrarlas, realmente, en el proceso de transformación social iniciado por la UP.
1.

El realismo socialista juega con el nombre de la famosa corriente artística ligada a los socialismos reales, especialmente chino y soviético, de la primera mitad del siglo pasado. Juega, porque usa el término para mostrar cierta parte de la realidad (ubicada por fuera de la historia oficial de la UP) que, precisamente, nada ensalza a los obreros, fin que perseguía esta forma de arte. Ruiz confronta a intelectuales con obreros en las figuras de funcionarios de la cultura, militantes de un partido de la UP, y un escritor proletario. La mirada de Ruiz devela las contradicciones entre sus “buenistas” intenciones y sus falsos discursos, sus actuares contrarios a la ética y épica de esos años y, finalmente, una razón de peso para el descalabro de las transformaciones estructurales pretendidas. El cineasta prefigura una calle sin salida, mediante diálogos y situaciones llenos del humor propio de Ruiz: surreal a la chilena, mezcla de chispeza (como se diría hoy) con esa patética sobreintelectualización política de los militantes burgueses de la época.
Captadas en blanco y negro (aunque en la versión restaurada hay inserciones en un virado al tono rojizo) las escenas tanto en fábricas como en otros espacios muestran un Chile casi extinto, pero reconocible. Ruiz hace uso de un recurso que proviene del neorrealismo italiano, al trabajar con gente común y corriente (actores naturales como se diría hoy), mezclada con actores profesionales. También estelarizan amigos del realizador, como el poeta Waldo Rojas, quien interpreta al funcionario de la editorial estatal que, lleno de buenismo, llega a un campamento a ofrecer la realización de un taller literario, concibiéndose como una especie de ventrílocuo de las clases subalternas. El único que podría haber estado de verdad interesado es un escritor obrero, que se opone de manera confrontacional y con razones fundadas a la iniciativa. El personaje, central en la trama y quien encarna las contradicciones y traiciones en el seno de su clase-ya que será castigado por robar en la fábrica estatizada donde trabaja- es interpretado por Juan Carlos Moraga quien, a la sazón, tenía un alto cargo en Chile Films.
La visión de Ruiz plasmada en una película que, en su versión original, nunca fue estrenada en Chile, deja muy atrás el panfleto o el sesgo partidario, y da como resultado una obra de compleja y vigente lectura, por las diversas capas que construyen el argumento coral. En su momento no fue bien recibido por los burócratas del cine nacional y sólo pudo llegar a las pantallas de cine décadas después, gracias al rescate y nueva guionización realizado por la cineasta Valeria Sarmiento y el equipo de Poetastros. La posibilidad, quizá escasa, de ver los materiales recuperados sin intervenir permite notar cierta tendencia a morigerar la ironía y la crítica, sin que por ello se desvirtúen las intenciones originales del cineasta. Ni menos desactivar la cáustica e irónica mirada propuesta por el filme.
2.

Perdido durante décadas en los archivos de la PUC, Esperando a Godoy fue rescatado por Cristián Sánchez quien, en conjunto con la Cineteca Nacional de Chile, realizaron un trabajo de recuperación y restauración para revivir el primer largometraje de estos jóvenes realizadores quienes, por entonces, tenían sus estudios de cine en curso.
Visto a más de 50 años de su realización, el filme, al igual que el de Ruiz, muestra aquello que en la época no se quería ver: el verticalismo político, la burocracia que trababa todo, la falta de conducción y de directrices de la izquierda, y la ausencia de posibilidad de puentes entre sectores de centro y el bloque gobernante.
Su título es una paráfrasis, en este caso de una obra de teatro, Esperando a Godot de Samuel Beckett. Acá quien no llega es un dirigente del mundo proletario al que esperan -para conocer la bajada de línea política- integrantes del frente cultural, acompañados de algunos miembros de la clase obrera, quienes se han tomado un piso del Ministerio de Educación exigiendo la creación del Ministerio de la Cultura. La toma es un gesto precario y sus protagonistas viven conflictos tanto políticos como personales. Incluido Godoy quien, interpretado por Juan Carlos Moraga, parece más interesado en las disquisiciones de un romance entre él y una chica burguesa (Carmen Bueno) presente en la toma y que ha abrazado la causa popular. El guion muestra, además, a un grupo de militantes democratacristianos que coinciden en el edificio y que igualmente están cruzados por tensiones que van desde lo partidario al cinismo político y a lo íntimo y personal.
En la misma línea de El realismo…, Esperando a Godoy es una mirada crítica a la, por así llamarla, vida cotidiana de militantes de base de diversos partidos. Presentada mediante secuencias que llegan al absurdo y al humor incluso negro, esta visión se aleja de la externa y combativa declaración de principios del Manifiesto, sin dejar por ello de profundizar en procesos internos del momento histórico y en la vocación por mostrar un Chile más cercano a lo real que una imagen afiche.
Quizá la influencia de obras como las del francés Eric Rohmer hayan llevado a la tríada de realizadores a un exceso de discursividad. Pese a ello, el filme es un logrado y profesional intento de captar lo que sucedía, desde una vereda menos convencional, tanto en el relato como en su factura. Constituye, junto con la obra de Ruiz, en una lectura del proceso diferente a la , menos nostálgica y emotiva, pero más inquisitiva y que explora, finalmente, en las causas internas del descalabro de la UP, sin nombrar nunca al Presidente Allende.
3.

La versión restaurada y remasterizada de El primer año de Patricio Guzmán, que fue estrenada este año en Chile, contempla una introducción en francés realizada por el cineasta galo Chris Marker. La misma trata de demostrar que Chile es diferente al resto de los países latinoamericanos desde los mapuche en adelante, y resulta acorde con la imagen reinante entonces sobre el país, una imagen más bien mitológica que real (*) que suponía –por ejemplo- una continuidad democrática desde 1810, lo que evidentemente no se corresponde con las variadas y numerosas asonadas militares y conservadoras que registra la historiografía nacional.
La secuencia enmarca el contenido de un documental estrenado en Chile en julio de 1972, al calor de un país donde las aguas se movían enérgicamente tanto en la superficie como en las profundidades, y que tiene como línea central la escucha de diversos actores tanto del mundo proletario, como del político proclive al gobierno.
El filme abunda en la presentación de los problemas reales y en los testimonios de la lucha de clases existente. Marchas, festejos del 18 de septiembre y del primer año del gobierno de la UP se cruzan con momentos de la macro historia, como los avances de la Reforma Agraria, la nacionalización del carbón y del cobre, la visita de Fidel Castro; y, con un metraje que se hace largo, el nacimiento de la Izquierda Cristiana, segundo partido escindido de la Democracia Cristiana en un breve lapso.
En comparación con los filmes ya analizados, Guzmán se alinea con los fundamentos del Manifiesto, construyendo una película que ensalza la lucha de los trabajadores y los logros de Allende y su equipo en el poder. No hay una brizna de crítica y, quizá, la característica que lo salva de ser un absoluto documental propagandístico es su estructura convencional, narración en off incluida, que presenta las imágenes de modo distanciado y casi frío, aparentando no tomar partido.
Sin embargo, la selección de los registros y la música de tono épico se contraponen a esta sensación y el filme no muestra, sino hasta el final, los contrapuntos que hicieron del período uno de los más polarizados de la historia del país en la segunda mitad del siglo XX. En las tomas de la llamada Marcha de las Cacerolas, protagonizada por mujeres de clase alta contrarias al gobierno de Allende, el documental gira la mirada hacia ese sector de Chile que, prontamente pasaría al protagonismo y permite que la narración tenga un final abierto.
Más allá de sus falencias, El primer año es un registro histórico de gran importancia, que marca la impronta estética y narrativa de lo que será el cine de Patricio Guzmán siendo, además, su fotografía un talentoso trabajo de captura del sujeto popular y colectivo, producto de la intuición de un casi adolescente director de fotografía: Antonio Ríos.
El realismo socialista. 1972-73 / 2003. Guion, dirección y producción ejecutiva: Raúl Ruiz. Fotografía y cámara: Jorge Müller. Sonido directo: José de la Vega. Elenco: Jaime Vadell, Nemesio Antúnez, Raúl Ruiz, Percy Matas, Waldo Rojas, Javier Maldonado, Juan Carlos Moraga, Marcial Edwards, Kerry Oñate, Darío Pulgar y muchos otros.
2023. Guion, dirección: Valeria Sarmiento. Dirección de producción y producción ejecutiva: Chamila Rodríguez. Dirección de post producción y diseño sonoro: Galut Alarcón. Coordinador de restauración: Claudio Leiva Araos. Restauración de sonido y mezcla: Marcos Salazar. Música original: Jorge Arriagada. Ficción. Duración: 78 min. / 16 mm / Blanco & negro. Casa productora: Poetastros.
Esperando a Godoy. 1972-73 / 2003. Dirección y guion: Cristián Sánchez , Rodrigo González y Sergio Navarro. Fotografía y cámara: Jaime Bórquez, Jorge Müller, Leonardo de la Barra, Samuel Carvajal. Sonido directo: Bernardo Menz, Boris Portnoy y Miguel Costa. Postproducción de sonido: Leonardo Céspedes. Elenco: Carmen Bueno, Waldo Rojas, Juan Carlos Moraga, Kerry Oñate, Sonia Tagle, Andrés Quintana, Agustín Cardemil, Jaime Vadell, entre otros. Ficción. Duración: 110 min. / 16 mm / Blanco & negro. Casa productora: Nómada Producciones.
El primer año. Dirección y guion: Patricio Guzmán. Producción: María Teresa Guzmán. Producción general: Felipe Orrego. Dirección de fotografía: Antonio Ríos. Cámara: Antonio Ríos, Fernando Campos, Gustavo Moris, Jorge Müller, Mario Rojas G., Pablo Perelman. Montaje: Carlos Piaggio. Sonido: Eugenia María Rodríguez-Peña. Voz en off: Marcelo Romo y Orlando Lübbert. Documental. Duración: 100 min. / 35 mm / Blanco & negro. Casa productora: EAC (PUC).
(*) Baste con escuchar las primeras frases del discurso de Allende en la ONU y contrastarlas con lo que ahora sabemos de la historia de Chile.