REALISMO SOCIALISTA, PERO NO MUCHO…

Digámoslo de entrada: la operación de rescate de El realismo socialista se justifica plenamente.

Distantes ya aquellos apasionados años en que la neutralidad era sospechosa, hoy la película brilla por su soterrado humor, incisiva ironía y necesaria distancia. Ha pasado medio siglo en los que la calificación de realismo ha conocido todos los matices y tambaleos de las certezas de otrora, mientras que el socialismo ha descendido varios escalones en la magia que alguna vez invocó.

Hoy resulta transparente lo que aquella época no estaba disponible para disfrutar: una dosis saludable de escepticismo sobre las posibilidades reales de cumplir con lo que se soñaba. Todo intento de refundación colectiva no admite muchos matices en su momento álgido, por lo que proponer una mirada satírica era evidentemente temerario en aquel momento y corría el riesgo de volverse inútil. Lo dijo el propio Raúl Ruiz en una entrevista para el cuarto número de Primer Plano y que ahora hemos republicado.

La mirada desde el presente ha sacado lustre a la película y la síntesis del metraje original (cuatro horas) que ha sido estrenada es toda ganancia para el espectador actual, ya que permite entender la época sin explicarla ni justificarla, solo narrándola.

Fotogramas gentileza productora de cine Poetastros

Los mundos paralelos en que se mueve el relato son los que componían la heterogénea Unidad Popular: proletarios y pequeños burgueses. Ambos dicen querer lo mismo, pero las estrategias difieren, lo que debiera conducir a dispares resultados. Por eso es fundamental que los personajes de la película dialoguen hasta que les duela. El asambleismo, las discusiones bizantinas y las reuniones  constituyen la mayoría de las escenas de la película. Hay un auténtico fervor discursivo que parece ser la panacea para resolver los problemas que presenta la realidad. Los cigarrillos y el café son los elementos de utilería que más abundan escena tras escena, junto a sillas y mesas. Ya esta reiteración obsesiva por los mismos elementos algo está diciendo en relación a lo que opina el narrador sobre este mundo saturado de repeticiones, que no alcanzan la monotonía gracias a las variantes que el cineasta sabe introducir para amenizar.

Mientras los obreros que se han tomado una fábrica están urgidos por la necesidad de volver al trabajo, los dirigentes políticos discuten sobre la estrategia más conveniente para ello y demoran la vuelta a la producción. Dos antiguos compañeros de colegio, Javier Maldonado y Marcial Edwards (amigos en la realidad y personajes recurrentes en la obra chilena de Ruiz) se juntan en el auto del segundo y descubren estar en bandos opuestos. Entonces deciden resolver las cosas como hombres: se bajan y se arremangan la camisa a los pies del monumento al general Baquedano.  Uno de los obreros de la fábrica tomada “expropia” herramientas para beneficio propio, pero en el campamento en que ha sido aceptado consideran este hecho como un robo. Alguien alega que eso es moral burguesa. Surgen también un proyecto de los intelectuales para viajar a París, los temores de un burgués de perder sus posesiones, el peligro latente de un estallido violento.

Llama la atención que en este cuadro las mujeres brillan por su ausencia, lo que corresponde al retrato de época que es.

Resalta la destreza del director de fotgrafía y camarógrafo Jorge Müller (responsable de las elocuentes imágenes, como también de parte de las de La batalla de Chile de Patricio Guzmán) para pasar de la épica de las escenas colectivas, a la sátira de los infinitos diálogos en los que se planifica un futuro que nunca llegará, como queda implícito en más de alguna escena involuntariamente profética. Resulta significativo que también La expropiación del mismo Ruiz hoy pueda ser leída como una transparente advertencia del próximo golpe de estado que se preparaba subterráneamente en aquel entonces. No es que queramos a posteriori atribuirle un don profético a Raúl Ruiz, pero su postura no mistificadora del proceso le permitía sentir, como a todo buen creador, los signos inefables de los tiempos.

Hubo una estructura en alguna parte, pero ahora se ha perdido y han quedado sus vagos ecos”, dijo alguna vez Ruiz sobre la música de Richard Strauss. Esta afirmación puede ser aplicada perfectamente a la película ordenada ahora de una manera que no es la misma de antes. El montaje actual (obra de Valeria Sarmiento y Galut Alarcón, dos serios estudiosos de la obra de Ruiz) ha elaborado una síntesis de un material más abundante. Se podrá discutir la validez de dicha síntesis, pero es evidente que el resultado tiene mucho que decir a quienes “ya no somos los mismos”, en palabras de Neruda. Y es que una obra artística tiene la capacidad de interrumpir la cadena lógica de causas y efectos espacio-temporales para suspender el transcurrir de la razón y reemplazarlo por la intuición y el reordenamiento compositivo que conlleva toda operación auténticamente creativa.

Esa estructura que estuvo en alguna parte del plan original ya no es necesaria, ya que el tiempo transcurrido desde la filmación ha ido agregando matices al material, a las escenas improvisadas, a las que fueron previstas y las que nunca se vieron. “La ironía corrió por cuenta del proceso”, como dijera el cineasta.

Hoy el combo no se le ahorra a nadie y el humor está repartido equitativamente entre los bandos en conflicto. Los burgueses, naturalmente preocupados por las posibles pérdidas que les puede acarrear el desorden generalizado, no son ni mejores ni peores seres humanos que sus oponentes, aunque puede que la mirada sobre los obreros sea más cercana y tierna, por la misma ingenuidad de sus tanteos a la hora de intentar administrar una cuota de poder que nunca tuvieron en realidad. Es esta actitud distanciada, pero observadora, la que aleja hasta el aroma del panfleto.

Lo que queda es una amable visión de una humanidad enfrentada a buscar un orden que aún no se vislumbra, a unos desafíos que resultan esquivos y a una realidad, tal vez social, pero difícilmente socialista.

Es esa mirada la que hoy resulta entrañable y al mismo tiempo épica,  nunca enfática,  siempre cercana y libre de afeites ideológicos y componendas de corrección a la moda del consumo actual. Para las nuevas generaciones la película contiene tesoros de observación sobre la agitada historia nacional de nuestro último medio siglo, pero además enseña un saludable ejemplo de libertad creativa sobre las etiquetas impuestas por una sociedad que señalaba en direcciones contradictorias y buscaba la manera de no ponerse de acuerdo. Es decir: cómo le dijera para que me entendiera…

El realismo socialista. 1972/1973. Guion, dirección y producción ejecutiva: Raúl Ruiz. Fotografía y cámara: Jorge Müller. Sonido directo: José de la Vega. Elenco: Jaime Vadell, Nemesio Antúnez, Raúl Ruiz, Percy Matas, Waldo Rojas, Javier Maldonado, Juan Carlos Moraga, Marcial Edwards, Kerry Oñate, Darío Pulgar y muchos otros.

2023. Guion, dirección: Valeria Sarmiento. Dirección de producción y producción ejecutiva: Chamila Rodríguez. Dirección de postproducciñon y diseño sonoro: Galut Alarcón. Coordinador de restauración: Claudio Leiva Araos. Restauración de sonido y mezcla: Marcos Salazar. Música original: Jorge Arriagada. Largometraje de ficción. Duración: 78 min. / 16 mm / Blanco & negro.  Casa productora: Poetastros.

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