Pese a que durante las últimas décadas Chile ha logrado múltiples avances en la obtención de derechos de reconocimiento y protección para las comunidades LGBTQ+, la violencia homo-lesbo-bi-transfóbica sigue siendo una realidad permanente y urgente de afrontar.
Así lo indica, por ejemplo, la última edición del Informe anual de derechos humanos de la diversidad sexual y de género en Chile, publicado en marzo de 2024 por el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (MOVILH), donde se reporta un alza de un 52% en casos y denuncias de discriminación/victimización en torno a la orientación sexual, la identidad de género y la expresión de género.
En la producción televisiva nacional de ficción, sin embargo, esta apabullante realidad es raramente abordada. Esto hace particularmente relevante interrogar aquellos trabajos que se alzan como excepciones.
Una de estas es la miniserie Zamudio, basada en el libro Solos en la noche: Zamudio y sus asesinos, del periodista Rodrigo Fluxá, que cuenta la historia real del asesinato homofóbico de Daniel Zamudio, joven que en el año 2012 fue torturado y golpeado por cuatro hombres en un parque en el centro de Santiago.
Como consecuencia del brutal ataque Daniel falleció, lo que aceleró la discusión y eventual aprobación de la Ley Antidiscriminación –popularmente conocida como “Ley Zamudio”– que llevaba años de espera en el Congreso Nacional.
A través de sus cuatro episodios conocemos la vida de Daniel y de sus cuatro asesinos, tomando como eje del relato el interrogatorio policial por el que estos pasan tras el violento ataque.
A nivel de su contenido, la miniseriedestaca por varios aspectos. Además de darle centralidad a la violencia homofóbica –cosa que, como ya dijimos, es algo muy poco habitual en televisión– Zamudio es la primera y, hasta la fecha, única serie nacional que tiene como protagonista a una persona que es parte de las comunidades LGBTQ+.
Daniel es un personaje que se aleja de las narrativas generalmente simplificadas y estereotipadas a través de las cuales la ficción televisiva chilena ha puesto en imagen la homosexualidad. Es un protagonista complejo que cruza permanentemente los límites de lo moralmente aceptable.
Lo hace, por ejemplo, mediante su capacidad de mentir con el objetivo de lograr sus propósitos. El mayor de ellos: dejar atrás el barrio popular en el que vive junto a su familia y transformarse en modelo y figura televisiva, “el gay más famoso de Chile”, como dice al finalizar el primer episodio.
A través de este retrato, la miniserie no asocia la calificación de víctima al comportamiento de Daniel, escapando tanto del estereotipo homosexual como del cliché de la buena víctima. Durante los cuatro episodios, Daniel miente, roba y tiene actitudes clasistas, entre una serie de otros actos que niegan su caracterización como persona intachable.
Pese a esto, la narrativa efectivamente lo construye como una víctima, pero no solo de la homofobia sino también de otras marginalizaciones –la pobreza, la inestabilidad familiar– que lo hacen tomar decisiones desencadenantes de una serie de aflicciones y problemas. Entre estas, por ejemplo, el alcoholismo que lo lleva a estar solo en el parque la noche cuando fue torturado.
Como ya fue mencionado, la miniserie se centra también en la vida de los cuatro atacantes. Lo hace mezclando intercaladamente, mediante flashbacks, tres tiempos: el interrogatorio a los inculpados, la noche del ataque y los días inmediatamente posteriores y, por último, el pasado de Daniel y sus asesinos, donde aparecen sus vidas marcadas por la pobreza, la marginalización y el abandono.
A través de este tejido temporal, la miniserie logra enlazar la violencia homofóbica con otras precariedades sociales, sosteniéndola incluso como un producto de estas. La homofobia se constituye, así, como algo propio del contexto social de marginalización y pobreza en el que se encuentran los cinco personajes centrales del relato.
Este contexto es construido estéticamente mediante el posicionamiento de los personajes en lugares que son representados de formas oscuras y atrapantes (clubs nocturnos, casas y departamentos desordenados, espacios públicos cargados con grafitis, etcétera) y la permanente presencia de la canción central, Noche profunda, de la banda chilena Dënver.
Es aquí donde radica el mayor problema de la miniserie, en tanto este necesario posicionamiento contextual de la homofobia termina no solo deslizándose como una posible justificación de la misma, sino que también diluye su singularidad como problema social.
La violencia homofóbica queda enmarcada como un fenómeno propio de la marginalidad. Como resultado, mientras efectivamente se reconoce su preponderancia y presencia social, la homofobia pierde su distinción, haciéndose equiparable a otras violencias.
El mensaje parecer ser: en un contexto marcado por la pobreza y la precariedad de la que tanto víctima como victimarios son parte, algo así era esperable. Y, de esta manera, otra forma de estereotipo parece imponerse en el relato.
Pese a esto, Zamudio se alza como una producción ficcional que entrega herramientas relevantes para comprender la sociedad chilena contemporánea. La miniserie reitera la inevitabilidad de la violencia homofóbica mientras otras precariedades sociales continúen marcando la vida de los sujetos.
Se entiende, entonces, que la lucha contra la homofobia no está separada de las demás luchas contra toda la violencia estructural que está presente en la sociedad chilena. PP
Link al primer capítulo de la serie:
https://www.youtube.com/watch?v=Zi56SZRaI48
Zamudio. 2015. Director: Juan Ignacio Sabatini. Ficción. Reparto: Nicolás Rojas, Ernesto Meléndez, Michael Silva, Sebastián Rivera, Matías Orrego. Productora: Villano Producciones. 4 episodios. Chile. Disponible en YouTube.
Esta columna recoge parte de las discusiones y análisis realizados por un grupo de investigadores asociados al Núcleo de Investigación en Televisión y Sociedad de la Universidad de Chile (NitsChile).