El cuerpo y la mirada son temas centrales en La sustancia, la última película de la directora francesa Corelie Fargeat. El cuerpo como objeto de deseo y también de oprobio y rechazo, hasta lo monstruoso. El deseo como energía fundamental de la dominación masculina, la enajenación femenina y la industria del espectáculo, hasta el punto de la deformación total (tanto metafórica como real).
Coralie Fargeat (París, 1976) ha hecho de la mirada un eje principal de su cine. En su cortometraje Reality+ (2014) elaboró la hipótesis de un servicio tecnológico que permite, entre sus usuarios, modificar temporalmente su apariencia para lucir como supermodelos día a día, rehuyendo la ansiedad de la mirada hacia su verdadero cuerpo.
Es un cuento optimista, muy cercano cosméticamente a la ciencia-ficción de Black Mirror, donde un varón heterosexual se obsesiona con una problemática que puede considerarse, más que nada, femenina.
John Berger explicó este fenómeno en uno de los ensayos de su libro Modos de ver, que pretende traducir la historia del arte como la historia de la propiedad. La diferencia radical entre hombres y mujeres ha sido determinada, a través de siglos, por ciertas condiciones sociales que han deparado la supremacía masculina.
Si el despliegue social del varón es activo y hacia el exterior, el de la mujer es pasivo y hacia el interior; sin duda, esta diferencia se ha pronunciado a favor de la extrema sumisión femenina contra la que aboga el feminismo. Esto ha determinado un radical “modo de ver”:
“[La mujer] Tiene que supervisar todo lo que es y todo lo que hace porque el modo en que aparezca ante los demás, y en último término ante los hombres, es de importancia crucial para lo que normalmente se considera para ella éxito en la vida. Su propio sentido de ser ella misma es suplantado por el sentido de ser apreciada como tal por otro. (…) Los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se contemplan a sí mismas mientras son miradas. Esto determina no solo la mayoría de las relaciones entre hombres y mujeres sino también la relación de las mujeres consigo mismas. El supervisor que lleva la mujer dentro de sí es masculino: la supervisada es femenina. De este modo se convierte a sí misma en un objeto y particularmente en un objeto visual, en una visión”.
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John Berger explica que este sentido de la mirada erotizante es longeva: se profundiza desde la pintura del renacimiento europeo, donde el desnudo cobra fuerza hacia el siglo XVIII como motivo de propiedad para los varones burgueses, hasta llegar a la fotografía publicitaria de nuestra época.
La mirada masculina, a través de siglos, ha cobrado costumbre de proyectar un sentimiento de propiedad sobre la mujer y la mujer ha cobrado costumbre de emplear gestualmente una disposición a ser contemplada.
“Esta relación desigual está tan profundamente arraigada en nuestra cultura –dice Berger– que estructura todavía la conciencia de muchas mujeres. Hacen consigo mismas lo que los hombres hacen con ellas. Supervisan, como los hombres, su propia feminidad”.
Coralie Fargeat logra expresar este conflicto en los parámetros de la violencia cinematográfica.
En su primera película, Revenge (2017), Fargeat presenta un hecho de violencia gatillado por este mismo efecto del sentimiento de propiedad: una mujer de belleza desbordante es violada por un amigo de su pareja, al sentirse provocado por el erotismo de un baile.
No será socorrida por su pareja, sino perseguida y silenciada. Esto comienza un relato que es la venganza de la Mujer contra Los Hombres y contra su complicidad maligna conceptualizada en lo que hoy llamamos la cultura de la violación.
Por supuesto, esto se torna en una aventura fantástica, una persecución entretenida y violentísima en un desierto cromáticamente exacerbado al estilo de Mad Max: Fury road (2015). Este desierto se convierte en el sostenedor simbólico de la idea de venganza femenina y su deseo de sobrepasar al varón mediante una justicia cruenta.
A su vez, breves instantes en Revenge muestran un televisor transmitiendo lucha libre o carreras de autos, sugiriendo una cierta estética masculina internalizada en estos varones dedicados a la violencia (pues aquí son narcotraficantes y cazadores).
La mirada masculina deviene hacia una violencia potenciada desde los medios de comunicación hegemónicos, como la televisión.
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LA MIRADA DEL CAPITAL
En La sustancia, el campo de acción simbólico es la ciudad de Los Ángeles, capital norteamericana del cine y la televisión. Allí el contenido está determinado por el poder corporativo de la mirada masculina.
El productor televisivo (un excelente Dennis Quaid), mal educado y machista, imbuye su mirada lasciva sobre las protagonistas jactado en su poder ejecutivo. Pero su mirada lasciva no corresponde tanto a la de un depredador sexual (como en Revenge) como sí a la de un capitalista sediento por explotar, lucrar y vender.
El apetito de este personaje y su viril talante ridículo persigue el erotismo como una mercancía pura, su orientación sexual es el dinero. Y Elizabeth Sparkle y Sue (su otro yo), buscan, hasta las últimas consecuencias, satisfacer el deseo infinito de su explotador, cumplir con la expectativa masculina capitalista para así, ante todo, brillar (sparkle en inglés).
La belleza promovida por la televisión es representada de manera repetitiva, con un erotismo insistente que remite al estilo pornográfico. Fargeat impone un sentido del montaje que asedia la mirada masculina reflejada en las imágenes del contenido mainstream de las cadenas de entretenimiento. El ingenio aquí está en la contraposición de ambas miradas: el afán convexo masculino de mirar y el afán cóncavo femenino de ser mirada.
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Los cánones son ejecutados a costa de la ansiedad existencial de la mujer. Su hogar se convierte en una cárcel de introspección insoportable, su baño se convierte en un cotidiano escenario de violencia donde mirará su imagen una y otra vez, reviviendo cada día la exigencia tiránica del canon publicitario.
En una gracia de somatización, Sue se hunde en el vicio bohemio de Dorian Gray, Sparkle en la deglución de carnes. Coralie Fargeat, finalmente, presenta una fina y grotesca alegoría de la disforia femenina.
Fargeat expresa este dilema a través de una violencia corporal necesaria y un relato preciso de contadas imágenes. Cada una de sus sanguinarias fantasías se vale de un propósito enorme en el sentido poético de su visión.
La escena más violenta, inclusive, es la más poética de todas, no por una estetización de la violencia, sino por la función metafórica de esta: aquella pelea donde la Mujer envejecida es sometida por su otro yo frente al espejo, contemplando su fealdad por un momento, para luego ser azotada contra él, contra su propia imagen sanguinolenta, hasta morir.
Lo que sigue no deja de transgredir la fantasía grotesca. La mujer insiste en su necesidad de perfección hasta convertirse en un monstruo, autodestruirse, evaporarse finalmente sobre un monumento de fama.
La Sustancia es la pesadilla de la vanidad, donde la fútil perfección muta hacia una aberración de la carne que explotará inevitablemente, bañando de sangre a los espectadores sedientos de belleza televisiva, en las gradas del anfiteatro o de la sala de cine. Queda esperar, con gran entusiasmo, la tercera película de Coralie Fargeat. PP
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La sustancia. Dirección y guion: Corelie Fargeat. Reparto: Demi Moore, Margaret Qually, Dennis Quaid. Casa productora: Working Title y 21st Century Films. Terror. 141 minutos Estados Unidos, 2024.
Revenge. Dirección y guion: Corelie Fargeat. Reparto: Matilde Lutz, Kevin Janssens y Vincent Colombe. Casas productoras: Umedia y Canal+. Thriller.108 minutos. Francia, 2017.