En su cuarto largometraje, Bernardo Quesney (San Felipe, 1989) vuelve a hacer gala de un estilo de comedia que ancla en la ironía y en la crítica. Es un humor sutil, que puede o no arrancar carcajadas, pero seguro que sí sonrisas. En Historia & Geografía esa mirada se posa sobre múltiples temas, lo cual supone capas de profundidad diversas, algunas solo insinuadas.
En todos hay una cuota de conflicto no menor y una superposición de falsedades y egos.
Gioconda Martínez (Amparo Noguera) se ha hecho famosa en la televisión con un personaje grotesco, La Huachita, en una serie que, si bien partió como familiar, terminó siendo una serie para adultos, de dudoso gusto y subida de tono, de la cual se muestran algunos ejemplos.
Los otros protagonistas interpretan a militares de alto rango. Si la serie los blanquea o presenta de ellos una caricatura crítica es una incógnita, pero lo cierto es que ha sido exitosa y le ha valido notoriedad a Gioconda. El personaje de la serie recordará, a quienes vivieron la época, a la Cuatro Dientes, figura que divertía a las masas en las largas tardes sabatinas del gigante de la televisión, Don Francisco.
Pero ahora, tras el estallido social, Gioconda considera que debe cambiar de clave. Algo en su discurso y en su mirada indica que hay más oportunismo que convicción en esa idea.
Para llevar a cabo el giro, toma como punto de partida de una creación propia a La Araucana, el poema épico escrito por el español Alonso de Ercilla en 1574. No están dichas las razones de su elección, porque su única respuesta es que se le puso el tema entre ceja y ceja. La voz en off que acompaña partes del relato (Jaime Vadell) tampoco lo explica. Quizá se deba a que sabe que su padre admiraba ese texto y crea que trabajar esa obra demuestre que ella lo quería, pese a lo distanciados que estaban.
Buscando actriz y sala de teatro, intenta convencer de lo potente de su proyecto, que aún está en ciernes, a una exitosa figura del cine (Paloma Moreno) y se reencuentra con una compañera de carrera (Paulina Urrutia) quien, a la inversa suya, se ha hecho un nombre como creadora seria e intelectual. A todas les miente como estrategia. Entre ellas no solo hay tensión, sino menosprecio y burla. Incoherencia, también.
Se le cruza entonces Chalo (Pablo Schwarz), su amigo y alcalde de San Felipe, que busca la reelección y quien le propone, o más bien le impone, su participación como jurado en el concurso local de poesía. Dice que no; pero es un sí. En realidad, va.
Retorna a su pueblo, a la casa paterna, a su hermana Atenea (Catalina Saavedra) quien ha sostenido y sostiene el legado artístico-política del padre, un dramaturgo que se opuso a la dictadura creando un centro cultural absorbido por la municipalidad, en democracia.
De allí en adelante, aparecerán los otros conflictos, familiares, creativos, de inclusión.
San Felipe es mostrado con la pacífica tranquilidad de un pueblo, y también con su deterioro y sus problemas de inmigración. Quesney presenta las ambiciones y pequeñeces alcaldicias, la precariedad y a la vez el tremendo entusiasmo de quienes allí hacen cultura. Un entusiasmo amateur, lleno de buenas intenciones.
La estética de los espacios y de las creaciones que aparecen en las ambientaciones podría considerarse venida a menos, ajena a los estándares de la cultura contemporánea. La casa de la familia Martínez y el departamento de Gioconda son, por ejemplo, polos opuestos. Mientras la casa es el típico hogar paterno heredado por la hija y que mantiene muebles viejos, adornos y plantas que han quedado en un sitio sin responder a ninguna estética, manteles de hule, el departamento tiene un estilo definido, moderno, a la moda: demuestra que allí vive alguien con gusto, interesado en el arte.
La llegada de Gioconda y su proyecto que, de la noche a la mañana, es financiado por el alcalde, supone la violenta intromisión de formas de trabajo que, cual colonizador, la actriz fuerza a asumir al elenco del taller de teatro del centro cultural que coordina su hermana.
Así como ella es menospreciada por sus pares, menosprecia a su vez a estos actores provincianos que no son capaces de seguirla en su viaje, del que la propia protagonista sabe poco. La inclusión de tres haitianos, en roles de mapuches, tampoco ayuda a la comprensión de lo que la actriz pretende y suma un elemento más de fricción con su hermana.
Todo el proceso de puesta en escena de un texto, que su autora va armando a medida que sucede la acción, confronta la mirada hacia el arte de las hermanas, pareciendo Atenea tener una consistencia que Gioconda no posee: su postura frente a lo que hace es ingenua, acomodaticia y finalmente, demostrará que, como en la fábula del escorpión y la rana, su naturaleza es otra y tarde o temprano aparecerá. Esta analogía también se hace carne en varios de los otros personajes.
Los conflictos señalados bien podrían suponer una intensidad cercana al drama, pero están narrados en un suave tono de comedia, con una impronta de cotidiana cercanía. Las tres actrices principales, por ejemplo, componen personajes muy poco encantadores, mujeres pesadas se diría, a las cuales no dan ganas de querer. Esa distancia saca sonrisas. Sonrisas incluso sarcásticas. Muchos egos similares son posibles de encontrar en ámbitos no solo artísticos.
Si bien Quesney logra atraer con la trama, gracias a un guion bien estructurado, con quiebres inesperados, y con actuaciones sólidas y de interesantes matices, la factura cinematográfica deja vacíos que, muy posible, a simple vista pasen inadvertidos.
Algunos ejemplos: la inquietante música que acompaña los créditos del inicio augura una atmósfera que no existe en el resto del relato; tampoco estos (una colección de fotos de figuras teatrales naciones de distintas épocas) guardan relación con los créditos animados del final de la película. Son elementos disímiles, atractivos en sí, pero –sobre todo los collages del comienzo– sin una aparente relación con el filme, más allá de ser una película que gira en torno al teatro.
La voz en off, aparece y desaparece (a veces por mucho rato) sin que quede clara la razón de estos cambios. La fotografía, salvo planos muy específicos, no parece ser un elemento en el cual el director haya hecho énfasis, como tampoco el montaje.
Hay una cierta pobreza en el uso de todos los recursos de la amplia paleta cinematográfica. Cuentan la historia, sin más búsqueda estética. Solo la puesta en escena final de la obra creada, y las reacciones del público, rompen con esta ausencia de búsqueda en la estética de la imagen, acercando la película a un cierto expresionismo.
Por su contenido, Historia & Geografía, sin duda, aporta una mirada crítica al mundo del teatro, de los fondos públicos invertidos en cultura, a las tensiones familiares. Y, también sin duda, entretiene. Sin embargo, más allá de las actuaciones, todas logradas, se echa de menos una factura cinematográfica de mayor elaboración estética que vaya conformando un estilo, una impronta del director. Pero, por ahora, quizá ese sea un defecto que pueda dejarse pasar. PP
Historia & Geografía. Dirección: Bernardo Quesney. Guion: Bernardo Quesney, Simón Soto y Valeria Hernández. Reparto: Amparo Noguera, Catalina Saavedra, Steeven Benjamin, Pablo Schwarz, Paloma Moreno, Paulina Urrutia, Jaime Vadell, Naldy Hernández. Dirección de fotografía: Matías Illanes. Dirección de arte: Nicolás Oyarce. Música: Martín Schlotfeldt. Casa productora: Equeco. 90min. Digital/Color. Chile, 2023.