A pesar de que en la actualidad el repudio a la violencia contra la mujer en sus distintas dimensiones está cada vez más extendido, vemos que en Chile y otros países de la región, su manifestación más extrema, el feminicidio, sigue cobrando numerosas víctimas. La visibilización de este tipo de violencia ha ido de la mano de distintas movilizaciones sociales, la promulgación de nuevas leyes y la exposición de distintos casos en medios de comunicación.
Es lo que ocurre con la primera temporada de la serie La Cacería. Las niñas de Alto Hospicio, un thriller policial producido por Villano Producciones y emitida el 2018 por Mega, y reemitida este año en horario prime por TVN, después del estreno de su segunda temporada, La Cacería, en el fin del mundo.
La serie está inspirada en uno de los hechos policiales más impactantes de las últimas décadas en Chile. Se centra en la desaparición y asesinato de 14 mujeres, principalmente adolescentes, víctimas del llamado psicópata de Alto Hospicio, a fines de los años noventa. Fue financiada con recursos públicos (CNTV) y privados (canal Mega) y emitida por streaming (Movistar+), donde sigue disponible.
La Cacería destaca en dos aspectos. Uno es la ambientación, muy cuidada. El vestuario y el uso de una serie de artefactos tecnológicos reconstruyen los fines de los 90. El lugar en el que ocurrieron los hechos, el desierto, aparece como el eje de construcción de la propuesta visual.
El otro es la cercanía del relato a los hechos que inspiran la serie. La verosimilitud está construída gracias a la utilización de imágenes de archivos de noticiarios y de la radio Cooperativa. También son recreadas, de manera bastante fidedigna, fotografías del asesino publicadas en la prensa y el vehículo que utilizaba.
La serie ofrece un caleidoscopio de representaciones sobre las mujeres adolescentes o jóvenes más variado de lo que se había visto hasta entonces en la televisión nacional. Aunque la propuesta audiovisual se relaciona con el mundo de referencia del momento del suceso y el de la producción (los años 90), su propuesta sigue vigente en el momento de su primera emisión, el 2018, e incluso en la actualidad.
La historia es doblemente interesante, tanto para un público local como para uno global. A nivel estético, apela a un sentido común audiovisual extendido sobre cómo se representa la frontera, o aquellos espacios que están en los márgenes. Es lo que ocurre por ejemplo cuando se utiliza una locación en el desierto, La Ponderosa, especie de club o prostíbulo para hombres ricos, o la violencia del antihéroe que resuelve el caso, al quien vemos peleando en una bodega, al estilo de la película El club de la pelea. También existen guiños a la búsqueda de osamentas de detenidos desaparecidos en las arenas del desierto.
A nivel narrativo, la serie es interesante porque está centrada en un sicópata y no existen muchos en la historia de Chile. También porque es un caso que efectivamente puede vincularse (de manera lamentable) con otro tipo de casos igual de impactantes en el resto del mundo.
Bajo la mentalidad sexista de la época, estas niñas de sectores empobrecidos fueron consideradas presumiblemente como prostitutas y drogadictas, lo que hizo que ni la policía ni los políticos, en su mayoría hombres en los gobiernos de la Concertación, investigaran (y vieran) estas desapariciones de jóvenes en un contexto de extrema pobreza.
Desde una perspectiva de género, en el marco del clima de época de su emisión, teñido por el mayo feminista, hay al menos dos aspectos que no están muy bien trabajados en la serie. El primero se relaciona con la forma en que este tipo de violencia de género es representada visualmente. Aunque destacamos la operación simbólica de visibilizar, resaltar y criticar los estereotipos y la vulneración de derechos de estas jóvenes y un intento de no revictimizarlas, persiste un lenguaje de violencia sobre el cuerpo de las mujeres que habría que considerar.
No es menor que el primer capítulo se inicie con una de las adolescentes cayendo por las dunas y nos muestren el cuerpo de la primera chica asesinada en la playa (la gitana), o las imágenes de mujeres que trabajan en La Ponderosa, que nunca tienen rostro, pero que están ahí para la observación masculina.
En estas escenas utilizan como mercancía (en este caso para atraer audiencias) las representaciones visuales de estos cuerpos desde una mirada que espectaculariza su desnudez.
Finalmente, aparece el monstruo: el sicópata de Alto Hospicio. Se reconstruye la historia personal del victimario y se lo caracteriza como un sujeto enfermo que desde temprana edad manifiesta conductas anormales (exhibicionismo y acoso sexual a mujeres).
Esta construcción patologizante y espectacular del victimario ha sido objeto de crítica por el feminismo en Latinoamérica desde el siglo XXI en adelante, especialmente a partir de las investigaciones de Rita Laura Segato (2003, 2013) que han cuestionado el modo de representación mediática de la violencia extrema contra las mujeres, ya que sus victimarios no son sujetos enfermos y tampoco aislados, y tienen cómplices en una estructura patriarcal global.
El final de la serie es, como la realidad de estas niñas, desesperanzador. A pesar de que el caso queda resuelto, la sensación que queda es que no se van a producir cambios importantes a nivel estructural en la sociedad, no hay un horizonte de esperanza. La escena final mostrando el desierto florido convierte a este lugar en un gran cementerio. PP
La Cacería. Las niñas de Alto Hospicio. 2018. Director: Juan Ignacio Sabatini. Ficción. Reparto: Francisco Melo, Gastón Salgado, Valentina Muhr, Gianina Fruttero Productora: Villano Producciones. 11 episodios. Chile.
Esta columna recoge parte de las discusiones y análisis realizados por un grupo de investigadores asociados al Núcleo de Investigación en Televisión y Sociedad de la Universidad de Chile (NitsChile).
Bibliografía
Segato, Rita (2003). Las estructuras elementales de la violencia. Universidad Nacional de Quilmes.
Segato, Rita (2013). La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Tinta Limón.