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NO PERMITIR QUE EL OLVIDO CAIGA

En Isla de Maipo, pequeño pueblo de la zona central, quince campesinos de entre los 17 y 51 años fueron detenidos en octubre de 1973. Sus cercanos no volvieron a ver más a Sergio Maureira Lillo y sus cuatro hijos –Rodolfo Antonio, Sergio Miguel, Segundo Armando y José Manuel–, a Oscar Hernández Flores y sus hermanos Carlos y Nelson, a Enrique Astudillo Álvarez y sus dos hijos Omar y Ramón; y a los muchachos Miguel Brant, Iván Ordóñez, José Herrera y Manuel Navarro, que estaban en la plaza del pueblo al mediodía, conversando.

Todos fueron llevados hasta la tenencia de Isla de Maipo. Y luego el silencio, la angustia, la mentira y la ausencia de verdad.

La familia Maureira cuando el crimen era impensado. Archivo personal.

El drama ha sido rotulado como el caso Lonquén. Porque Lonquén fue el sitio donde tuvieron su primera e ilegal sepultura. Es una de las historias que no hay que olvidar. Y que el cine permite mantener en la memoria.

Es la historia, entre tantas lamentablemente posibles, que la documentalista Maga Meneses (Wichan. El juicio, 1994; Pichanga: profecías a falta de ecuaciones, 1994; El ojo limpio: Gabriela Mistral, 50 años del Nobel, 1995; Ríos de luz, 2010) decidió contar en Un domingo de primavera (2014), centrando el relato en la familia Maureira y en Elena.

Los últimos meses en Chile hemos presenciado una atronadora avalancha de voces invocando el olvido. Negando lo sucedido desde el 11 de septiembre de 1973. Por el contrario, la memoria histórica exige, en medio de los necesarios preparativos para la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado, el recuerdo.

Ver el filme de Meneses es un reencuentro con parte de la historia de Chile, no la revisión de un “caso”, porque como dice su realizadora, decir “caso”, pensar “caso”, es encasillar y deshumanizar “un pedazo de vida de personas comunes y corrientes, cuya experiencia siempre será actual: el abuso de poder, la injusticia, la mentira, y también la solidaridad, el cariño infinito, la generosidad y la amistad”.

Aunque no recuerda cuándo empezó a visitar a la familia Maureira y a filmar los acontecimientos que se fueron desencadenando luego del descubrimiento de las osamentas en los antiguos hornos de Lonquén, en 1978, sí sabe cuál fue emocionalmente el punto de partida para su interés en esos hechos y existencias:

“Sentí un vínculo personal y muy cercano desde 1979 cuando, recién llegada del exilio, acompañé a una amiga a la [iglesia de la] Recoleta Franciscana porque iban a entregar los restos de quince campesinos que habían sido detenidos por carabineros en Isla de Maipo en 1973. Habían estado cinco años desaparecidos. La iglesia estaba llena, había cantos, rezos, voces… De repente entraron unas personas corriendo por la puerta lateral, se produjo agitación y unas mujeres que estaban delante se pusieron a llorar, se escucharon gritos, desorden y apareció adelante Clotario Blest con los brazos en alto para calmarnos. Dijo que habían avisado que no los iban a devolver… pedía que no saliéramos corriendo, porque la iglesia estaba rodeada de carabineros… Me acuerdo claramente de todo… Volví a mi casa y me impresionó mucho darme cuenta de que, siendo algo tan fuerte, si no habías estado ahí no lo sabías…”

Elena ve el afiche con la foto de la ficha. Crédito: Luis Navarro.

La narración del filme se desplaza entre situaciones familiares privadas hacia momentos grupales de gran emotividad entre los familiares de los quince asesinados. Secuencias históricas muestran los sucesivos descubrimientos de las identidades, las entregas de los restos.

Hay un juego sutil entre la distancia frente al hecho en sí y la cercanía con los sentimientos que afloran en las personas que la cámara registra. Tomas de los campos aledaños a Isla de Maipo, con flores silvestres que se mueven mecidas por un suave viento, van poniendo pausas en un relato que impacta tanto en sus metrajes de rescate de acontecimientos como por las declaraciones de Elena y otros miembros de la familia. Impactantes resultan las palabras de una nieta de Sergio Maureira, que no vive en Chile y que nunca pudo conocer a su abuelo.

¿Qué es la memoria para esta realizadora, quien hurga nuevamente en ella?

“Me has hecho pensar en la memoria en estos días de cine y reencuentros que van tejiendo memorias futuras. Pero he tratado de pensar en ella como concepto histórico, porque tu pregunta es desde un documental que narra partes de una historia que es, a su vez, parte de la Historia. Aunque no sé si me resulta hacer como si hubiera algo ‘objetivo’, aspirar a memorias que la sociedad pueda compartir…

“Creo que la memoria es la organización consciente y profundamente subjetiva de experiencias transformadas en recuerdos, con una visión de futuro deseado, y para entender nuestro presente desde el pasado, porque lo que somos hoy es la suma de todo lo que hemos sido. La posibilidad de compartir una memoria histórica dentro de un campo social, es decir, relatarnos y reconocernos desde antes para sentirnos en el presente, supone apertura de mente y de corazón, un recuerdo plural de la historia que nos acoja hoy con miradas diversas.”

Esa apertura de mente queda de manifiesto en el documental en la manera de establecer la narración como una suerte de contrapunto, tanto formal como de contenido, entre los hechos que han pasado a la Historia y la manera en que son vividos y experimentados por los familiares a lo largo de los años. Las imágenes de “la Historia” tienen un tono más seco, una fotografía de luces más frías, en contraste con las luces cálidas de las secuencias más familiares.

Sigue Meneses discurriendo sobre la memoria, pensando justamente en los recuerdos que los entrevistados tejen:

“En la memoria histórica personal, la que nos contamos de nuestra vida cada día para seguir siendo quienes creemos que somos, seleccionamos los recuerdos, los sonidos, las imágenes, los olores, los dolores y los miedos, mezclados con alegrías y soledades, que nos fueron marcando. Los almacenamos y organizamos para dar coherencia a la historia necesaria, que se va transformando, porque siempre estamos editando los elementos de la memoria y se van impregnando de las diferentes emociones que suelen evocar. Pero en el caso de la memoria de un país… ¿Cómo hacerlo para que no sea un interés transitorio en casos que haya que retomar cada cierto tiempo? ¿Cómo podemos crear una cultura de respeto, de dignidad y de cariño…?”

La pregunta es más que válida hoy, como también lo es la reflexión necesaria sobre el valor del cine como documentación histórica que forma parte de la historiografía. Y más. Porque, al contrario de esta, al cine le es permitido agregar emociones, develar puntos de vista. No requiere “pretender” ser objetivo. El poder de sus imágenes al unir ambos aspectos puede hacer más por la comprensión del pasado de un país que un libro de Historia.

Familiares en la Catedral de Santiago. Archivo Magali Meneses.

Un domingo de primavera fue estrenada en la Cineteca Nacional de Chile hace poco más de siete años, en enero de 2015, en el marco del Festival de la entidad. Una copia fue donada al Museo de la Memoria que durante un tiempo permitió su visionado online.

Hoy no está disponible online. Una forma de responder la pregunta de la realizadora sobre cómo crear una cultura de respeto a los Derechos Humanos es facilitar a la audiencia la exposición a este tipo de materiales que, como en el caso de este documental, están alejados del panfleto y ofrecen información rigurosa y también sensible sobre los sucesos de nuestra historia aún reciente.

Sería valioso que como parte del necesario proceso de discusión y reflexión sobre ella que abren estos cincuenta años, este filme pueda estar de nuevo disponible online, ya sea gracias al Museo de la Memoria o a Ondamedia. PP

Un domingo de primavera. Dirección y guion: Magali Meneses. Producción ejecutiva: Ignacio Aliaga. Productora: Dakini Films. Largometraje documental. Digital/Color. Chile, 90 min, 2014.

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