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NOSFERATU, CIEN AÑOS DE VIDA ETERNA

Difícil que haya una película con más herederos que esta, la inaugural de un género que confirma una de nuestras características principales como humanidad: el gusto por la sangre.

La película de Murnau cumple cien años.

Todo comenzó cuando un volcán le arruinó el veraneo al ego mayor de Europa.

Fue en junio de 1816, en la Villa Diodati, cerca del lago de Ginebra. Ahí  se dieron cita Lord Byron, su amante, la hermanastra de ella, Mary Shelley, el próximo marido de esta última, el poeta Percy Shelley y el doctor John Polidori, encargado de vigilar la fluctuante salud de Lord Byron. Se juntaron para esquivar las consecuencias del mal clima de aquel año sin verano provocado por la erupción del volcán Tambora en Indonesia, que había estallado el año anterior en una de las mayores erupciones de las que se tenga registro.

Sabido es que la disminución de la temperatura solar y la ruina agrícola consiguiente tuvieron consecuencias catastróficas en todo el mundo. Lo ignoraban los cinco personajes que observaban el cielo tempestuoso y el viento inquietante, que definirían dentro de poco la iconografía romántica y la literatura gótica. Empapados y temblorosos de frío en pleno verano, una noche hicieron un desafío de contarse historias terroríficas. 

De ahí surgieron Frankenstein de Mary Shelley y El vampiro del doctor Polidori, un escritor aficionado que crearía un arquetipo de mucha fortuna posterior y que se inspiraba directamente en Byron, un noble atractivo, pero disoluto, que después buscó todas las maneras posibles de humillar a su médico, el que acabaría suicidándose algunos años más tarde. 

Pero su vampiro lo sobreviviría dejando una prole extensa y prestigiosa en la literatura de aquel siglo de desdichas lánguidas y mórbidas, que el propio lord Byron encarnaría con su temprana muerte en Grecia.

Una variante de interés lo constituiría Carmilla (1872) del irlandés Joseph Sheridan Le Fanu (1814-1873), en que la protagonista será la primera de algunas vampiresas que, sedientas de sangre, irán preparando una tipología femenina que hará fortuna en el siglo siguiente. 

La idea del castillo dominante desde el que su dueño somete a la comarca estaba dando señales de agotamiento en el terreno político, por lo que su representación figurativa en la literatura gótica satisfacía a los lectores de la creciente burguesía urbana, que sentían cierto escalofrío al recordar el ejercicio del antiguo poder aristocrático aún vigente en  Europa. 

Fotograma de Carmilla de Carl Th. Dreyer.

Pero a medida que avanzaba el siglo la conciencia culpable del imperialismo europeo comenzó a tomar forma y las voces críticas a ese estado de cosas formaron un coro que iría creciendo, mientras la sangre de los sometidos formaría la silueta de África y Asia.

Dominado y dominante y con sangre en el ojo debió ser Bram Stoker (1847-1912). Era irlandés y por lo tanto súbdito forzado del Imperio Británico. En su trabajo como periodista le tocó como jefe otro irlandés que casualmente sería Sheridan le Fanu. ¿Se habrán potenciado en su fascinación vampírica? 

Stoker no era precisamente un rebelde manifiesto, aunque a nivel inconciente podemos suponer que podía serlo a nivel político. Sus relatos de oscuros dominios y terroríficos sometimientos algo están diciendo, a pesar del evidente machismo contenido en Drácula (1897), la novela que explica por qué estamos hablando de él.

Un conde de Transilvania que busca propiedad en Londres arrastrando consigo una peste podía ser alusión al viejo poder agrario transformándose en industrial, a Cronos que devora sus hijos y al dominio patriarcal, pero la historia traía también ecos de relatos folklóricos y de una literatura popular que causaría gran eco en la burguesía culta, lo que explica las dos adaptaciones teatrales que tendría el relato. Una a finales del siglo XIX y la otra en 1925, poco después de la primera película dedicada al personaje. La peste se había propagado.

Una de las imágenes clásicas de la película de Murnau.

El conde transilvano es el último de los personajes románticos, en directa relación con lo irracional, lo mágico, entre el bien, el mal, la vida, la muerte y especialmente la inmortalidad. Será la ciencia su peor enemigo y su derivación más peligrosa: la tecnología. Pero no se dejará derrotar tan fácilmente, tendrá fuerza suficiente como para remover las bases de la sociedad neodemocrática. Aquella que se apoyaba en el imperialismo.

Tal vez por eso debe aparecer en el Londres victoriano, convencional y represivo, aquel que ha dado origen a Jack el Destripador, un personaje que arrastra consigo unos sentimientos de culpa propios del puritanismo. En vez el conde Drácula escapa de cualquier arrepentimiento. 

Extranjero en un país que no comprende, ni quiere comprender y en el que hay muchos cuellos blancos para aplacar su sed de sangre, dominio y sexo, nada de lo cual le produce ni el más mínimo escrúpulo. La sangre de los otros le asegura la inmortalidad, el beneficio supremo que evita todo posible remordimiento. Entonces la sociedad culposa se deja fascinar por este trasgresor de toda moral posible.

EL NO MUERTO

Se había inaugurado el siglo XX con la mayor masacre nunca realizada por la humanidad sobre sí misma. Y, como suele suceder, todos perdieron. Algunos más que otros, como los imperios, pero los demás también comprobarían que el desastre tiende a ser colectivo, mientras los triunfos son sólo individuales. Es cierto que la cosa venía de antes, de la profunda sospecha, no verbalizada, que Europa no podía someter impunemente a medio planeta. 

Murnau, el realizador de la ahora centenaria Nosferatu.

La Gran Guerra sería Mundial a causa de ese sometimiento: el imperialismo, y fue el principal de sus motivos para que los emperadores tiraran las primeras toneladas de piedras sobre los súbditos ajenos, que rápidamente hicieron lo mismo, como exige la reciprocidad.

Diez millones de muertos produjo la guerra y su continuación, la mal llamada fiebre española, produjo entre veinte y treinta millones de muertos más. Razonable es pensar que el comienzo de los llamados Años Locos tuvieran una buena base para serlos realmente. 

Especialmente en Alemania, un país que no tenía el recuerdo de una derrota militar y que tuvo que enfrentar el desastre sin un manual de instrucciones. El cine ofrecería el mejor reflejo de su profunda perturbación colectiva.

El expresionismo, que ya había recorrido la pintura y la escena dramática, estalló en la pantalla en 1920 con El gabinete del doctor Caligari, cuyo mediocre director, Robert Wiene, debió todo a los guionistas y escenógrafos y a un productor sagaz, Erich Pommer, que la transformó en éxito mundial. A partir de ahí se abrió el cofre de todos los monstruos encerrados  en el tormento colectivo alemán. 

Carmilla (Vampyr) de Carl Th. Dreyer.

Pero el expresionismo quería ser a toda costa moderno y Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931) ansiaba lo contrario. A mitad de camino se encontró con la novela del ya fallecido Stoker y con su viuda dispuesta a hacerse pagar bien por los derechos de adaptación.

Los esquivaría (como antes hiciera con los de Robert L. Stevenson de su Doctor Jekyll y mister Hyde, que él adaptara en 1920 con el nombre de La cabeza de Jano) cambiando el nombre y algunas partes del argumento. Al parecer fue el escenógrafo y productor Albin Grau el que le sugirió el título, ya que sabía que Nosferatu era el nombre que en Serbia daban a los no muertos, los untote alemanes. 

Seducido por la carga romántica del relato, hacia la que siempre Murnau se mostró inclinado, y por la tensión expresionista que la adaptación permitía, el cineasta filmó en abundantes exteriores (Lübeck, Wismar, Rostock, Checoeslovaquia y en los Cárpatos), utilizó con maestría la escasa luz eléctrica con la que se contaba entonces y experimentó con lo que encontró a mano. Encontraría bastante.

El comienzo de los años 20 fue muy duro para Alemania. La inflación, iniciada a fines de 1921, desplomó el valor del marco alemán a niveles inconcebibles, desatando el pánico generalizado y provocando unos niveles de cesantía inéditos. Las masas proletarias protestan con violencia y la tensión llevará a que las tropas francesas ocupen la cuenca del Ruhr. 

Bela Lugosi como Drácula en 1931.

El otrora arrogante imperio se encuentra al borde del abismo. Todo esto está escamoteado en el filme, pero al mismo tiempo todo ello está presente en modo figurado y quizás inconciente. 

La viuda Stoker se lanzó contra la empresa productora poco después del estreno. Apenas hubo tiempo para vender la película al extranjero, lo que fue una fortuna que permite que hoy existan copias de ella. La viuda ganó el juicio que le permitió hacer destruir los negativos y todas las copias existentes en Alemania. 

En el resto de los países los dueños de las copias las esconderían por años hasta la muerte de la señora Stoker. Hasta el día de hoy no se sabe con total certeza cuál de todas las versiones es la más fiel al corte de Murnau, ya que muchas tenían el metraje alterado, incluso con escenas agregadas que no estaban en la versión original.  

Pero esta rápida y luego tenaz difusión de la película está hablando del impacto que tendría en todas partes. Sin duda una que no está muerta.

Nosferatu, una sinfonía del horror, como es su título original, no es una simple adaptación eficaz de una novela famosa, es más bien una versión original del viejo tema del señor feudal que se alimenta de la vida de sus súbditos. 

Hoy cuesta creer que la idea le haya aparecido a Murnau como un encargo casual del productor Grau, un fascinado por los temas del ocultismo. La preocupación minuciosa del director por obtener determinados efectos y el cuidado por sus intérpretes, hablan de un grado de conciencia de la importancia significativa de la empresa. 

Tráiler de El horror de Drácula de Terence Fisher.

Que el vampiro pueda ser el Poder y Ellen, su víctima, el Pueblo, importa menos que la excepcional atmósfera entre el sueño y lo real que la obra presenta, es decir entre las pulsiones del Deseo y las exigencias de la Ley. 

Las oposiciones radicales, propias del romanticismo, se grafican con audacia en la secuencia del viaje a los dominios del conde, Orlok en este caso, hecha por fragmentos cuadro a cuadro y oponiendo un paisaje virado al negativo fotográfico a fragmentos en positivo. 

Una audacia expresiva que los exhibidores no comprendieron y buscaron eliminar por creer que se trataba de un error técnico. En alguna ocasión Kubrick se dejó escapar que su secuencia lisérgica de 2001: Odisea del espacio se había inspirado en ésta de Nosferatu y en la pintura de Matta. 

Las diferencias entre el día y la noche, la luz y la sombra, el castillo y la naturaleza, la belleza y la monstruosidad, el dominio y el abandono, son todas herencias del siglo anterior que Murnau, un post romántico, supo hilvanar con la maestría refinada de quien unía la capacidad narrativa con el sentido plástico. 

Eso es lo que hace tan poderosa la iconografía que se desprenderá de la película. Difícil resulta olvidar el conductor del coche, el castillo, el sepulcro, el aspecto del conde, la locura animalesca de su súcubo, el barco fantasma, las ratas, el cortejo de los ataúdes, los edificios en que Orlok se mueve para espiar a su víctima, la sombra que sube las escaleras y el amanecer final. 

Willem Dafoe en La sombra del vampiro.

Todo un imaginario que veremos citado, plagiado y abusado en la abultada descendencia que el personaje va a conocer, más de cuatrocientas películas, de las que Florence Balcome, viuda Stoker, sólo pudo asegurarse para su ancianidad los derechos de la adaptación teatral (que no le pagaron) y de la primera versión cinematográfica legal de la novela.

Demás está decir que hoy la película, con su descripción de una plaga y su correspondiente cuarentena, ha adquirido nueva vigencia y que la mujer que se sacrifica por la comunidad sigue poseyendo un simbolismo arquetípico muy potente.

LA  DESCENDENCIA

En 1931 la Universal filmó una versión cinematográfica dirigida por Tod Browning e inspirada en la adaptación teatral. Originalmente se había pensado en Lon Chaney como protagonista, pero éste falleció y el rol fue asignado a Conrad Veidt, el famoso Cesare de El gabinete del doctor Caligari, pero actor y director no se mostraron de acuerdo y finalmente se escogió al actor húngaro Bela Lugosi, que había protagonizado la obra teatral. 

Afiche de El baile de los vampiros de Roman Polanski.

Lugosi se haría famoso en el rol y a su muerte en 1956 su esposa e hijo lo enterraron vestido como Drácula. La película, con notable dirección de arte y fotografía, (debida al maestro austro-húngaro Karl Freund) tendría un paulatino éxito. Hoy película e intérprete parecen una involuntaria autoparodia, que ha sido dignificada por una nueva versión del 1999, musicalizada sugestivamente por Philip Glass.

Pero habrá más. En 1932 un noble de origen ruso, el barón Nicholas de Gunzburg se fascina con la idea de una versión femenina del relato y así llega a la Carmilla de Sheridan Le Fanu y decide producir una adaptación con él mismo de protagonista y dirigida por el genial cineasta danés Carl Th. Dreyer (La pasión de Juana de Arco), que conocía y admiraba al Nosferatu de Murnau. 

Con la fotografía de Rudolph Maté y un gusto tardoromántico, Dreyer filma en exteriores, a pleno día, pero citando  de Murnau las sombras en el muro y la atmósfera perturbadora y poética al mismo tiempo. 

Fue un fracaso en la taquilla, como suelen serlo las obras maestras, pero agregaría una escena después muchas veces citada o imitada, la de la cámara subjetiva del cadáver de ojos abiertos que es llevado a la sepultura. Fue la escena más convincente del barón: no se tenía que mover.

Los colmillos puntiagudos, que parecen inseparables del personaje, fueron agregados recién en 1958 por Terence Fisher para El horror de Drácula, donde por primera vez aparece también el actor británico Christopher Lee, que interpretará catorce veces al sediento conde. Se dice que Fisher comentó a Lee que tenía el físico del rol y el carácter, “parece nacido para hacer este personaje”. 

Tráiler de Vampiros en La Habana.

Quizás si Fisher al decirlo se hacía eco de los rumores que señalaban como sospechosa la filiación de Lee, cuya madre, la condesa Carandini di Sarzano, estaba intentando separarse de su marido el teniente coronel Lee cuando quedó embarazada, mientras mantenía una amistad con artistas e intelectuales entre los que estaba, ¡oh coincidencia!: Max Schreck, el misterioso intérprete del personaje de Nosferatu

¿Será posible que Nosferatu haya sido realmente el padre de Drácula? Basta ver las fotos como para hacer la comparación, también la estatura: ambos medían sobre el metro noventa. De ser así sería de película, una mejor que La sombra del vampiro (2000) de Elias Merhige, protagonizada con talento por Willem Dafoe y que es una ficción sobre el misterio que rodea al intérprete, al parecer de personalidad misántropa. 

Por mucho tiempo se mantuvo la leyenda que el actor había desaparecido luego de la filmación de la famosa película. Tim Burton incluyó un personaje llamado Max Schreck en Batman regresa: después de todo el hombre-murciélago y el vampiro debieran ser parientes. De hecho la silueta de Batman que aparece en las historietas, está tomada de la de los títulos del film de Browning.

La abundancia de la repetición de su iconografía hará que necesariamente el chupasangre caiga en la comedia. Sucedió con todos los géneros clásicos, en algunos casos ridiculizando sin piedad lo que antes fueran convincentes convenciones. 

Klaus Kinski e Isabelle Adjani en el Nosferatu de Herzog.

Lo mejor en este terreno fue El baile de los vampiros (1967) de Roman Polanski, filmada en una época en que todo parecía sonreírle al cineasta polaco, enamorado como estaba de la bella Sharon Tate, protagonista femenina de la película. Un investigador, parecido a Einstein, y su ayudante (el propio Polanski) viajan a Transilvania para investigar al conde Krolok, que se parece a Christopher Lee, mientras su ayudante cita a Lon Chaney.

En la secuencia central se mezclan en la fiesta del título hasta que quedan en evidencia frente a un gigantesco espejo. Una chica se intenta defender de un ataque con un crucifijo, pero el vampiro aclara que él es judío y procede igualmente. Otro, desafiando la tradición, es gay, quizás citando a Murnau. Una comedia a la que el tiempo ha hecho alguna mella, pero que sabe reír con los recursos clásicos. Polanski ya no volvería a tener éxito con el género, al año siguiente su esposa sería asesinada y hoy se la recuerda principalmente por este film.

Una variante animada extiende el humor hasta las costas del Caribe, donde los vampiros europeos sueñan ir de vacaciones, pero sabemos que eso no es posible, al menos no hasta que el hijo del conde Drácula inventa el “vampisol”. Ocurre en Vampiros en La Habana, (1985) brillante creación del cubano Juan Padrón. Probablemente el mayor éxito del cine animado continental.

Tráiler de Drácula de Bram Stoker, de Francis Ford Coppola.

Pepito, joven cubano, revolucionario de los años treinta y nieto del conde, ama las chicas, el ron y la trompeta y se meterá en un lío de aquellos para combatir a las mafias norteamericanas y a los antiguos vampiros de la nobleza europea que quieren apoderarse del vampisol, del que Pepito es prueba viviente de su efectividad. 

La irresistible simpatía de los personajes, la agilidad del guión y la sátira al género terrorífico (con proyección cinematográfica incluida) a la política y al erotismo caribeño, explican que haya sido seguido de una secuela en la que se incluye un dictador militar con anteojos oscuros…

En 1979 Werner Herzog ofrecerá su homenaje a Murnau con Nosferatu, príncipe de las tinieblas, en que el siempre perturbador Klaus Kinski se acerca a la caricatura en el rol del título, mientras que la palidísima Isabelle Adjani es su hermosa víctima. Refinada y cuidadosa en reproducir fielmente escenas del original, se dilata innecesariamente (dura cuarenta minutos de más) para no descubrir nada más allá de la forma.

Desaforadamente ambicioso fue el Drácula de Bram Stoker (1992) de Ford Coppola, en que el gusto romántico es recuperado para hacer del vampiro un ángel caído por amor. Pero el exceso de ingredientes y rebuscamientos formales terminan por hacer precipitar todo en una frialdad que no es la que se espera de un film de terror. Lo mejor corre por la dirección artística, el vestuario y el maquillaje.

La tumba de Murnau, profanada hace algunos años.

La persistencia del personaje ya no puede deberse a sus probables símbolos políticos, (el ocaso del feudalismo) o sexuales (patriarcado abusador), sino que a las derivas de esas categorías, camufladas por el experto capitalismo polimorfo del nuevo milenio, que hace de la globalización el mejor vehículo para la difusión de las plagas, sean éstas enfermedades contagiosas o destrucción del medio ambiente. 

Actualmente Richard Eggers (La brujaEl faroEl hombre del norte), quizás poco conciente de que esta historia ha sido filmada tantas veces, ha confesado que lleva varios años intentando sacar adelante un nuevo Nosferatu inspirado en Murnau, pero confiesa que éste parece querer impedírselo.

En 2015 la tumba de Murnau en Berlín fue profanada y desapareció la cabeza del cadáver. No ha sido encontrada hasta ahora. Se sospecha de una secta satánica…

¿Habrá que clavarle una estaca en el pecho? PP

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