Pocos actores han podido presumir con toda justicia de ser representantes de la juventud y de la ancianidad con la misma eficacia. Desde hace más de sesenta años Jean-Louis Trintignant fue la encarnación, en permanente evolución, del hombre europeo alerta a sus emociones más verdaderas, aunque fueran las más dolorosas.
En Y Dios creó a la mujer (1956), ella era Brigitte Bardot que, a su vez, hacía hombre al tímido Trintignant, con el que se identificaron todos los adolescentes del planeta. Frágil quizás, tierno sin duda, ingenuo y vital en sus comienzos, (Il sorpasso, 1962) y dotado de una sonrisa que podía ser encantadora o afilada, según el caso, supo evolucionar constantemente a lo largo de una carrera que conoció pocos altibajos, pero muchas variantes. Pasó del melancólico corredor de autos de Un hombre y una mujer (1966) a ser un rígido juez en Z (1969); del intelectual católico de Mi noche con Maud (1969) al misántropo de Rouge (1994). Igualmente tuvo destacada presencia en el cine italiano (El conformista,1970) y en el teatro francés, del que se suele citar con muchos elogios su Hamlet, considerado como extraordinario (1969).
A lo largo de su extensa carrera trabajó con directores como Roger Vadim, Costa-Gavras, Claude Lelouch, Valerio Zurlini, Éric Rohmer, Michael Haneke, Claude Chabrol, Bernardo Bertolucci, Ettore Scola, François Truffaut y Krzysztof Kieślowski, entre otros.
De su último período, resulta inolvidable su anciano protagonista de la notable Amour (2012) de Michael Haneke, junto a la estremecedora Emanuelle Riva, quizás la culminación de su carrera y por el cual recibió el premio César, en 2013.
Su fallecimiento a los 91 años, cuando ya su sonrisa se había apagado mucho antes por causa del asesinato de su hija, cierra un capítulo brillante del cine francés, en que rostros como el suyo supieron ser el reflejo de las corrientes emocionales de una cultura.