“¿Sabes qué es la libertad?, no tener miedo”. Esta frase resuena entre la paranoia, el vértigo la desilusión, la ternura, las convicciones, las ilusiones, la rabia y ese gran grito que empuña un fusil, una palabra, construyendo una sombra o un espectro del futuro de aquellas luchas que seguramente muchos y muchas de quienes leerán esta reseña saben de sobra.
Porque la libertad está guiada por el deseo de justicia en la larga historia (como dice el historiador Eric Hobswaun) que recoge alguna parte de nuestras vidas. O todas. En Una batalla tras otra, cuya dirección y guion es del notable Paul Thomas Andersson (PTA), esa frase se decodifica en cada escena. Y eso se agradece aún más a medida que pasan los días después de ir a verla en la gran sala, esa colectiva, la del cine, la que nos une en algo por el solo hecho de estar ahí.
“Cuando no es una cosa es otra, ¿no te parece?” es otra frase que martillea esa parte de la vida que nos hace pensar en la larga revolución que no termina, solo porque la obstinada historia de la emancipación se niega a envejecer, pese a todo.
Una batalla tras otra es una adaptación de la novela Vineland, de Thomas Pynchon, y PTA supo captar muy bien y con ironía (algo que la literalidad desconoce) los guiños a los movimientos políticos en Estados Unidos que el texto hace, contando lo que mejor sabe hacer: un cine denso sin parecerlo, una dirección de actores impecable en la que Di Caprio, Taylor, Penn, Del Toro, Infiniti son parte de una gran obra rodada entre barricadas, bombas molotov, ametralladoras, carreteras a ninguna parte, tierra baldía, cárceles para migrantes y un mundo que recuerda que todo vuelve una y otra vez, incluido el fascismo recalcitrante que se consume en el arribismo de personajes como el coronel Lockjaw (Penn), que asquea hasta las náuseas desde el inicio. Y eso también se agradece.

El juego de poderes, la oligarquía rancia (no puede ser de otra forma) se retrata aquí con una fuerza lúdica. Porque imaginarse triunfadores entre quienes han sido protagonistas de alguna revolución es no ser realmente un o una combatiente contra el sistema neoliberal. Todo es una perdida cuando se juega la vida en solitario frente a un sistema que solo fagocita y hay quienes pierden aún más cuando las vuelven ratas. PTA dice, y en el libro se escribe antes, que, si no es colectiva, comunitaria, la victoria no puede ser; y tampoco puede ser la posta, el legado. De ahí los códigos de lealtad a los que se remite el filme y que ya conocieron referentes de la vida real que aparecen en algunos de los pasajes más notables (sin nombrarla, es posible imaginar a Angela Davis con quien me tocó compartir en el Chile de 2016, antes de ese octubre de revuelta de 2019).
Hoy, en Estados Unidos se lucha contra poderes pornográficos (sin filtro ni vergüenza por su explotación infinita) que surgen de una necropolítica encarnada en Trump y en la tecno-oligarquía. Por eso el valor de esta película también radica en su contexto de producción, circulación y consumo. Porque las disputas son culturales y hablar de estos temas en la gran pantalla es hablar de lo político que urge reconsiderar para salvar esa humanidad que el activismo radical reconoce como propia.
Hay quienes que han dicho que el guion de PTA es audaz, certero y vigoroso. Y lo es, porque muestra la historia desde ese lado electrizante, pero también da cuenta del letargo, ese denso manto que se vuelve camisa de cuadros rojos, colchonetas, puertas que se cierran y abren, fachadas, bosque, salón de escuela, secretos, que de pronto estallan. La relación entre Willa (Infiniti, tremenda revelación) y Bob Ferguson (DiCaprio en un papel propio de la ternura e ingenuidad del gringo que quiere estar en el lado correcto de la historia) es la de una hija y un padre que se salvan mutuamente.
“Pasa a la siguiente batalla, no te rindas” es otra de las frases que sacude, buscando cómplices de vida mientras pasamos un par de horas en el cine. ¿Qué batallas damos hoy, dimos, en cuáles fracasamos, en cuáles brindamos y nos abrazamos? Un personaje resulta fundamental para anclar todos los ejes, el de Perfidia (Taylor), la madre de Willa y el gran amor de Bob, quien pasa a ser la imagen de la fuerza y la memoria del linaje de luchas que emergen cuando se creían muertas.

La negritud, las migraciones, los despojados se mueven con una dignidad que cruza el cielo estallado en cada época retratada en secuencias cinematográficas notables que dan una lección de lo mejor de este género híbrido en su dramatismo. Cada mirada tiene su valor, incluso aquella que se esconde tras las gafas de un Bob acorralado por un código que no recuerda, cuando agarra un teléfono público y la cámara lo enfoca en una desesperación que se siente como propia en la nostalgia. Ese tipo de tomas –gracias a un director de fotografía con oficio como Michael Bauman– se intercalan (no disputan ni solapan) con otras de impacto visual al mejor estilo de un videojuego ochentero del que deseamos ser parte y ganar. A esto podemos sumar la banda sonora deJonny Greenwood –un inseparable de PTA–, que permite repasar la estructura emocional de varias generaciones (The French 75 es notable) junto con canciones de este largo viaje (The revolutiom will not be televised, American girl, Soldier Boy, Dirty work, Perfidia, Mo Bamba, Goosembumps).
Es así como si de una ópera se tratara, Una batalla tras otra somete a su público a un examen ético, político, estético sobre varias décadas de luchas en un Estados Unidos profundo que no siempre se deja ver de esta forma, aquella que permite sentir que redimirse es aceptar que la violencia, como forma legítima de salida frente a todas las violencias, es parte del grito. Ese grito que ya vimos en El gran Lebowski, Contacto en Francia o en Buenos muchachos. Un grito que, más allá de la industria, es un eco entre el desencanto y la euforia, entre el pasado que se aparece como futuro y entre esos letargos insoportables de años de los que siempre se despierta. Y en esta película se ha despertado con la fuerza compleja de una historia a la que aún le quedan capítulos por contar.
Una batalla tras otra. Dirección: Paul Thomas Anderson. Guion: Paul Thomas Anderson y Thomas Pynchon. Reparto: Leonardo DiCaprio, Regina Hall, Sean Penn, Benicio del Toro, Alana Haim, Teyana Taylor, Chase Infiniti. Casa productora: Ghoulardi Film Company. Comedia, drama, acción. Duración: 162 min. Estados Unidos, 2025.
