¿VOLVER AL FUTURO O VOLVER AL PASADO?

A veces pienso que Volver al futuro no es solo una película, sino una especie de herencia emocional que una generación completa dejó flotando en el aire, como El Club de los Tigritos, Pipiripao o Garfield y sus amigos. Yo tenía un año cuando se estrenó. La vi después, repetidas veces, en VHS. Me acuerdo que siempre, siempre, me hacía reír y emocionarme en los mismos momentos. A mis 41 años, sigo sintiendo lo mismo: la película no envejece, más bien parece rejuvenecerme a mí.

Y sí, es entretenida. No de esa manera ruidosa y ansiosa del cine contemporáneo —tan lleno de estímulos que se siente agotador— sino de un modo limpio, honesto, casi transparente. Volver al futuro es una de esas pocas historias que funcionan como un reloj bien aceitado: avanza justa, precisa, sin apuro pero sin descanso, como si cada escena hubiese sido colocada con una pequeña pinza narrativa. Nada sobra, nada estorba. El ritmo, característica cinematográfica dada por el montaje y del que tantas películas actuales carecen, aquí fluye como si no hubiera alternativa posible.

Uno de los grandes aciertos del proyecto fue cambiar al actor previsto originalmente por Michael J. Fox. Su Marty McFly tiene algo tan esencial, tan genuino, que uno siente que la historia simplemente no podría existir sin él. Fox no interpreta a un héroe: interpreta a un joven  ligeramente torpe, ligeramente inseguro, y por eso mismo encantador. Esa naturalidad —ese estar en lugar de actuar— convierte lo inverosímil en cotidiano. En manos de otro actor, Marty habría sido un adolescente genérico; en manos de Fox, se vuelve inolvidable.

Pero la verdadera alquimia ocurre cuando Marty se cruza con el Doc Brown. Christopher Lloyd se desborda en el rol que, junto con el del Tío Lucas en las dos películas clásicas de Los Locos Addams, debe ser el más emblemático de su carrera. Su energía desquiciada, su mirada encendida, su estilo de científico a un paso del manicomio, producen una fuerza magnética que absorbe al espectador. Y lo maravilloso es cómo Fox equilibra esa locura con una frescura cálida y terrenal. Es una amistad improbable (¿qué adolescente pasa sus tardes con un inventor loco?) pero funciona porque ambos actores se encuentran en un punto intermedio: el de la complicidad pura. A estas alturas, la dupla Marty–Doc es icónica y una de las relaciones más queridas que ha producido Hollywood.

Y por supuesto, está Robert Zemeckis. La película demuestra algo que hoy parece olvidado: que la habilidad de un director no se mide por la espectacularidad que logra plasmar en pantalla, sino por la claridad emocional con que narra. Zemeckis le da espacio a cada gesto, a cada pequeño silencio cómico, a cada situación, sabiendo exactamente cuándo acelerar y cuándo frenar. Su comprensión del ritmo es tan precisa que, aunque uno haya visto la película veinte veces, sigue tensando los hombros cuando el DeLorean se acerca a las 88 millas por hora.

Y aquí es donde entra Alan Silvestri, responsable de la banda sonora que define la identidad emocional de la película. Su música es una proeza: heroica sin exagerar y emocionante sin manipular. Contiene algo casi infantil en su sentido del asombro, pero también algo profundamente adulto en su arquitectura musical. Cada clímax, cada tensión, cada peligro, cada triunfo… todo está sostenido por la banda sonora. Y lo digo sin exageración: con otra música, Volver al futuro sería una película completamente distinta. La melodía principal —esa que empieza con trompetas elevadas y luego cae en una explosión rítmica— es casi un personaje. Acompaña, empuja, abraza. Silvestri no pone música: construye emoción.

El aniversario número 40 de la película trajo consigo el reestreno de esta cinta que sigue siendo tan querida. La película encarna algo que Hollywood ha ido perdiendo: una confianza absoluta en la narración bien hecha. Nada está ahí por accidente; todo se encadena con lógica juguetona, desde la primera vez que Marty juega con un mega amplificador en el laboratorio de Doc, hasta el último segundo del viaje temporal. Incluso sus ideas más descabelladas se sostienen, porque la película cree en ellas con sinceridad. No intenta ser meta. No ironiza sobre sí misma. No necesita protegerse del ridículo, porque sabe que su corazón es honesto, lo que hoy, en un cine tan autoconsciente, podría considerarse un lujo.

Tal vez por eso no se siente como una película antigua, sino permite un reencuentro con algo esencial. La historia no busca cambiar el mundo ni dar grandes lecciones filosóficas.

Back to the future se convirtió en un hito que redefinió cómo Hollywood podía entender el éxito internacional —no solo en recaudación, sino en resonancia cultural y vendibilidad global, no solo una comedia de ciencia ficción más. Al presentar una historia donde un adolescente común tiene la posibilidad de rehacer el destino de su familia, la película se asoció con la mitología del sueño americano: la idea de que con ingenio, optimismo y un poco de suerte cualquiera puede cambiar su vida.

Además, su éxito masivo —la película recaudó decenas de millones de dólares en todo el mundo y logró consolidar a su protagonista, Michael J. Fox, como un rostro global del cine juvenil estadounidense— demostró que Hollywood podía exportar un producto optimista, fantástico y juvenil que apelara al corazón y al deseo de escapismo universal. En ese sentido, demostró que el cine comercial podía seguir creyendo en sueños simples, en personajes reconocibles, en risas sinceras y en finales esperanzadores

A mis 41 años, sigo emocionándome cuando Marty huye de los libaneses en el DeLorean, acompañado por la música de Silvestri, en el estacionamiento vacío y mojado de JCPenny. Cuando suena esa música (que ya es parte de la memoria de millones) siento que estoy ahí de nuevo, frente al televisor de mi infancia, esperando que el auto desaparezca en un destello blanco.

Volver al futuro no solo viaja en el tiempo; lo suspende. Y en ese gesto, tan simple y tan mágico, da la posibulidad de ser un poco niños otra vez.PP

Volver al futuro. Dirección: Robert Zemeckis. Guion: Bob Gale, Robert Zemeckis. Reparto: Michael J. Fox, Christopher Lloyd, Lea Thompson, Crispin Glover, Claudia Wells, Thomas F. Wilson. Fotografía: Dean Cundey.Música: Alan Silvestri. Ciencia ficción, comedia, fantástico, aventuras, viajes en el tiempo, comedia juvenil, adolescencia, cine familiar. Película de culto.Duración: 116 min. Estados Unidos, 1985.

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