ZONA DE INTERÉS: VER SIN MIRAR

Himmler, Goebbels, Höss, Menguele… nombres asociados a la historia de la mitad del siglo XX. Uno de ellos toma forma cotidiana en el filme de Jonathan Glazer (Londres, 1965) Zona de interés como un hombre que hace picnic con sus hijos, asiste a reuniones técnicas donde le explican las bondades de un sistema altamente tecnificado, o toma un trago vestido impecablemente de blanco en la terraza del segundo piso de su casa mirando hacia donde funciona, impecablemente también, ese sistema que no es uno cualquiera sino el más eficaz aparataje de aniquilación, que asesina a dos mil personas cada hora, sin dejar de funcionar.

Pero aquello, el filme no lo muestra. Se sabe, o no, desde antes. Todo lo que pasa en el fuera de cuadro constituye el horror. Y todo eso debe saberlo quien ve el filme. Así es que no es retórica la pregunta sobre qué entiende, y qué no, una persona que desconoce la existencia de la descomunal maquinaria de exterminio que ese hombre, Rudolf Höss, hizo instalar, en la realidad de la segunda guerra mundial, al otro lado del patio de su casa.

Arriba, los verdaderos Richard Baer, comandante de Auschwitz, Josef Mengele y Rudolf Höss (1944, Universal History Archive Getty). Abajo, una escena del filme.

Aquello que sucede en ese fuera de cuadro es historia comprobada. La cotidianeidad de la vida familiar se conoce por testimonios de quienes habitaron allí, incluido el personal de servicio. La genialidad del director inglés está en reconstruir esto último y presentar el normal transcurso doméstico de los días en su casa que, como se ha dicho, colindaba con el campo de Auschwitz II-Birkenau, cuyo funcionamiento perfecto le significó ascensos en la SS y la confianza absoluta de los jerarcas nazis.

Basado libremente en la novela homónima del escritor británico Martin Amis, el filme presenta a Höss, su mujer, sus hijos e hijas. Además, algunas mujeres mantienen la casa, pero son seres prácticamente sin identidad, salvo uno que otro nombre de pila. Nada se sabe de ellas. Se presume que algunas, al igual que la mujer con la que secretamente el jefe del campo tiene sexo, son judías.

Queda claro que quienes se encargan del jardín y la huerta, por la ropa que usan, son prisioneros. Estas personas, en la película son poco más que figuras de la escenografía. Dicha decisión narrativa es coherente con la negación del otro como un ser humano que se desprende de la filosofía nazi.

Empleadas domésticas y jardineros podían servir, pero no eran seres “equivalentes”. Por lo mismo esas mujeres reciben las sobras del botín resultante de las detenciones. En ese sentido, una escena de exquisita falta de humanidad es el té de mujeres de militares de alto rango que hablan de lo que han recibido. No se dice que es un despojo. Quien ve el filme debe saberlo. La referencia es brutal, pero sutil.

EL FEROZ FUERA DE CAMPO

La película está llena de sutilezas, tanto en el guion como en los elementos fílmicos propiamente tales. Una primera secuencia –un cartón sobre el cual aparecen, sin piedad, la banda de sonido y la música creadas especialmente para hablar de lo ominoso, que no se verá– finaliza con el nombre del filme convirtiéndose en humo.

Luego, en términos narrativos, prácticamente no hay acción, sino el correr de los días con sus pequeños afanes domésticos en esta suerte de casa fuera del espacio y del tiempo. Un correr del tiempo que cobra sentido y connotación, al contrastarse con lo que sucede al otro lado de la pandereta, una visión que la creadora de ese paraíso familiar –Frau Höss– intenta suavizar colocando enredaderas.

Foto real de los niños Höss en su piscina (arriba). Abajo, recreación del «paraíso», en el filme de Glazer.

De no ser el protagonista quien fue, el filme sería sobre la aburrida y ordinaria vida cotidiana de una familia acomodada. Sin contexto, no hay otra narración que esa. Y esto es parte de lo ominoso: este criminal de guerra real no es un monstruo de fantasía o la encarnación de una maldad abyecta, sino un ser de lo más común y corriente.

Aparecen, por cierto, dos o tres quiebres muy importantes: uno quizá de ficción; otro, un hecho histórico. Este último, el traslado de Höss a altas funciones administrativas, supone un contraste también interesante: su mujer reclama que le será arrebatado el mundo que creó para sus hijos: este es nuestro espacio vital, dice ella. ¿No es eso lo que su marido y todas las acciones del Reich hacen con judíos, gitanos, homosexuales y comunistas? Pero eso también está en el fuera de cuadro.

Todo el filme es luminoso, partiendo por la escena de apertura, un bucólico picnic al borde de un lago, en que la belleza natural adquiere protagonismo al usarse planos generales. Las escenas del jardín, del huerto y del interior de la casa son solo apenas opacadas por la omnipresencia del humo que, de forma constante, hace concreto lo que sucede al otro lado.

Tomas menos transparentes de luz serán aquellas que muestren reuniones de trabajo o encuentros sociales y la oscuridad, en tanto, muestra una noche siempre iluminada por las llamas de los hornos crematorios.

A propósito de hornos: para calentar la casa hay una estufa a leña enorme, parte de una pared, que en principio no parece chimenea pero cuyo uso se descubre cuando Frau Höss lanza dentro de ella la carta con las explicaciones de la partida de su madre. Quemar para borrar. Las razones de la señora madre, quizá agobiada por la visión nocturna de las llamas, quedará en el secreto. Fuera de cuadro.

Por otro lado, en algunas secuencias el realismo de la imagen es reemplazado por filmaciones con cámara termodinámica, que dan un tono de misterio a acciones que son hechas, por lo demás, a escondidas, burlando la vigilancia de las SS, en medio de la noche casi rural.

El peso de la actuación recae en Christian Friedel y Sandra Hüller (a quien vemos también este año en Anatomía de una caída). A ambos les corresponde la difícil tarea de recrear dos seres en escenas sin altos ni bajos, más bien planas en términos de acontecimientos. No debió haber sido fácil. Y lo logran.

A la izquierda, los Höss en foto familiar de archivo. A la derecha, recreados por el director inglés.

Mención aparte, muy aparte, es el sonido, su diseño y realización. Esta banda, premiada entre otros galardones con el Oscar en su categoría, es la protagonista indiscutible. Lo que escuchamos –gritos, disparos, llantos angustiosos, ruidos de máquinas andando– fue compilado por Johnnie Burn (diseñador de sonido, entre otras también de Pobres criaturas y Nope), quien tomó como base su investigación de 600 páginas sobre los sonidos que podrían haberse escuchado en Auschwitz y alrededores en los años del exterminio.

La reconstrucción de sonido es un bombardeo inquietante y dramático que, junto con la música, constituyen un plano del filme omnipresente, que rompe con la quietud de lo filmado, con la belleza de lo natural y la falta de situaciones dramáticas que el montaje, por lo demás, acompaña en este ritmo cansino y doméstico.

La música por su parte, creada por Mica Levi (compositora, multi-instrumentista y productora británica que antes compuso para Glazer la música de la también inquietante película de ciencia ficción Bajo la piel), toma elementos de la banda de sonidos y le agrega la voz humana, manipulada hasta deshumanizarla, manteniendo cierta atmósfera de coro religioso. La mezcla de ambos elementos es escalofriante.

OTRAS CONSIDERACIONES

Después de diez años de ausencia y de ficciones como el mencionado Bajo la piel (2013), Reencarnación (2004), y Sexie beast (2000), este realizador poco prolífico en largometrajes, pero con una larga lista de cortos, sobre todo musicales, y tras largas disquisiciones internas, creó este discurso sobre la banalidad del mal, como tanto se ha dicho.

Concepto acuñado por Hannah Arendt en su texto Eichmann en Jerusalén, que trata del juicio a otro gran criminal de guerra nazi, expone la idea de que un ser humano cualquiera, cumpliendo órdenes a cabalidad para lograr ascensos o gloria, siendo eficiente y dejando completamente de lado la ética y la moral, puede transformarse en un monstruo. Y lo que Glazer ha dejado en claro es que cada vez que dejamos de ver el sufrimiento del otro, sea este quien sea, ese mal banal, pero insidioso, se hace presente.

Zona de interés está en la antípoda de El fascismo ordinario (1965), documental soviético de Mikhail Romm (exhibido dos años después en Chile, en salas comerciales, y en 2018 en el 22 Festival de Cine Recobrado de Valparaíso), en el que gracias a filmaciones recuperadas en los propios archivos nazis se muestra, de manera insoportablemente explícita, todo el horror registrado por los propios perpetradores.

A un lado y otro de la pandereta: arriba, lo que el filme no muestra (fotograma de El fascismo ordinario); abajo, Sandra Hüller en el rol de Frau Höss en Zona de Interés.

Las imágenes finales del filme de Glazer muestran el día a día del Museo y Memorial de Auschwitz-Birkenau. Las empleadas limpian las vitrinas que protegen los objetos que dan constancia material de los seres humanos cuyas vidas terminaron en los hornos, para que estén preparadas para los miles de turistas que llegan allí a contemplar el resumen del horror como se contempla cualquier otro museo en el mundo.

Desde las vitrinas, los objetos –así como los ojos de los prisioneros que aparecen en los primeros planos de El fascismo ordinario– acusan e interpelan silentemente un presente que es siempre futuro. PP

Entre otros premios, ha ganado:

Oscar 2024 a la Mejor Película Extranjera y al Mejor Sonido.

Bafta 2024 a la Mejor Película de Habla no Inglesa, a la Mejor Película Británica y al Mejor Sonido.

Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes 2023.

Premio de la Sociedad Nacional de Críticos de Cine de Estados Unidos 2023 a la Mejor Actriz (Sandra Hüller).

Premio del Cine Europeo EFA 2023 al Mejor Sonido.

Zona de interés. Dirección y guion: Johnathan Glazer. Basado en la novela de Martin Amis. Sonido: Johnnie Burn. Elenco: Christian Friedel, Sandra Hüller. Fotografía: Lukasz Zal. Música: Mica Levi. Coproducción Reino Unido-Estados Unidos-Polonia. Casas productoras, A24, Film4 Productions, JW Films, Extreme Emotions, Access Entertainment. Duración: 106 minutos. 2023. Disponible en Amazon Prime y en salas.

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