ACUSACIÓN BIEN REPETIDA

Hay temas y relatos que parecen no conocer el ocaso de sus posibilidades. Puede que ser porque continúan siendo ejemplos de una permanente conducta social y que, por lo tanto, vuelven al presente para señalarnos lo que repetimos como error, una y otra vez.

Un relato como Yo acuso tiene todos los peligros de resultar redundante. Por una parte está el famoso artículo de Emile Zola, uno de los máximos ejemplos de valentía periodística. Por otro, los tsunamis de tinta que el caso trajo en su época y que, de cuando en cuando, sigue arrastrando; además, las versiones cinematográficas y televisivas. Se requiere mucho talento para reverdecer laureles con esta historia.

Repasemos el caso para quienes son más jóvenes. Francia de fines del siglo XIX. Se descubre en el ejército un caso de espionaje y de venta de secretos militares a potencias extranjeras. Los principales sospechosos están vinculados a la aristocracia y se las arreglan para que los indicios acusen a un inocente, un oficial francés de origen judío. Alfred Dreyfus. A todos tal acusado les resulta cómodo y se sigue un proceso ignominioso por el cual es condenado a la degradación y a presidio perpetuo en la Guyana. De poco sirvió que las pruebas fueran circunstanciales, Dreyfus pasaría años en la Isla del Diablo. Fue necesario otro juicio para descubrir una verdad que ya a nadie le resultaba cómoda.

En muchos aspectos, el caso Dreyfuss resulta de manual; un ejemplo demasiado evidente, obvio incluso, de los intereses creados de una sociedad que, de vez en cuando, requiere realizar sacrificios humanos para mantener su statu quo. Por eso resulta tan difícil extraer de ahí algo novedoso que todavía pueda interesar. Pero el Yo acuso de Roman Polanski, quien mucho sabe de desafíos y polémicas, enfrenta todo esto con el convencimiento de poder renovar una vieja historia.

Para ello recurre a:

– Un buen guion. Cuando se administra creativamente la información que es entregada al espectador, este es capaz de volver a seguir cualquier historia. Es lo que aquí sucede y también lo que Polanski realizó con El pianista, que fácilmente podría haberse reducido a otra historia más sobre el Holocausto, pero que se transformó en algo más que eso. Aquí el tema judío surge como elemento secundario y nunca alcanza el protagonismo que pudiera hacer conciente la operación en acto. La delantera siempre la llevará la injusticia flagrante a la que asistimos y a los poderes fácticos que la han producido. La habilidad mayor está en situar como protagonista al coronel Picquart, un hombre íntegro, pero que no oculta su antisemitismo al propio Dreyfus. Seguir su historia aleja de la víctima y es aquí donde comienza el interés apasionante de la trama que, más adelante, conducirá a Picquart a hacer temblar toda Francia con su descubrimiento de la verdad. La aparición del escritor Zola ayudará a hacer pública la cuestión, lo que tendrá un peso decisivo en el resultado. El guión está basado en la novela muy documentada de Robert Harris, que escribió la adaptación junto a Polanski.

– Una escrupulosa ambientación. Una de las tentaciones de toda reconstrucción de época es la de la filología, la citación plástica y el decorativismo. Polanski, con la experiencia de un maestro, en vez de agregar parece haber seleccionado con lúcidas pinzas lo justo y necesario para rendir el sabor visual de una época. Si además estamos en Francia en un período de riqueza pictórica inaudita, esquivar la citación puede ser desafiante. El director compone con gusto plástico, pero no está engolosinado con ello. El resultado es de un equilibrio tal que nunca la narración parece verse afectada ni por carencias ni por excesos de elementos visuales. Los objetos son los precisos, la oficina nueva del coronel tiene la textura del uso y abuso de sus previos ocupantes y los espacios militares tienen el colorido de la institución deshumana encargada de la mantención del poder establecido. Como suelen hacer los cineastas polacos, la ambientación sabe narrar sin desviar la atención hacia el adorno vistoso o al rebuscamiento acumulativo, refugio de cineastas con dudas sobre su capacidad narrativa.

El caso Dreyfuss: una injusticia que se niega al olvido

– Una puesta en cámara y escena sobrias. Una elección de estilo, ya lejana, hizo Polanski cuando se inclinó sin remordimientos por las buenas formas del clasicismo. Al no intentar siquiera las acrobacias visuales de tanto cine de acción, toda la energía queda concentrada en mantener el ritmo preciso, el montaje invisible y el orden narrativo funcional al sucesivo descubrimiento de nuevas situaciones. Esto hace que el espectador sea conducido con mano segura por unos corredores de aparente sentido único y permanente suspenso. Suele ser esta una cualidad muy desarrollada por Polanski y que está entre sus mayores logros. Aquí nuevamente es capaz de capturar, en forma permanente, el interés del espectador y conducirlo, no solo a la comprensión de la historia, sino que a entenderla como ejemplo de un tema mayor, que involucra muchas otras situaciones análogas de otras épocas y lugares, como la del propio Polanski y su eterno lío pendiente con la justicia norteamericana. Sin buscar identificación con la víctima de la evidente injusticia sufrida por Dreyfus, al situarse en la perspectiva del abogado defensor el cineasta escoge una estrategia que neutraliza todo énfasis y toda tentación de auto identificación. Quizás ha buscado en este desplazamiento hacia la perspectiva del coronel anti semita la complicidad de los espectadores no completamente convencidos del moralismo reinante, pero que al final terminan actuando en consonancia con la mayoría.

Durante el Festival de Venecia del 2019 la presidenta del Jurado, Lucrecia Martel, se negó a ver en sala la película en concurso por causa de las acusaciones que persiguen a Polanski desde hace cuarenta años. Igualmente obtuvo el Premio Especial del Jurado y Martel lo aceptó. ¿Quiso tal vez imitar al coronel Picquart? PP

Yo acuso. (J’accuse). Director: Roman Polanski; Intérpretes: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Mathieu Amalric; guión: Robert Harris y Roman Polanski; Fotografía: Pawel Edelman; Francia, 2019, 133 minutos.

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