ANOTACIONES SOBRE MEMORIA IMPLACABLE (MARICHI TUKULPAN)

El documental de Paula Rodríguez Sickert recupera el registro sonoro más antiguo en mapuzungún: la voz de un joven mapuche sobreviviente del genocidio del siglo XIX. A través del trabajo de la investigadora Margarita Canio Llanquinao, la película construye un contra-archivo que desestructura el relato civilizatorio estatal, exponiendo una maquinaria de exterminio que encuentra ecos brutales en el presente mapuche.

¿Cómo se escucha un genocidio, una maquinaria de deshumación? Pregunta que tiene una contingencia brutal en Gaza hoy, pregunta que vive en tiempo presente. ¿Es posible representar la catástrofe? Esta interrogante ha atravesado la segunda mitad del siglo XX y pone en cuestión todo el aparato reflexivo occidental. ¿Cuántas palabras, voces e imágenes se necesitan para representar una catástrofe?

PALABRAS

La pieza documental de Paula Rodríguez Sickert se abre con un registro sonoro de una mujer mapuche narrando su experiencia sobre la guerra de ocupación colonialista que llevaron a cabo las repúblicas de Chile y Argentina durante el siglo XIX en Wallmapu, un registro sonoro guardado en el archivo del Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín proveído por el etnólogo y antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche, que trabajó en el Museo General de la Plata (actualmente Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata) en Argentina desde finales del siglo XIX hasta 1930.

Se abre, porque se sitúa en la escucha del registro sonoro más antiguo de mapuzungún que existe hasta la actualidad y, en ello, abre a que distintas temporalidades entren en colisión.

Así mediante el trabajo de búsqueda de la investigadora mapuche Margarita Canio Llanquinao (Temuco 1982), se presenta no solo un sonido sobreviviente de la catástrofe, sino también imágenes y escritos del archivo de Lehmann-Nitsche, de los que el documental se alimentará, concentrándose en ese período donde los herederos del proyecto colonialista europeo concluyeron la tarea de exterminio y subordinación de las primeras naciones del sur de Abya Yala, comandada por el general argentino —y posterior presidente— Julio Argentino Roca y por el general del ejército chileno Cornelio Saavedra Rodríguez y el coronel Gregorio Urrutia.

Esta apertura es condición de posibilidad para que irrumpa una objetualidad del pasado, para encontrar ecos en el presente bajo la premisa de ponerle voz a los escritos de Katrülaf, un joven de 17 años apresado en ese entonces en el actual territorio argentino.

Reconstruye la trayectoria del destierro de quien, nacido con el nombre Katrülaf fue rebautizado como Juan Castro, a su llegada final a la ciudad de La Plata, tras esa caravana de la muerte étnica que lo fue llevando, junto a gran grupo de mapuche, por la geografía de un Wallmapu que estaba siendo ocupado y exterminado, a través de en una serie de campos de concentración y centros de detención temporales, por donde el ejército argentino los fue trasladando mientras se iban muriendo unos tras otros; por ejemplo, en el pueblo de Valcheta.

El documental coloca voz a estos escritos en mapuzungún escritos por Katrülaf, a modo de memorias y cartas que le entregó al antropólogo alemán, entre ellas otro registro de un sobreviviente.

Otra objetualidad del pasado que reclama un presente, su tiempo de ser leídos en la publicación Historia y conocimiento oral mapuche. Sobrevivientes de la Campaña del Desierto y Ocupación de la Araucanía (1899-1926) [2013] de la propia Margarita Canio Llanquinao y Gabriel Pozo Menares y oídos a través de la pieza documental de Silvia Rodríguez Sickert.

Porque ese sonido no nos habla solo desde el pasado, de una catástrofe que ya no nos pertenece. Por lo contrario, su supuesto anacronismo tiene una radical actualidad: la ocupación militar-policial a los dos lados de la cordillera sigue sucediendo, las muertes siguen aconteciendo, el conflicto sigue y seguirá abierto.

Y, por eso, la apertura está en la voz de esa mujer mapuche de inicios del siglo XX, rememorando la persecución y exterminio de su pueblo, encuentra eco en la desaparición de Julia Chuñil y la muerte de Elías Garay Cañicol y Gonzalo Cabrera, por nombrar solo dos situaciones recientes.

Las palabras de Katrülaf exponiendo el dispositivo necropolítico de la barbarie civilizatoria de cuño eurocéntrico, encuentra sus ecos en el pacto entre ambos Estados el año 2021 para el control fronterizo en el sur, bajo la coartada del tráfico de armas y crimen organizado.

La voz y las palabras luchan contra un silencio que articula un cautiverio centenario, una forma explícita de necropolítica —con mayor o menor intensidad— contra el pueblo mapuche.

Una última nota sobre la sonoridad: la apertura de la lengua establece otra dimensión del exterminio. Durante toda la pieza en el lado argentino escuchamos solo a una mujer anciana hablar mapuzungún, en el contexto de una protesta para exigir que una iglesia católica sea considerada un espacio de memoria del pueblo mapuche, ya que en esa diáspora estuvieron allí detenidos Katrülaf y las y los otros.

Ahí hay un diálogo transtemporal entre dos voces que dialogan, se reconocen la una en la otra, como, también con la de Katrülaf en la puesta en imagen. Son sonoridades que luchan por romper el dispositivo colonial de la imagen cinematográfica-audiovisual, que fija permanentemente su ausencia de presente, en esta suerte de intercambio epistolar sonoro vehiculizado por Margarita Canio Llanquinao, donde una otra voz, permite que en su cuerpo se encuentran estos múltiples tiempos.

CUERPOS

El cuerpo es otra figura que propone el trabajo dirigido por Paula Rodríguez Sickert, en particular el cuerpo de la investigadora Margarita Canio Llanquinao en su dimensión performática.

No solo es su investigación la que sostiene buena parte del documental, sino que fija las trayectorias y los desplazamientos; su cuerpo habilita la puesta en imagen, en su viaje desde Chile a Alemania, luego a Argentina y dentro de ese país.

Ella pone a disposición su cuerpo para que circulen por él esas otras palabras, esas historias y testimonios de una memoria silenciada. El cuerpo no es un contenedor sino el vector que va activando una red.

El cuerpo de ella gana centralidad en la imagen, pero para que a través de esto acontezcan otras cosas. Se centraliza y desplaza para que se vean y escuchen otras voces, lo que va en aumento mientras avanza la narración —un gesto similar realiza la directora chilena: se desplaza desde la centralidad de su punto de vista para que ese lugar lo ocupe Margarita Canio Llanquinao.

Son esos permanentes desplazamientos e interconexiones, esa red de tiempos que se van solapando, los que hacen sentido con la idea que trabaja Alejandra Castillo en su libro Imagen-Stasis (2024): una corpopolítica donde “su movimiento es reticular; conecta un punto con otro y otros, en una malla que se extiende y contrae. Corpopolítica es el nombre de una multiplicidad, de una red que se va conectando en ausencia de un plan predefinido. Las corpopolíticas interpelan, su llamado es colectivo y, sin embargo, la subjetivación que promueven es particular, van anudando cuerpos, nombres y actos” (p. 34).

Castillo lo fija como una “corpopolítica feminista”. Yo no estoy en condiciones de afirmar —o no— que Memoria implacable (Marichi Tukulpan) es una película feminista, pero se ven trazas de ese ir y venir que anuda cuerpos, nombres y actos en forma de retícula, que es posibilitado por una directora, dos productoras y una protagonista sobre un territorio arrasado por la barbarie del cuerpo del Estado colonial patriarcal republicano, siguiendo a Alejandra Castillo.

Justamente en la constitución de ese archivo lo central es la ausencia. La narración del cuerpo de esos Estados que omite el relato de su propia barbarie contra las primeras naciones (y el pueblo mapuche en particular) es central para su legitimación en el presente.

En este sentido, el documental deviene en un contra-archivo, que altera y suspende el gran relato civilizatorio, republicano y de constitución del Estado nación, pero no solo para exponer que su constitución fue profundamente violenta, sino para desplazarlos de la centralidad, para colocar ahí a Wallmapu, una tierra que se escribía de Pacífico a Atlántico y viceversa.

Esta escritura lateral, donde la cordillera de Los Andes no es una separación sino un gran espacio de flujo de cuerpos, comercio, ideas e imaginarios. Expone un territorio que se lee al ritmo del andar de los caballos —un ejercicio permanente que desarrolla la película es el vínculo entre lo mapuche y sus caballos: planos detalles de sus ojos, manos acariciando sus lomos, su presencia recortada en los paisajes del sur de Chile y Argentina.

Así, el documental va siendo escrito por este cuerpo femenino que habilita muchas voces, mientras en los lomos de un caballo va reescribiendo esos territorios, en una lógica que altera el orden de norte a sur (eje de lectura colonialista desde las capitales hacia el territorio conquistado), por uno de este a oeste.

El testimonio de Katrülaf se va sedimentando en la memoria de esos tehuelche herederos y herederas de las y los sobrevivientes con las que Margarita Canio Llanquinao va reconstruyendo los largos meses que duró la caravana que los terminó llevando hasta Carmen de Patagones, desde donde los enviaron hacia Buenos Aires, para que algunos –como Katrülaf– terminaran sirviendo en el ejército argentino, ese mismo que los había desterrado, exterminado.

Niños y niñas entregados a distintas familias argentinas y otros cuyos cuerpos pasaron a formar parte de la colección del Museo de la Plata para ser exhibidos, como parte de la colección etnológica, transformados en objetos de estudio, entre otros por el mismo Robert Lehmann-Nitsche.

Aquí la operación colonialista estatal se expone en su despliegue total.

Primero la conquista militar del territorio y el exterminio; para los sobrevivientes, el destierro (desviculación existencial-emocional con su tierra).

Tras ello, la anulación de su identidad (transmutado en otro nombre, con otras familias), el sometimiento a la servidumbre de ese propio aparato de conquista, sirviéndole.

Y, por último, transformando esa identidad borrada en objeto de estudio anacrónico, de cuerpos que ya no tienen presente ni nombres, encontrando así su cárcel definitiva, dentro del relato científico de la superioridad racial o del anacronismo temporal, las frías salas de exposición y almacenamiento del museo, una pequeña necrópolis que exalta su propia barbarie.

Toda la estructura del Estado y sus aparatos ideológicos a disposición del proyecto de esa comunidad imaginada de la argentinidad: el ejército, la iglesia y la ciencia.

IMÁGENES

Al inicio de la película, Margarita Canio Llanquinao va pasando una serie de fotografías del pueblo mapuche en un plano cerrado. Una de ellas, solo una de ellas, es sobre la guerra de ocupación colonialista llevaba por la República de Chile en Wallmapu, una imagen de un conflicto que duró al menos tres décadas.

Así se abre un tercer eje, el problema de las imágenes. Paula Rodríguez Sickert busca poner en imagen la ausencia de imágenes de uno de los eventos centrales para la constitución del Estado, de lo que hoy se entiende por Chile, del proyecto portaliano de concluir el proceso de colonización fracasado del Reino de España.

Esta imagen (voz+cuerpo) está en Margarita Canio Llanquinao, que va encontrando varias imágenes de ese período de su pueblo, de ese que se narra a sí mismo de este a oeste y que se van mostrando a lo largo del documental. Pero estas imágenes son principal o exclusivamente del lado argentino.

Y, aquí, hay cosas profundamente sintomáticas. Si allende Los Andes tienen las imágenes, de este lado de la cordillera está el habla del mapuzungún. Eso no es un elemento tan relevante para la irrupción de esa memoria traumática de lo mapuche, ya que sigue siendo una nación, pero si particulariza el dispositivo de representación colonialista chileno.

El exterminio de lo mapuche, para absorberlo en la chilenidad, negándole toda autonomía, se sostiene en su total ausencia en la imagen en tiempo presente.

El Estado chileno ha venido construyendo una imagen-colonial sobre lo mapuche que se ha sostenido en la estrategia de su ausencia, en la borradura permanente de su presencia en la imagen como presente.

Que solo exista una imagen de lo que ocurrió en este lado de Wallmapu durante una la guerra de ocupación que duró más de tres décadas, da no solo una pista, sino que revela un modus operandi de lo que se va a ir desplegando durante el siglo XX.

Se me dirá que en las últimas décadas han proliferado los documentales e, incluso, ficciones audiovisuales, como también otros trabajos de representación mapuche. Pero lo que no se mostró a finales del siglo XIX fue la guerra de ocupación y, de manera similar hoy, la ocupación militar permanente del Estado en Wallmapu, el ocultamiento de las imágenes de la muerte de Camilo Catrillanca (2018), por nombrar algunos.

Si la tesis del documental es que la memoria terminará por encontrar la forma de irrumpir implacablemente para desestructurar el relato estatal chileno-argentino sobre la guerra genocida del siglo XIX, la imagen borrada de lo mapuche es la respuesta permanente contra la lucha por la memoria, esa imagen borrada del presente —porque solo se acepta en términos de vestigio de un pasado que no volverá—.

Irrupción y borradura tensionan permanentemente el dispositivo audiovisual que Paula Rodríguez Sickert y Margarita Canio Llanquinao ponen en imagen. PP

Memoria implacable. Dirección y guion: Paula Rodríguez Sickert. Investigación: Loreto Contreras, Paola Castillo. Dirección de fotografía: Cristián Soto. Música: Ezequiel Menalled. Casas productoras: Errante producciones y Gema films. Documental. Duración: 93 min.Chile y Argentina, 2024.

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