LOS GATOS PARDOS, ¿RASGUÑAN TODAVÍA?

Es sabido que las grandes obras son resultado de grandes contrariedades y contradicciones. Lo fue la novela de Tomasi di Lampedusa, como también la adaptación de Visconti, quien no trepidó en sacrificar amistades y arruinar colegas para lograr dirigirla. Hasta ahí los resultados se justificaron ampliamente. Por eso cabe preguntarse sobre la necesidad de una nueva adaptación, esta vez para el frágil, pero amplísimo soporte del streaming.

Sin duda tras la versión netflítica está la fórmula, probadamente exitosa, de los melodramas europeos de época y de ambientación aristocrática, o semi, que estimulan ocultos, recónditos tal vez, pensamientos nostálgicos: cuando los patrones mandaban, los sirvientes obedecían, las mujeres se hacían de rogar y los hombres jóvenes y vigorosos, esbozaban una sonrisa mientras les chorreaba la sangre, o el sudor, según fuera el caso. Cuando la magnificencia brillaba para unos y también para aquellos que se asomaban por las ventanas para ver el disfrute de los privilegiados, antes que las ideologías les metieran el bicho de las reivindicaciones igualitarias y se arruinara el espectáculo.

La extraordinaria fortuna de las adaptaciones de Jane Austen, las extrañas versiones y variantes sobre el período Regency británico (Los Bridgertone, La reina Charlotte), con esos repartos interraciales, que un crítico mordaz ha designado como daltónicos y que quieren poner al día temas que no eran tales en las cuidadosamente reconstruidas épocas en que se ambientan las historias. A eso se suma el histórico éxito de la brillante Downton Abbey y de la inteligente y a ratos apasionante The crown, que tuvo que enfrentar el desafío monumental de narrar la historia del personaje más fotografiado y comentado del presente, la reina Isabel II, cuando aún estaba viva.

Si a eso sumamos los equivalentes coreanos, estadounidenses y latinoamericanos, tenemos que la sandía estaba calada hace rato.

Pero el problema es que ninguno de los casos citados o aludidos tuvo que lidiar con la comparación inevitable de la novela prestigiosa y de la película mítica dirigida por Luchino Visconti, cuya mutua fama actuó siempre como reflejo especular una de la otra. Se ha llegado a decir que una ha engrandecido y complementado a la otra. Y que la lectura de la novela perfecciona el sentido más oculto de la película, la que a su vez da luces a las zonas de la novela no iluminadas por un sistema ideológico ausente en las intenciones del escritor.

Ahora ni lo uno ni lo otro parecen estar en juego. El gatopardo televisivo confía en sumar factores, cualidades y circunstancias en un momento en que todo cambia … para que nada siga igual. Y eso estimula la nostalgia, el miedo futuro, la fascinación erótica, la envidia del poder y quizás la admiración por unos personajes que respondían de sus actos a conciencias bien alimentadas, compactadas y regadas por valores profundos, emociones radicales, opciones absolutas y, quizás también un poco ridículas para los apetitos impacientes y convulsos de hoy.

¿Puede esta historia ser signo de algo hoy? ¿podría una clase sin proyecto histórico interpretar las señales de unos cambios vistos solo como amenaza? Es que la burguesía, alimentada por el ansia de sus apetitos, no ve más allá del plato que tiene delante. Al menos en eso el príncipe de Salina superó a sus competidores: el tenía un horizonte. Tal vez es lo que podría recordar El gatopardo, aunque sea desde la delgada plataforma que ahora usa para exhibirse y que parece dirigida a una clase más estadística que histórica.

No hay duda de que la producción anglo-italiana posee y exhibe todos los valores formales para atrapar el ojo y no soltarlo hasta el último capítulo. La reconstrucción de época, debidamente resaltada por el making-off –posible de ver también en la misma plataforma– es de la alta calidad tradicional en los productos de ambos países. Palacios, amoblados, utilería, vestuario, exteriores y costumbres están cuidadosamente elegidos para idealizar el pasado, que es lo que se busca siempre en estos casos. La mitad del siglo XIX fue particularmente suntuosa en Sicilia, momento en que Europa se recuperó de las guerras napoleónicas y sus países se dedicaron a conflictos locales y nacionales, como el que aquí se narra.

Luego, la técnica cinematográfica hoy puede hacer lo que Visconti aun no pudo: crear una infinita gama de semi-sombras y tonalidades intermedias en la iluminación, que contribuyen a una atmósfera dibujada por las luces de candelabros infinitos. En comparación, la película de Visconti resulta alumbrada como un supermercado, aun siendo un trabajo espléndido. Pero el maestro Giuseppe Rotunno (1923-2021) no podía contar con la tecnología que empezó a desarrollarse años después de la famosa película, cuando apareció Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1975), con sus lentes desmesurados que permitieron filmar solo con la luz de las velas.

El reparto es casi siempre un acierto, partiendo por el rol protagónico sostenido por Kim Rossi Stuart, un actor que alcanzó en Italia un cierto renombre por su apostura, pero al que el tiempo ha añadido eficiencia y una cierta amplitud de registro. No se puede discutir que Burt Lancaster no se verá amenazado en el recuerdo, pero lograr sostener un personaje así de complejo y contradictorio no es poco mérito para Rossi Stuart.

La pareja romántica de jóvenes enamorados la tiene más difícil. Delon y la Cardinale estaban en la cumbre de la belleza y de posibilidades todavía inexploradas cuando hicieron a Tancredi y Angélica. Esa frescura inmadura creaba una tensión erótica, mezclada con inconsciencia y capricho de privilegiados, que es de los mayores logros de la mano de Visconti en dibujar esos cruciales personajes, que en la película quedan a mitad del desarrollo que tienen en la novela. En la serie tenemos el arco completo de su deterioro moral, por lo que la posible suspensión de su destino no es más que explicitación de sus ambiciones interiores.

La casi procaz e insolente juventud de Devi Cassel (hija adolescente de Monica Bellucci y Vincent Cassel), exhibe atributos físicos, vulgaridad y falta de escrúpulos, de la primera a la última escena. Pero llena la pantalla. Menos afortunado su galán, de oficio, Saul Nanni,  apenas logra esbozar un restringido repertorio de expresiones adecuadas, pero que no le otorgan al personaje una autonomía interior, como la que logra la mayoría del reparto.

Lo central en la versión televisiva es sin duda la fuerte presencia de Concetta, la hija del príncipe, que será por un incierto período la prometida de su primo Tancredi y que luego seguirá las huellas del padre. La joven actriz Benedetta Porcaroli posee una mirada intensa, melancólica y sostenida, muy de la que le asignamos a la época y por eso puede ser la más convincente del reparto. En la versión Visconti es apenas una presencia secundaria, pero en la serie es casi la protagonista.

¿Había necesidad de colocar el relato al día con los avances del feminismo contemporáneo? Tal vez, pero hay que reconocer que funciona el cambio, sin que sea una traición al texto literario.

En tiempos inquietos e inquietantes como los que vive Occidente, la historia de un viejo (pero no mucho) terrateniente de provincia parece que todavía enseña algo a un público enfrentado a la necesidad de un cambio más que cosmético, como el que proclama el cínico Tancredi, y para el que nunca se está suficientemente preparado.

Intuición genial de un anónimo y algo extravagante señor de abrigo, entrevistado accidentalmente en unas termas, en pleno verano de hace setenta años.

PRECUELA 1

Cuando hacia finales de los años cincuenta un discreto noble siciliano presentó su novela a las mejores casas editoriales italianas, que vivían un gran auge, el rechazo fue unánime. Pero no porque el texto fuera discutible: simplemente nadie lo leyó. El autor era desconocido y, para peor, aristócrata de vieja estirpe, lo que diez años después del desplome de la monarquía y del fascismo bastaba para ser arrumbado en algún escritorio secundario.

La historia había comenzado un par de años antes.

Se cuenta que en unas termas (como las de 8 ½) llegó un día a un encuentro literario un extravagante personaje que intentaba pasar desapercibido con un abrigo de pelo de camello, en pleno verano, y que acompañaba discretamente a un poeta primo suyo. Ambos completamente desconocidos, pero el primo poeta sería presentado a un concurso por Eugenio Montale (futuro premio Nobel), para oponerse a Salvatore Quasimodo (también futuro Nobel), cuyo protegido estaba en el mismo concurso.

La prensa se acercó al del abrigo creyéndolo el poeta y le preguntaron por aquello que iba a escribir después del afamado concurso. “Una novela histórica” respondió el entrevistado. Al consultarle el periodista sobre el posible ganador del encuentro mencionó a un escritor recién fallecido, añadiendo: “cuando se mueren los reconocen”. Entonces el primo intervino diciendo: “Pero el concursante soy yo” y se presentó: “Lucio Piccolo, barón de Calanovella y él es mi primo Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa”.

Quien narró esta escena era otro desconocido escritor, Giorgio Bassani, futuro autor de la novela El jardín de los Finzi-Contini y guionista, que estaba ahí para ser presentado por Emilio Cecchi, distinguido estudioso de literatura y cuya hija era ya la más importante guionista del cine italiano, Suso Cecchi d’Amico.

Dos años después, según cuenta la baronesa Alessandra Wolff von Stomersee, princesa de Lampedusa, su marido volvió de esas termas con una sola obsesión: escribir la novela histórica que había anunciado en la prensa casi sin pensarlo. Esa sería El gatopardo. Envió el manuscrito a las principales editoriales del país y solo una le respondió que no, por no estar en la línea editorial del momento.

Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa y su esposa, la baronesa Alessandra Wolff von Stomersee, princesa de Lampedusa

Tomasi lo alcanzó a saber y quiso porfiar con las otras, pero un fulminante cáncer de pulmón acabó con su vida. La viuda insistió en mandarle el manuscrito a la hija del célebre filósofo Benedetto Croce, Elena, ocupada en lectura de manuscritos de celebridades. Ella lo perdió y después de varias búsquedas fue encontrado por la camarera en un desván, significativamente bajo un montón de sombreros, abrigos de piel y abanicos. Elena Croce entonces encargó su lectura a un joven lector de una editorial pequeña, que resultó ser Giorgio Bassani y quien, al llegar al tercer capítulo, llamó por teléfono a las dos de la madrugada a un escritor y cineasta con el que había trabajado a menudo, Mario Soldati.

La lectura no tuvo pausas y ambos pensaron haber descubierto una obra maestra. Pero coincidieron en que faltaba algo. Hablaron con la Croce, esta con una editorial y luego con otra. Todos comenzaron a reconocer la maestría del texto. Pero faltaba algo. La Croce hizo desmantelar su desván y la camarera fue interrogada severamente, pero nada. Finalmente telefoneó a la princesa viuda para decirle que la novela se publicaría, aunque sentían todos que algo faltaba. La princesa, respondió: “¿una fiesta tal vez?”.

Se le había extraviado ese esencial fragmento final y lo encontró al fondo de un cajón del escritorio. Se publicó la novela, en 1958, sin grandes auspicios pero con un más que discreto éxito de ventas, que al editor Feltrinelli satisfizo.

PRECUELA 2

Los tiempos eran muy políticos en la Italia demócrata cristiana, que poseía el partido comunista más poderoso de Occidente. Entre comprensibles prejuicios, necesidades estratégicas y la cuota de tontera que se anida en las instituciones que unifican pensamientos en aras de un poder codiciado, salió una opinión ideológica, no estética, sobre la novela.

El PC italiano tenía una política cultural de gran peso en aquellos años y se manifestaba por sus medios de prensa en forma contundente. Obviamente la novela de un desconocido príncipe siciliano, que osaba revisar el proceso del Risorgimento, es decir la unificación de Italia promovida por la familia real del Piemonte, los Saboya, y militarmente llevada a cabo por Giuseppe Garibaldi (que viviera parte de su exilio en la actual Viña del Mar), una novela así tenía que ser mala. Y eso es lo que el PC opinó sin matices cuando El gatopardo apareció.

Lo mismo habían opinado, un año antes, cuando la traducción italiana de El doctor Zhivago de Boris Pasternak, llegó a las librerías. Casi por obligado contraste, algunos críticos literarios comenzaron a elevar la opinión generalizada sobre la novela de Lampedussa. Todo se complicó cuando en el verano de 1960 se reunió el jurado del prestigioso premio Strega, con la guionista Suso Cecchi d’Amico como integrante, que llegó acompañada a la reunión final de su gran amigo, Luchino Visconti. La ocasión solía ser un gran evento social y la votación era transmitida por radio.

Bassani había sugerido a su amiga Suso votar por la novela que tanto lo había conmovido, mientras que Visconti le pidió hacerlo por una novela de Pasolini. Entre los asistentes estaban  también Soldati y el otro más exitoso director teatral italiano, Ettore Giannini, amigos de Visconti. La prensa, especialmente la televisiva, comenzó a llegar a la votación por causa del rumor (cuidadosamente echado a correr por la editorial y por Goffredo Lombardo, productor cinematográfico que ya había comprado los derechos correspondientes) de que El gatopardo estaría entre los títulos de la competencia. Esto desequilibró todo y creó tal expectativa que la votación final fue transmitida por la televisión en directo a todo el país.

Soldati, aprovechando la publicidad gratuita, adelantó que él estaba contratado ya para dirigir la adaptación. Visconti silenciosamente se dirigió al productor de su reciente película Rocco y sus hermanos, que casualmente era  ¡Goffredo Lombardo! Por ahí apareció, a última hora la princesa viuda de Lampedusa y con eso los dados fueron lanzados. Finalmente ganó El gatopardo.

Luchino Visconti. Credito de foto: Dezo Hoffman/Shutterstock (343417er)

Se transformó en un éxito de ventas continental y en meses apareció la edición francesa. Louis Aragon, poeta y el más prestigioso intelectual del PC francés, publicó una crítica en que decía que era la mayor novela de la historia de Italia. Escándalo aún mayor fue cuando se dijo algo similar en la URSS por boca del filósofo húngaro Gyorgy Lukacs. Palmiro Togliatti, secretario general del PC italiano, se encontró acorralado por el fuego amigo y, con audacia de partisano, optó por poner el pecho a las balas, pero con chaleco protector: encargó al mismo crítico oficial que había denostado a la novela, publicar otra crítica en sentido contrario. Y eso fue lo que se hizo.

A este punto, El gatopardo era ya el mayor best seller de la literatura europea de la postguerra y en EE.UU. fue publicada con bombos y platillos.

PRECUELA 3

Mario Soldati (1906-1999) hombre inteligente, culto y escritor y cineasta de talento, que ya sabemos, había leído tempranamente el manuscrito, se avocó a estudiar la adaptación de una historia densa en cruces culturales y en capas de significados. Parecía el personaje perfecto para la función que se le había asignado, pero en poco tiempo Soldati, que como cineasta no había tenido recientes éxitos de taquilla y que como novelista iba cada vez más hacia el intimismo, comenzó a sentirse incómodo con el gigantesco encargo. Silenciosamente renunció.

Lombardo ya tenía el repuesto: Ettore Giannini (1912-1990) cuyo Carrusel napolitano había sido uno de los mayores éxitos del cine italiano de los cincuenta. Giannini estaba feliz. Se dedicó con todas sus energías a adaptar libremente la densa novela y a prepararse para dirigir la película. Paralelamente, todo lo indica aunque no hay pruebas, Visconti y su guionista ya estaban tejiendo su propio proyecto y preparando la caída de Giannini.

Alain Delon había causado sensación en Rocco y sus hermanos. Como estrella reciente era un carácter vanidoso y superficial, y dejó escapar en una entrevista que él sería Tancredi, el joven sobrino del príncipe que dice la famosa frase: “Debemos cambiar todo para que todo siga igual”. A la pregunta sobre su relación con Giannini, Delon respondió que Visconti lo sabía dirigir muy bien.

Giannini se desesperó. Visconti se mantuvo en silencio, lo que aumentó la inquietud. Pero fue finalmente quien la dirigió.

La pregunta de la prensa era una sola: ¿Quién haría el rol del Príncipe de Salina?

Las tratativas en secreto estaban muy avanzadas con Laurence Olivier, cuya celebridad no iba a parejas con su éxito en la taquilla. Además se filtró que sería el protagonista también de la nueva película de Fellini, aun sin nombre. Los dos mayores cineastas de Italia, que no se podían ver sin darse zarpazos, despidieron al unísono a Lord Olivier y el problema para Visconti fue mayor. Se barajaron veinte posibilidades antes de que Lombardo, después de un viaje a Hollywood impusiera el del reciente ganador del Oscar Burt Lancaster. A Visconti le tuvieron que inyectar calmantes. Se calmó, pero por poco rato, ya que Claudia Cardinale firmó contrato, al mismo tiempo, con Fellini para su película sin nombre. Cuando Visconti se enteró: “Echaba espuma por la boca” comentó Suso Cecchi.

Se calmó en unas termas… como las de… esta película… sin nombre todavía …

PRECUELA 4

La filmación más agotadora posible fue la de El gatopardo. Ah, y también la de esta película sin nombre, pero al menos con número: 8 ½

Solo dos personas lograron estar en ambas: el compositor Nino Rota y la actriz Claudia Cardinale.

Se estrenaron con poca diferencia, en 1963, y sus triunfos hasta hoy no han señalado un ganador claro. Ambas tienen el indiscutible estatuto de obras maestras

El gatopardo de Visconti ha sido un referente en la historia del cine en muchos aspectos. Por lo que una nueva versión siglo XXI parece una aventura temeraria y un desafío que no parece apoyado por las sabrosas tensiones que vivieron la novela y la película y que forjaron su solidez estética.

Si la historia de un príncipe siciliano podía aparecer fuera del tiempo en los años 60, sesenta años después ¿cómo podrá verse? Imaginablemente reducida a su anécdota, hinchada de crinolinas y exquisitamente iluminada por elegantes tinieblas de salón patricio decimonónico. Si sumamos imágenes y efectos digitales, que hoy un niño sabe distinguir como falsos, un reparto casi siempre eficaz, pero olvidable y diferencias apreciables con la película de Visconti, podríamos estar frente a un gran desastre, de esos que no se los recuerda nadie en poco tiempo.

Pero ahí emerge, del delicioso reposo de unas termas, el fantasma de Tomasi di Lampedusa, diciéndonos: “cuando se mueren los reconocen”. PP

El gatopardo. Dirección: Tom Shankland, Giuseppe Capotondi, Laura Luchetti. Guion: Benji Walters y Richard Warlow sobre la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Reparto: Kim Rossi Stuart, Deva Cassel, Saul Nanni, Benedetta Porcaroli, Paolo Calabresi, Francesco Colella, Astrid Meloni, Mario Patanè, Corrado Invernizzi. Casas productoras: Indiana Production, Moonage Pictures. Mini serie de TV. Seis episodios de 60 min. de duración. Drama histórico. Disponible en Netflix. Coproducción Italia-Reino Unido, 2025. 

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