La renovada vitalidad del cine musical encuentra confirmación en Emilia Pérez, fantasía desaforada anclada en una realidad sórdida pero elevada, fatigosamente a ratos, a una imitación de lo sublime. Todo gracias al riesgo creativo del cineasta Jacques Audiard, uno que no tiene miedo a mezclar ingredientes heterogéneos y sabores contrastantes
El futuro nos explicará las razones de la tendencia al exceso en el cine actual. También de sus largas duraciones e intensidad física. Mientras por contraste, La habitación de al lado muestra a Almodóvar más contemplativo, lo que rara vez fue antes, otros cineastas de variadas ambiciones parecen acelerados por un frenesí que quisiera esquivar todo futuro inmediato.
Paralelamente, el pasado no termina de pasar y aún ofrece modelos que parecían colgados en el ropero de lo vintage. Ahí ha ido a escarbar Jacques Audiard, que antes había desenterrado un western singular, Los hermanos Sister y un melodrama socio-político, Dheepan, que le permitió ganar la Palma de Oro de Cannes en 2015.
Algo del melodrama de Douglas Sirk, las coreografías de Busby Berkeley, los gangsters de Seijin Suzuki, el sincretismo de la cultura popular latinoamericana y los desbordes a la moda, han sido batidos para camuflar, tal vez, la visión personal subyacente bajo esta operación de manifiesto artificio. Es decir, al mejor estilo clásico, pero sin la inocencia de alguna vez. Es que ya el mundo abandonó la inocencia hace tanto tiempo que solo un milagro podría recuperarla. O la apariencia de un milagro.
Eso intenta Emilia Pérez.

Rita (Zoe Saldaña) es una abogada de traficantes de drogas y los defiende a sabiendas de que son culpables. Un nuevo y misterioso cliente la contrata, secuestro mediante, para un trabajo importante y que le va a significar ganancias tan cuantiosas como para cambiar de vida. Manitas (Karla Sofía Gascón) es un criminal de lo peor, pero con aspiraciones y sueños que parecen imposibles, hasta que decide comprarlos y Rita se encargará del procedimiento, que incluye hacerlo desaparecer, esconderlo y después someterlo a una operación de cambio de sexo.
A este punto, la suspensión de lo verosímil ya importa poco, dado que desde el principio hay gente que canta y baila alrededor de este retrato del posible mundo de los carteles de la droga mejicana. Y cantan en modo manifiestamente artificial, pero bajo el ropaje aparente del realismo esperable en ese ambiente.
Si el relato se detuviera aquí todavía tendríamos una historia avalada por la realidad, considerada esta como una estadística de lo comprobable. Afortunadamente no es a lo que aspira Audiard.
Manitas, ahora Emilia, descubre que en su nuevo cuerpo habitan nuevas emociones. Quiere ver a sus hijos y para eso requiere nuevamente los servicios de Rita. Aquí el melodrama mejicano viene a ayudar con su rica tradición (citemos La otra de Roberto Gavaldón) y la “viuda” (Selena Gómez) llegará con sus hijos a la casa de Emilia en Ginebra, ignorando que quien la recibe fue una vez su marido. Pero el delirio dará todavía otro paso más, cuando una desdichada mujer aparece repartiendo volantes con la foto de su hijo desaparecido y le entrega uno a Emilia. Entonces la conciencia de un pasado violento se instalará en ese nuevo cuerpo, necesitado de cambiar también el mundo.
HERIDAS DEL CUERPO Y EL ALMA
A este punto, los riesgos del relato han aumentado a un nivel tan elevado que las posibilidades del ridículo se asoman por todos los rincones. Lo que logra repelerlos es la estilización con que Audiard sigue su propia poética personal, en la que los marginados del mundo aparecen envueltos por una dignidad que los separa del fondo del que surgen, acercándolos a la alegoría. En De óxido y hueso (2012) también de Audiard, los protagonistas parecían ser los sobrevivientes de un basural social a los que no han llegado las buenas intenciones de la correcta política. Todo gira alrededor de una corporalidad incompleta (ambos han sido cercenados de una y otra manera) que busca una redención posible mediante una asociación que, pese a sus carencias no está exenta de esperanza. Emilia, envuelta en música y canto, aspira a remediar el mal hecho de una forma riesgosa. También aquí la necesidad de los afectos busca subsanar unas mutilaciones ultrajantes de las que ella ha sido ejecutora y luego posible víctima. Así también ocurre en Dheepan y Los hermanos Sister, dramas en los que el cuerpo sufre heridas que parecen manifestación de un alma que no osa nombrarse a sí misma. Se puede vislumbrar en todo esto los ecos de un cristianismo disuelto en los ácidos aniquilantes de la miseria moral contemporánea, pero que no ha perdido completamente la esperanza en una posible redención.
El realismo es solo aparente y Audiard busca una verdad que ninguna superficie actual puede sujetar. Por eso lo suyo se nutre de estereotipos y motivos de crónica. Lo real es solamente un instrumento acompañante en sordina.

Que de buenas a primeras estos materiales combinados puedan resultar indigestos es perfectamente posible. Después de todo, su mezcla es cosa todavía muy nueva. Ponerle etiqueta de melodrama narco-trans-musical a Emilia Pérez es reducirla a descripción ligera y superficial, cuando lo que la obra presenta es algo más que un reordenamiento de materiales de la cultura popular en la que el relato se desarrolla. Todas las cursilerías musicales posibles de encontrar en la película son perfectamente consistentes con ese imaginario. Pero los cambios tienen un precio y la apoteosis final, con su ambigüedad simbólica, es congruente con las contradicciones que cohabitan en el folclore. Y no solo en el latinoamericano.
Puede que no todos los números musicales estén igual de logrados, pero el rap de la Saldaña para conseguir dinero, o la canción El Mal, con la voz de los desaparecidos, tienen potencia. Como también las cuatro actrices principales, premiadas en Cannes, resultan entrañables presencias figurativas de una película que enfrenta todos sus riesgos sin términos medios. Ni miedo.
El tiempo dirá qué verdad, o quién de verdad, merece la procesión final. PP.
Emilia Pérez. Guion y dirección: Jacques Audiard; Intérpretes: Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón, Selena Gómez, Adriana Paz. Fotografía: Virginie Montiel. Música: Camille, Clément Ducol. Producción: Pascal Caucheteux, Nicolás Celis. Musical. Duración: 130 minutos. Francia, México, 2024.