LA NIEVE NO MATA SI EL TRAJE ESTÁ VACÍO: EL ETERNAUTA DE NETFLIX

La serie sobre la icónica historieta argentina ofrece espectáculo visual pero carece de esencia. Con Darín en un papel errático, personajes desdibujados y un guion fragmentado, esta adaptación pierde la profundidad narrativa y el impacto del cómic original. Una oportunidad desperdiciada que, con sus recursos, pudo haber sido un hito pero termina siendo solo una producción calculada y superficial.

Hay adaptaciones que nacen del amor por una obra y otras que nacen del deseo de apropiarse de su fama. La serie de Netflix sobre El Eternauta parece pertenecer al segundo grupo. Tiene el nombre, la plata, los trajes improvisados y la nevada mortal, pero le falta el alma. Si el cómic escrito por Oesterheld era un viaje por el corazón del horror y la dignidad colectiva, la serie se siente como un collage reciclado de ideas que ya vimos —y mejor contadas— en otros lados.

En vez de una reinvención vibrante de una historia profundamente local, lo que recibimos es una superproducción calculada, que parece hecha con una visión netamente comercial, inferior en todo sentido a sus contrapartes comiqueras (la versión original de 1957 ilustrada por Solano López y la de 1969 dibujada por Alberto Breccia).

La historia es la misma de la historieta: el protagonista, Juan Salvo, y su grupo de amigos se reúnen una noche y son testigos de una extraña nevada asesina en Buenos Aires. Poco a poco descubren que la nevada es el preludio de una invasión extraterrestre.

En 1957 este plot constituyó una originalidad absoluta, más aún viniendo desde el Cono Sur. En la actualidad, abrumados de fantasías apocalípticas hollywoodenses, es un desafío distinto el contar esta historia. Y la serie no parece estar a la altura.

Durante seis episodios, la producción se repite, se estira, se enreda. Los personajes no evolucionan, los conflictos se evaporan, y varias subtramas podrían no existir. La estructura está tan deshilachada que cuesta distinguir entre qué fue urgente, qué importante y qué simple relleno.

El viaje de Juan para buscar a su hija es un buen ejemplo: varios capítulos de angustia que desembocan en nada, porque la hija vuelve sola, sin explicación ni consecuencias. Este tipo de decisiones narrativas se repite al punto del tedio.

El protagonista, interpretado por Ricardo Darín, tampoco ayuda. Su elección parece más una estrategia de visibilidad internacional que un intento por encarnar al personaje desde lo dramático. Darín no está mal, pero su figura deambula por la serie con más fama que sentido. Su interpretación de Juan Salvo es errática, toma decisiones desconectadas de su mundo y arrastra un tono monocorde que no permite empatía.

Separado de su esposa, atrapado en el ya arquetípico arco de redención matrimonial que venimos viendo desde Duro de matar, su conflicto se siente tan reciclado que pierde toda urgencia o autenticidad.

Y en lugar de reforzar los vínculos centrales, la serie prefiere inventar personajes nuevos sin sustancia. El cuñado de Polski, interpretado casualmente por uno de los coguionistas (Ariel Staltari), es una figura inútil y molesta. Franco, el tornero amigo de Juan, único personaje realmente heroico, aparece recién al final. Pablito, el niño cuya transformación en hombre-robot en la versión original es uno de los momentos más tristes y memorables, casi no aparece. Y así con varios.

Las mujeres tampoco salen mejor paradas. Todas están atrapadas en el mismo registro: la voz sensata, contenida, que sostiene al grupo mientras los hombres corren o se desmoronan. No hay matices. No hay conflictos propios. Solo funcionalidad narrativa. Ninguna logra despegar ni convertirse en eje dramático de nada.

El tono general es otro de sus grandes problemas. Quiere ser muchas cosas, y no logra ser ninguna. A ratos se toma en serio con solemnidad impostada. En otros, intenta coquetear con la acción. Pero sin guion que lo sostenga ni dirección firme, el resultado es una serie que parece no saber qué está contando.

Escenas como el cordón de autos contra enemigos aéreos o la subtrama de las antenas (que intenta darle gravedad simbólica al caos) rozan el absurdo. Sor Rita, la iglesia, las escaramuzas con unos boys scouts, los vecinos que de a poco se organizan y quieren quitarles la casa, todo suena grande, pero se siente pequeño, olvidable y anecdótico.

Visualmente, sí, se ve bien. Buenos Aires luce impactante en su decadencia. La dirección de arte es elegante y la fotografía cumple. Pero no hay belleza que pueda compensar un relato sin ritmo ni norte. Si el guion no vibra, la cámara no puede hacer milagros.

Para quienes conocen la historia original o simplemente buscan una narrativa sólida, lo que queda es una estética cuidada montada sobre una estructura frágil.

Uno de los desaciertos más llamativos es la omisión de Oesterheld como personaje. En la versión original, la historia comienza con Salvo apareciendo en la casa del propio autor, que se convierte en narrador y testigo. Esa estructura metanarrativa le daba profundidad poética y una dimensión reflexiva que se extraña, además de ser una clave central para entender el bucle temporal del final de la historia.

En la serie, eso se reemplaza por una escena inicial en un velero, que, además de ser estéticamente intrascendente, rompe la potencia del relato como advertencia cíclica. Es un gesto más que muestra cómo la producción se aleja de la médula de la historia.

El discurso del héroe colectivo, tantas veces repetido en entrevistas promocionales, aparece más como eslogan que como algo con desarrollo real. No se construye desde los vínculos ni desde las acciones. Se afirma con palabras, pero no se ve en la historia. Todo parece decorado: sacrificios que no duelen, acciones que no arrastran consecuencias, personajes que no toman decisiones reales.

Lo que más desconcierta es la recepción entusiasta de buena parte de la crítica especializada. Se celebró la escala, la factura técnica, la argentinidad de su contexto. Se valoró que, por fin, una invasión extraterrestre no ocurriera en Nueva York. Pero cambiar la geografía no alcanza si lo contado no tiene profundidad.

No se trata, claro, de pedir un calco del cómic. Las adaptaciones necesitan su propia voz. Pero esa voz tiene que decir algo. Es como una receta seguida al pie de la letra por alguien que nunca probó el plato original.

Esta versión de El Eternauta muestra mucho, pero no dice nada. Tiene todos los elementos, pero no los mezcla bien.

La serie no es un desastre absoluto, pero sí un ejemplo claro de oportunidad desperdiciada. Una historia que, con los recursos que tuvo, pudo haberse convertido en un hito. Para quien nunca leyó el cómic, quizás funcione como entretenimiento irregular. Para quien sí lo conoce, el frío que deja no es el de la nieve mortal, sino el de la falta de valor. PP

El eternauta. Dirección: Bruno Stagnaro. Reparto: Ricardo Darín, Carla Peterson, César Troncoso. Casas productoras: K&S Films, Netflix. Serie de ficción de 6 episodios. Argentina, 2025.

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Un comentario en «LA NIEVE NO MATA SI EL TRAJE ESTÁ VACÍO: EL ETERNAUTA DE NETFLIX»

  1. Sería enriquecedor que sus palabras no se limitaran a un mero esbozo, sino que desplegaran el vuelo de una reflexión con sustancia. Pues en la profundidad del pensamiento es donde germina el verdadero diálogo.

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