LA ÉPICA QUE NO FUE

Lo interesante de haber visto Los asesinos de la Luna a destiempo con su estreno es haber podido considerar las distintas y dispares reacciones frente a la película. Por un lado, abundan las buenas críticas, algunas incluso llamándola “obra maestra”. Por otro, hay también varios y contundentes detractores. Esta ambivalencia solo aumenta el morbo para quienes, como yo, la vimos a la cola del resto.

Y le encuentro razón a ambos lados. Los asesinos de la luna es una película con muchos atributos, que ya han sido reconocidos con variadas nominaciones, aunque sin demasiados triunfos, en la actual temporada de premios. Scorsese (New York, 1942) ha hecho un trabajo espléndido, como se espera de él y de sus actores. Los tres roles protagónicos –DiCaprio, Lily Gladstone y un incombustible De Niro– están impecables. El conjunto estético del diseño de producción reconstruye este mundo en apariencia improbable de manera muy eficaz, donde las tensiones étnicas, culturales y sociales son sutilmente evidentes y, en consecuencia, incómodamente frágiles.

Pero también es incómoda la sensación de que, al progresar la película, la que se cuenta es una historia a la que Scorsese nos tiene acostumbrados: un relato sobre hombres blancos corruptos, pero esta vez sobre un escenario de tensiones étnicas que de a poco se va volviendo circunstancial.

Y entonces uno se pregunta: ¿era necesario construir este mundo tan rico para volver a contar la misma historia?

Ernest Burkhart (DiCaprio) es sobrino y pelado raso de William ‘King’ Hale (De Niro). Ambos son blancos y viven con la comunidad de indios osage, en Oklahoma, justo después de la primera guerra mundial. Los osage tienen la particularidad de ser riquísimos gracias al petróleo que se explota en sus tierras. La trampa –porque siempre hay una– está en las limitantes legales para administrar y gastar esa riqueza.

Hale, en apariencia un destacado aliado de los osage, usufructúa de esas riquezas gracias a distintos medios, todos más o menos ilegales. Por ejemplo, casando a Burkhart con Molly Kyle (Gladstone), mujer osage y dueña de un buen pedazo de tierra, pero declarada incompetente para administrarla. El resto de la película, tal como el título lo indica, sigue los empeños de tío y sobrino para asesinar uno a uno a los osage, incluyendo a Molly y su familia directa, mediante un lento envenenamiento.

Esta anomalía histórica de una comunidad indígena millonaria, donde los blancos trabajan para los nativos, es evidentemente una materia prima muy rica. Que esté basada en una historia real (el punto de partida es el libro homónimo de no ficción escrito por David Grann) la vuelve solo más desconcertante, pero también más nutritiva en materiales simbólicos donde se revierten los roles de poder a los que estamos malamente acostumbrados (una especie de mapuches millonarios de Plan Z, programa de televisión chileno, pero sin sarcasmo).

Esta riqueza no solo radica en esta ironía histórica, sino también en las potenciales conexiones simbólicas e ideológicas de este enroque jerárquico, fecundo en nuevas interpretaciones sobre el capital, los ideales de comunidad, la relación con la tierra, y quién sabe qué más. Así como la tierra de los osage: un pozo esperando a ser explotado.

Pero hay algo que no termina de cuajar en la película, y aunque los Oscar no siempre son un buen barómetro de la calidad de las películas, las contradicciones internas de Los asesinos de la luna son quizás evidentes en las nominaciones de este año. Veamos: está presente en casi todas las categorías visuales –cinematografía, edición, diseño de producción y vestuario– así como en dirección y mejor película, sumadas a las interpretaciones de Gladstone y De Niro.

Que la música haya sido compuesta por Robbie Robertson, exmiembro de The Band y mohawk por parte de su madre, está lejos de ser solo anecdótico: Esta banda sonora póstuma (Robertson falleció el año pasado) integra elementos rítmicos indígenas, que muchas veces se repiten como en un trance, con algunos sonidos de folk blanco del oeste estadounidense, enfatizando acústicamente las tensiones de la película.

Pero, así como estos elementos han sido destacados por la academia, brillan por su ausencia las nominaciones a DiCaprio y a mejor guion adaptado. Lo de DiCaprio no es culpa suya, sino más bien de un personaje que carece de evolución y de elementos empáticos que lo hagan interesante. Es difícil seguir por casi tres horas a un tonto sin iniciativa ni conflictos morales, lo que lo diferencia –para mal– de otros machos patéticos de Scorsese, como Travis Bickle (Taxi Driver, 1976) o Jake LaMotta (Toro Salvaje, 1980) quienes, a pesar de su incapacidad de heroísmo, tenían arcos descendientes y climáticos.

Esto contrasta con el magnetismo del personaje de Gladstone, del que se ha hablado bastante más. Esto se puede deber a que se trata de una actriz indígena en un rol mayor y además ya nominada, pero sería un error desconocer que Molly es un personaje más intrigante, ambiguo y con más evolución, además, en una posición más empática, siendo la víctima principal y la encarnación del genocidio osage.

Esta disparidad entre los dos personajes protagónicos invita a cuestionarse ¿por qué es esta la historia de Ernest y no la de Molly? ¿Por qué debemos ver otra historia sobre hombres blancos luchando por fortunas materiales y jerarquías masculinas? La respuesta es bastante simple. Como el mismo Scorsese dijo, un hombre blanco no es la persona más adecuada para contar la historia de una mujer indígena. Una respuesta quizás insatisfactoria, pero al menos bastante honesta.

No es que Scorsese se haya equivocado: hizo lo que podía hacer y lo que sabe hacer. El problema no radica en él, si no en el potencial de una historia se queda en la superficie, quedando en deuda con la profundidad prometida. A pesar de las buenas intenciones e intuiciones, el relato masculino termina pasando por encima de los demás, incluso del relato épico. El epílogo radial protagonizado por el mismo Scorsese parece ser una declaración de intenciones para posicionarse frente a las complejidades valóricas de la narración. Pero al mismo tiempo, termina de reducir la potencial épica a una anécdota policial.

Quizás un formato que permitiera más profundidad podría haber escarbado más hondo. Porque, hay que decirlo, es una película larga. Y lo que es peor: se siente larga. En estos tiempos en los que grandes directores se aventuran con formatos seriales, resulta tentador imaginar una miniserie épica de unos cuatro o cinco capítulos, que permita relatos corales y múltiples perspectivas.

Pero Scorsese nunca ha sido un director épico, aunque nos hayan hecho creer que lo es. Y esta puede ser una de las mayores frustraciones de esta película, que la historia del hombre blanco suprima la épica de los pueblos originarios. O una película que ya hemos visto, suprime otra que necesitamos ver. PP

Los asesinos de la Luna (Killers of the Flower Moon). Director: Martin Scorsese. Ficción. Reparto: Leonardo DiCaprio, Lily Gladstone, Robert De Niro. Música: Robbie Robertson. Fotografía: Rodrigo Prieto.  Productoras: Apple Studios, Imperative Entertainment, Sikelia Productions. 206 min. Estados Unidos, 2023.

Fuente de las imágenes: https://www.apple.com/tv-pr/originals/killers-of-the-flower-moon/

Síguenos y haz click si es de tu gusto:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Instagram