LA POLÍTICA DE LA INTIMIDAD: LEMEBEL

La propuesta de documentar la vida y obra de Pedro Lemebel (1952-2015) no resulta sencilla. Si consideramos que es poseedor de una obra que desplaza los límites establecidos y configura un rabioso campo de acción política desde la disidencia, el malestar y la exaltación de las clases proletarias, retratarlo siempre será una forma de encasillar, algo problemático para un artista que precisamente operaba en la ruptura de los márgenes. 

Tráiler de Lemebel.

Por tanto, un documental como Lemebel (Joanna Reposi, 2019), intentará sortear los obstáculos que significan canonizar al artista, caer en lo anecdótico o verse devorado por la misma obra del autor, que ya tiene un enorme valor en sí misma sin la necesidad de una película que la ilustre.

Para eludir los lugares comunes del documental biográfico, Lemebel plantea una estructura en torno a dos líneas narrativas. Por una parte, la “biografía del artista”, caracterizada por sus orígenes proletarios y, principalmente, la homosexualidad, que será su motor temático, primero desde el dúo performático Las Yeguas del Apocalipsis, que conformó junto a Francisco Casas, y posteriormente en su producción narrativa individual.

Lemebel, que se sitúa en la vanguardia de los movimientos LGBTI chilenos, tomará como tema a las desplazadas y las violentadas, sin perder la conciencia de clase y reivindicando permanentemente al homosexual pobre o a los familiares de detenidos desaparecidos. 

Esta condición deviene en la violencia con la que responde por medio de su obra artística –plagada de automutilaciones, heridas con fuego, flagelaciones al cuerpo desnudo e imprecaciones–, la cual generó en su momento el rechazo de las élites intelectuales a las cuales, a su vez, siempre despreció. 

Esta línea narrativa resultará la más ilustrativa del documental, y se sustentará en el material de archivo, que cumplirá un papel fundamental para relatar un campo subterráneo del arte chileno, cuyos registros son escasos y poco conocidos públicamente. 

La otra línea narrativa, y que posiblemente sea la más atractiva, se encuentra en el retrato melancólico de un autor solitario, “nunca amado” como se confiesa ante la cámara. La directora lo retrata consumido por sus nostalgias, donde la incomodidad política encuentra desahogo en el alcohol y la bohemia, las cuales terminarán por apagar sus días.

También emergerá un sujeto eternamente cómplice con su madre en la necesidad de afectos incondicionales y reales, los mismos que encuentra en un pequeño grupo de amigos artistas y activistas que reafirman la calle como un campo de batalla.

Estos elementos permitirán acercarse a la obra de Pedro Lemebel, ya que los sitios abandonados, los despojos de una ciudad ruinosa y la noche se convierten en la espacialidad que habitan los desplazados, los invisibles y los pobres con los que el autor se identifica. Es posiblemente en esta línea narrativa donde el documental encuentra su mayor sentido y mérito. 

La figura de un artista de real extracción proletaria es excepcional en el campo de la cultura chilena, con casos tan particulares como el escritor Luis Cornejo, el cineasta Juan Pérez Clavero, el poeta Rolando Cárdenas o el músico y dramaturgo Víctor Jara. Esta condición le permitirá a Pedro Lemebel mirar con desdén a las clases acomodadas y, por ejemplo, beber whisky mientras lee uno de sus textos en la Universidad de Harvard.

Su producción artística era pop y punk, siempre situándose del lado de los marginales, tal como cuando espeta a la cámara que “nosotros reivindicamos al ‘coliza’, no nos gusta la palabra ‘gay’, la encontramos despectiva”. 

Rechazado inicialmente por intelectuales aparentemente progresistas, luego será venerado como un “artista de culto” revalorizado tras su muerte. Aquel Lemebel público y espectacular, el que señalará que “antes que el artista está el homosexual”, encontrará en el documental pasajes de introspección donde se desnudará como sujeto sensible, cuyo cuerpo devastado por una pena travestida de fiesta será metáfora de los espacios vacíos con los que se rodea: una habitación donde proyectan diapositivas de su infancia; la casa abandonada de su familia; los edificios sin terminar tras la caída de la Unidad Popular. Pero también por un cáncer que lo carcome, y que Joanna Reposi no duda en registrar incluso dos semanas antes de la muerte del artista. 

Así, el documental Lemebel hace el intento por huir de la romantización al “artista maldito”, lo cual consigue parcialmente gracias a la tensión lograda en la relación entre arte e identidad de un creador cuya obra no necesita intermediarios para legitimarse. 

Mientras el retrato artístico resulta convencional, con formalismos tales como el uso de película analógica en 8mm, la proyección de diapositivas en espacios públicos, la reiteración de música kitsch o algunos efectos de cámara, será la simplicidad con la cual Pedro Lemebel se desenvuelve en cámara aquello que resulte de valor. 

Será en la intimidad y bajo el amansamiento propio de sus últimos días, donde el placer de un cigarrillo, la emoción frente a una fotografía o el sencillo recorrido por su vacía casa de infancia marcarán un campo valioso de documentar a un sujeto fuera de la irascible espectacularidad de su obra. 

En este sentido, la película no busca resolver narrativamente la dualidad arte-sujeto, sino más bien se conforma con exponerla, posiblemente por lo desbordante del artista y la fuerza elocuente de su carismática personalidad. La cineasta, que se impresiona formalmente frente a la obra del artista retratado, opta por ilustrar más que por problematizar, posición contemplativa que adquiere preponderancia cuando registra la subjetividad de quien vive en su obra, encontrándose con la melancolía dada en la proximidad de su muerte. 

Lemebel se ubica a tono con otros documentales contemporáneos chilenos que abordan los retratos biográficos de artistas. Ejemplos de ellos son el poeta Raúl Zurita en Zurita: verás no ver (Alejandra Carmona, 2018), el músico Álvaro Peña en Álvaro: Rockstars Don’t Wet the Bed (Jorge Catoni, 2019) o el cineasta Pedro Chaskel en Nada pertenece a la memoria(José Luis Torres Leiva, 2017), donde se manifiestan patrones comunes como el variado uso de archivo –sonoro, fílmico, videográfico, fotográfico, oral– o el relato establecido de manera retrospectiva a partir de los años de vejez. 

Tampoco será el primer documental sobre Pedro Lemebel, ya que en 2008 la cineasta Verónica Qüense estrena Corazón en fuga, el cual se suma a los enormes trabajos de Gloria Camiruaga en los años 80 y 90. 

A diferencia de los anteriores, Lemebel busca convertirse en un primer acceso didáctico a la figura de un artista chileno fundamental de la segunda mitad del siglo XX, lo cual permitirá divulgar entre las nuevas generaciones la labor intelectual no solo del protagonista, sino también de autores tan relevantes como Carmen Berenguer, Pía Barros, Víctor Hugo Robles y el propio Francisco Casas, cuyos testimonios dan cuenta de la vida cultural extinta en las eternas noches del bar Jaque Mate, del activismo de género y de una resistencia contrahegemónica que aún no ha sido absorbida por el modelo actual.

Así, la película resulta estimulante desde un punto de vista informativo, principalmente bajo el contexto actual donde la crisis del relato tiende a espectacularizar subjetividades y experiencias pasadas.PP

Lemebel. 2019. Directora: Joanna Reposi. Productora: Solita Producciones. Documental. 96 min. Chile.

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