Existe en el espectador la tendencia a sobreponer expectativas propias en las obras fílmicas. Más cuando se trata de películas cuyos argumentos harían suponer una mirada ideológica a tiempos históricos relativamente recientes. O cuando giran en torno a personajes reales y emblemáticos. Quien ve el filme espera encontrar un acercamiento acorde a sus pensamientos, postulados y vivencias. Esto sucede con Araña de Andrés Wood, estrenado en 2019 y perfectamente vigente.
Andrés Wood ha recorrido ambas vertientes, exponiéndose a esas expectativas las que puede -o no- cumplir. Machuca, Violeta se fue a los cielos y ahora Araña están en esa clave: sus historias transitan por contextos reales que corresponden a una época cercana y difícil en la vida social del país; época que por cierto Wood, nacido en 1965, no vivió o lo hizo de muy niño.
Inserta en un mundo poco visitado por el cine chileno, el de la extrema derecha de los años 70 y de sus resabios en la actualidad, Araña es una obra sobre pasiones y violencia, narradas ambas fríamente. Estrenada en 2019, verla hoy -a casi dos años de ese momento- permite ratificar el análisis que pudo ser escrito en ese momento.
Casi cada plano es muestra de ello: su contenido está anclado en una de esas dos pulsiones, pero la forma narrativa contradice esa esencia. Esto ocurre debido a la distancia propuesta hacia personajes y acciones, y que se transforma en la tónica de todo el filme, marcando la historia y permitiendo mantener la misma frecuencia para recorrer pasado y presente, sin mayor retórica.
Es también indicativa de una mirada desapasionada para mostrar episodios sobre los cuales es difícil no tomar partido hoy y, menos aún, no haberlo hecho cuando ocurrieron acontecimientos similares. Ese punto de vista podrá decepcionar a muchos, pero quizá sea la llave usada para encontrar un lugar desde donde observar sin interferencias. Un lugar desde donde Wood construye un filme que él ha querido signar como un thriller. Un lugar, por así decirlo, neutro, que lleva al espectador a presenciar una historia desagradable, sin cargarla de emociones.
Desagradable porque habla de mentiras y traiciones. De fanatismos y deseos desenfrenados. De desestabilización. De poder en ejercicio. De control. La elección de Wood por mirar desde la frialdad da al espectador la posibilidad de acercarse sin “quemarse”, por así decirlo, a seres y acontecimientos y permite, además, que teniendo su génesis en situaciones nacionales insertas en la historia pasada de Chile, estas puedan ser comprendidas internacionalmente, una búsqueda ya habitual en los realizadores nacionales que filman con los festivales en el horizonte.
Los elementos que forman el lenguaje cinematográfico están jugados en torno a la distancia antes mencionada: los primeros planos son escasos; el montaje, en general, muestra la tensión inherente a la acción, pero solo en determinadas secuencias, como la de apertura en calles de un Chile que no parece tal, tiene el ritmo vertiginoso y angustiante anunciado en el trailer; la ambientación de época y de clase, específica y correcta; la música acompaña sin tener una presencia importante ni incidir en la percepción sobre el argumento. Así, Araña, pese a lo candente de sus temas, es marcadamente fría. El guion, una co-escritura entre Wood y el dramaturgo Guillermo Calderón, consigue una suerte de asepsia, producto de un deliberado no compromiso político partidario, y tampoco humano, con lo narrado.
Wood ha indicado que la idea del filme, a siete años de su anterior creación, surgió de sus impresiones ante el rebrote de la ultraderecha en Chile y en el mundo. Por ello, hace realidad la convicción de que el pasado se hace presente, mediante el enfrentamiento en dos tiempos de los protagonistas, tres jóvenes que se relacionan en los años 70 y que en el presente de fines de la segunda década del siglo representan el desequilibrio.
Sin duda, en esto el realizador chileno se adelantó a las olas neofascistas que han cruzado y cruzan el mundo y que, en Chile, se expresan en grupos y en personajes que, más allá de la caricatura, otras legislaciones penarían, dada la apología al odio que representan. Desde el estreno de Araña en adelante en el país hemos visto el aumento de acciones violentas firmadas por grupos que usan variantes del logo de Patria y Libertad para identificarse y hacerse responsable por ellas. Las acciones de las más de 30 células neonazis que –según los expertos- funcionan en el territorio nacional- comenzaron a hacerse más notorias en 2018, por ataques a colegios públicos emblemáticos y otras intervenciones urbanas, subieron de tono durante el estallido social y, especialmente, en la campaña por el Apruebo para el Plebiscito de 2020 y se acrecientan en a figura de un candidato a la Presidencia de la República. Hay que reconocer a Wood su capacidad de ver más allá y, con esas claves, rever esta película.
Una pareja, abiertamente de clase alta (Inés y Justo), conoce a un tercero (Gerardo), que acaba de dejar la Fuerza Aérea. Se produce empatía. Y aparece el mundo de Patria y Libertad. Wood se vale del recurso de utilizar fragmentos de un documental de la época, realizado por los alemanes Walter Heynowski y Gerhard Scheumann (Con el signo de la araña, 1973) para contextualizar históricamente su narración. Cinematográficamente, el paso desde el documento a la ficción de época plantea límites imperceptibles entre unas y otras imágenes, lo que otorga un aire de verosimilitud y de retrato realista al relato del pasado de los protagonistas.
La violencia está presente en todas las secuencias e inserta en los diversos planos de la existencia: desde las acciones de combate hasta el primer encuentro sexual que abrirá el comienzo de un trío en que todo se sabe pero nada se dice. Desde la secuencia de apertura hasta el último encuentro de los amantes. También aparece, soterrada, viniendo desde los personajes secundarios, como por ejemplo en las relaciones comerciales y caritativas de la protagonista.
Prácticamente todo el filme trascurre al interior del universo de la derecha y de la ultraderecha, sin antagonistas externos. Su pensamiento no está expuesto como discurso ni en profundidad, pero queda claro qué los mueve y cuáles son sus intenciones en esta guerra que viven y que da justificación a sus existencias tanto en los 70, como hoy, mediante las nuevas formas que adquieren sus acciones. Las redes fácticas y la manera en que el poder actual se muestra son claras y remiten a recursos fácilmente reconocibles en el modus vivendi de la sociedad chilena. De igual modo están plasmadas las nuevas manifestaciones del odio, hacia la delincuencia, hacia la inmigración.
Queda por decir que Wood recurrió a un final aparentemente impactante aunque predecible y a un cierre discursivo igualmente innecesario. Tenía a la mano otras salidas, más acordes, quizá, con el tipo de narración escogido. No obstante, Araña es un filme bien estructurado, en el que sobresale tanto el casting como las actuaciones de los seis actores principales y se constituye en una obra cuyo distanciado relato deja espacio para que el espectador proyecte sus propias vivencias o ideas sobre el antes y el hoy de Chile. PP
Araña, 2019. Director: Andrés Wood. Productoras: Bossa Nova Films (Brasil), Magma Cine (Argentina), Wood Producciones (Chile). Ficción. 100 minutos. Chile.