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RETRATO DE UN MAESTRO EN SU POSTRIMERÍA

Giuseppe Tornatore no es un cineasta excelso. Lo más famoso de su trabajo es la encantadora Cinema Paradiso (1987), a la que el productor Franco Cristaldi eliminó cincuenta minutos después de su fracasado estreno y la transformó en un éxito mundial, Oscar y Premio Especial del Jurado en Cannes incluidos.

Pero en Italia nunca convenció mucho, como tampoco con sus títulos siguientes: Están todos bien (1990), versión del clásico de Ozu Historia de Tokio; La leyenda del pianista en el océano (1998); Malena (2000) y Baaria (2008). Lo mejor de su trabajo han sido varios documentales televisivos similares a Ennio, el maestro.

Ennio Morricone (1928-2020) compuso la música de trece de sus trabajos, de donde surgió el grado de intimidad necesario para que el tímido compositor se haya dejado escrutar incluso al interior de su hogar, mientras hacía su gimnasia matutina.

Así comienza Ennio: el maestro.

De ahí en adelante se desarrolla una larga entrevista, amenizada por intervenciones de una lista de celebridades celebrantes del genio del compositor: Lina Wertmüller, Bernardo Bertolucci, Sergio Leone, Liliana Cavani, Clint Eastwood, Goffredo Petrassi, los hermanos Taviani, John Williams, Hans Zimmer, Joan Báez, Gillo Pontecorvo, Marco Belloccchio, Oliver Stone, Gianni Morandi, entre varios otros.

Pero no son solo aplausos, también recuerdos de creación, un delicioso anecdotario y, finalmente, secretos de un oficio aprendido en el rigor y transformado en fuente de creatividad casi inverosímil: ¡quinientas partituras para el cine!

Hijo de un trompetista al que el padre tempranamente designó su heredero, el joven Ennio conoció el rigor de un período difícil, la calamidad de una guerra perdida y las exigencias convencionales de un medio que veía a la música como un oficio menor, pero a fin de cuentas útil para mantener una familia, que era lo más importante.

Casado joven con la novia de infancia y ya empujado por sus profesores hacia la creación, desarrollándose sus ambiciones en la medida de las dificultades. Su encuentro con el gran compositor y maestro Goffredo Petrassi (1904-2003) fue definitorio para entregarse a la composición. Pero sin olvidar sus deberes para con su familia. Se transformó en un exitoso arreglista de cantantes populares. Sus capacidades para la orquestación le crearon un nombre en la televisión y en el famoso Festival de San Remo. Mientras, Petrassi lo empujaba hacia la experimentación, terreno que también se le mostró fértil.

Cuando llegó a componer para el cine, bajo varios seudónimos, sus virtudes fueron evidentes desde el primer momento. Intentó que sus colegas no supieran a qué se está dedicando, para no pasar la vergüenza de estar trabajando en algo ‘indigno’ de la formación académica recibida.

Pero el reencuentro con su antiguo compañero de colegio Sergio Leone (1929-1989), en 1964, lo desenmascaró. Por un puñado de dólares fue un enorme éxito y comenzaron los problemas consiguientes por la suma de encargos. Por décadas, Morricone trató de hacerse perdonar por su trabajo cinematográfico pero, al mismo tiempo, no podía dejarlo. Lo peor para él es que se daba cuenta de que le gustaba cada vez más. Y su éxito después de El bueno, el malo y el feo fue planetario.

Pero más que las anécdotas sobre sus triunfos sensacionales, el documental logra rescatar los procesos por los que fue añadiendo elementos a su proverbial facilidad melódica para crear unas instrumentaciones únicas, en las que el contrapunto de Bach se cruza sin prejuicios con la música concreta, el dodecafonismo y el folclore.  Y es ahí donde el adusto personaje comenzó a crecer, también como un ser humano con debilidades, inseguridades y deseos de crear.

La utilización de un silbido, de un glisando vocal, de un ruido, de una disonancia o de una percusión refinada a contrarritmo, hicieron del trabajo de Morricone un mundo sonoro de tal envergadura que se impuso por sí solo.

Varios de los entrevistados aventuran opiniones al respecto. Como Tarantino que, sin pudor, lo compara con Mozart y Beethoven. Puede que sea una exageración, pero hay algo efectivo y fácilmente comprobable: no son pocas las películas que han envejecido mucho más rápidamente que la música de Morricone que las acompaña: Cinema Paradiso, La misión y Érase una vez en América fueron disparejamente aplaudidas en su momento, pero el tiempo las ha hecho perder mucha de su novedad y son hoy bastante convencionales. Su música, en cambio, las refresca constantemente porque evidentemente flota a una mayor altura estética. Abolição o Nicola and Bart tienen vida independiente en las salas de concierto, mucho más allá de Queimada de Pontecorvo o Sacco y Vanzetti de Montaldo, que las contenían en origen.

Ennio: el maestro es un certero retrato, convencional cinematográficamente si se quiere, de uno de los mayores maestros de la música contemporánea. Pero no habrá otra manera de estar tan cerca de un artista semejante y ya por eso el documental es digno de aplauso. Dos horas y media que recorren una biografía y que también permiten sumergirse en el mundo acústico de un creador cuya popularidad nunca fue por concesión al facilismo ni por búsqueda de réditos, sino que por auténtica vocación creativa desarrollada en un terreno que privilegia convenciones y fórmulas.

El acercamiento de la cámara permite observar al músico en la satisfacción íntima de haber hecho lo correcto y humaniza la fácil tentación a la apología a la que Tornatore se inclina a ratos. Pero como tantas otras veces, es el artista Morricone el que eleva al eficaz cineasta más allá de sus límites.

Ennio: el maestro. Guion y dirección: Giuseppe Tornatore; Fotografía: Giancarlo Leggeri,Fabio Zamarion; Música: Ennio Morricone; Coproducción Italia-Bélgica-Japón; duración: 156 minutos; año 2021.

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