Un repaso por la vida y obra de una de las dos leyendas más importantes de la cinematografía norteamericana y mundial, cuyo legado los posicionó como los “padres” del cine independiente. Aunque ello significó sacrificarlo todo, incluso su matrimonio, su resiliencia y amor al arte dejó una huella imborrable que cambiaría para siempre la forma de ver, sentir y pensar el cine.
A mediados de los años cincuenta, John Cassavetes (1929-1989) y Gena Rowlands (1930- 2024) tuvieron una idea: la de no seguir las reglas y hacer cine a su manera.
El director y actriz estadounidenses, cuya trayectoria entregó algunas de las obras de culto más importantes de la filmografía de dicho país, abrieron el paso a una nueva corriente cinematográfica que inspiró a toda una generación por su creatividad disruptiva y una gran dimensión humana en sus personajes. Aunque “nunca estuvieron de acuerdo en absolutamente nada”, la pareja estuvo dispuesta a emprender juntos un camino que, no exento de dificultades, les permitió compartir y conectarse de forma simbólica a través de sus películas.
(CONTRA)CORRIENTES DE AMOR
Gena y John se conocieron en las aulas de la prestigiosa Academia Americana de Arte Dramático de Nueva York, donde aspiraban a convertirse en actor y actriz. Era 1953, el comienzo de una nueva etapa para la industria cinematográfica de la época.
En sus años de estudiante, el joven Cassavetes no pasó inadvertido y, no cabe duda, esa era su intención. Especie de James Dean mediterráneo, de metro setenta, nariz amplia, media torcida y sonrisa pícara, quienes estudiaron con él dicen que era un estrafalario medio loco. Rowlands, en cambio, parecía su opuesto: refinada y muy pulcra, con un talento innato la hacía temible frente a los demás. Su rubio Monroe e infalible delineado negro dibujaban su mirada leoparda. La misma que atrapó a Cassavetes, quien confiesa que lo de Gina y él fue amor a primera vista:
“Antes de conocer a Gena, yo era un soltero que iba por la vida torturando a la gente. Creo que eso está bien cuando uno es joven. Cuando la vi, ¡lo supe! La primera vez que la vi, yo estaba con un actor, John Ericson (1926-2020), y le dije: ‘Esa es la chica con la que me voy a casar’”, describe el actor en la autobiografía Cassavetes por Cassavetes de Ray Carney.
Pero conquistarla no fue fácil. De partida, la joven Gena se negaba a lidiar con romances que la desviaran de su carrera, como cualquier actriz profesional lo haría. Después de varios intentos, Cassavetes logró que Rowlands accediera a lo que después recordarían como una desastrosa primera cita. Se dice que él no habló de otra cosa que de Henry, su pastor alemán, algo no muy sofisticado para el gusto de Gena.
Pese a ello, las diferencias entre ambos no parecieron ser un obstáculo para que la corriente de amor fluyera. Pasaron cuatro meses desde ese encuentro y ya se habían casado, aunque eso no fue motivo para que las tensiones y desacuerdos no fueran recurrentes. Un problema no menor era el carácter posesivo de Cassavetes, razón por la cual estuvieron más de una vez al borde de la ruptura. Era un celoso terrible, lleno de sospechas hacia otros hombres, pero Gena siempre se demostró muy independiente frente a la posesividad que caracterizaba a su marido. “Cassavetes era un seductor acostumbrado a hacer lo que quería con las mujeres”, escribe Carney, pero cuando conoce a Rowlands “finalmente encontró la horma de su zapato”.
EL CAMINO A LA INDEPENDENCIA
De ahí que juntos emprendieron en el rubro por más de treinta años. Primero sería en televisión, con el estreno de la serie de NBC Johnny Staccato (1959), aunquedos años antes Cassavetes ya había filmando su primer largometraje, Sombras (1959), una cinta llena de influencias del cine neorrealista italiano, del cual se vio muy interesado e incorporaría en sus próximas producciones.
Como había que pagar la deuda que significó el rodaje, el director decidió —aunque en contra de sus principios— aceptar la oferta de Universal de interpretar al detective Staccato. Para Rowlands, ambas fueron sus primeras apariciones en pantalla, lo cual despertó el interés de varias productoras que le hicieron numerosas ofertas para actuar en sus series. Rechazó varias, incluso las más tentadoras para la época. Nunca se sintió atraída por nada de eso, pues su única preocupación era actuar y apoyar a su marido.
Pero fue en Ángeles sin paraíso (1963), dirigida por su esposo, donde ocurrió el punto de inflexión en sus carreras. De ahí en adelante decidieron emprender juntos un camino alternativo y dedicarse al cine independiente, ya que nunca se sintieron cómodos con el mundo hollywoodense. Con el estreno de Rostros (1968), Cassavetes consolidó un estilo propio de hacer cine dando pistas de que venía a ofrecer algo diferente a la industria, una fórmula disruptiva y auténtica que cuestionó las lógicas de la filmografía estadounidense.
Métodos como el del Actors Studio siempre fueron en contra de los ideales de expresión artística del director, de ahí que esa evidente intención de humanizar a sus personajes cobrara sentido en su obra, al punto de dar a los intérpretes total libertad de desligarse del guión e improvisar si fuese necesario. Este recurso no fue del gusto de todos, y no se salvó de la afilada pluma de la crítica de cine Pauline Kael: “Los artistas usan sus técnicas a modo de expresarse de forma más plena; los actores de ‘Faces’ se despojan de la técnica como si fuera una falsedad interpuesta entre ellos y la ‘realidad’, escribió Kael para The New Yorker.
Amado y odiado, novedoso e incomprendido, el cine de Cassavetes apostó por dar mayor importancia a la composición orgánica del personaje por sobre la trama. En ello, su compañera de vida fue indispensable para hacer su cine posible, al ser el complemento artístico que él tanto necesitaba. Además de ser cómplices creativos para la construcción de la historia, su nivel de interpretación y entrega absoluta a lo que ella llamaba “pensar” su personaje, fue una de las razones (sino la principal) de por qué vale la pena ver películas comoMinnie y Moskowitz(1971), Noche de estreno (1977) o la que consideran la obra mejor lograda de Cassavetes: Una mujer bajo la influencia (1974), cuya actuación le valió a Rowlands la nominación a mejor actriz los Oscar y el máximo galardón en los Globo de Oro.
Tanto en esta película como en las demás, resulta interesante observar cómo la actriz trasciende la delgada línea que existe entre el personaje y su persona, lo cual Cassavetes gozaba de presenciar cada vez que ocurría. La idea del director fue diseñar personajes a medida para ella, los que transitaban entre la feminidad y la dureza. Pese a la complejidad que esto implica, Gena siempre estuvo a la altura de papeles difíciles, y sin darse cuenta ya tenía el control de la escena. Resultado de ello fue una bien lograda Mabel, la mujer bajo la influencia, o su interpretación en Gloria (1980), donde vemos a una actriz sólida e inmersa en un papel desafiante.
Parece que Cassavetes, a través de sus películas, se las ingenió para crear un mundo paralelo de su vida con Rowlands, un lugar en el que pudo entregarle, casi de forma simbólica, la convivencia en pareja que el cine les había quitado. Él mismo reconoció el descuido que tuvo con su matrimonio y la falta de sensibilidad hacia Gena, quien nunca dejó de apoyarlo y luchó en silencio contra las dificultades que significaron interponer reiteradas veces al cine por sobre su relación:
“Yo he traicionado a Gena varias veces. No digo que lo hiciera a propósito, que lo planeara una y otra vez, pero he hecho cosas que pueden verse como una traición. Trabajar hasta la madrugada. Trabajar mucho. No mantener siempre los impulsos románticos que son la promesa que se hacen dos personas cuando se juntan. Enamorarme de otras cosas. Cosas que, en el fondo, a mi entender, les ocurren a todos los matrimonios o a las parejas que llevan mucho tiempo juntas. En los últimos años he podido reconocer mis errores, mi egoísmo, mi falta de sensibilidad, pero, ojo, no estoy menoscabándolos, de ninguna manera. Desde el punto de vista de un actor, de un director, los sufrimientos y los problemas son maravillosos: su arte se forja precisamente con ellos”.
Conscientes de que esta forma de dedicación al cine independiente iba a costarles su matrimonio, se esforzaron por hacer una vida de pareja dentro de su cine. Su mundo cinematográfico se convirtió en un reflejo nítido de sus existencias, tan íntimo como expuesto, que les permitió dialogar a través del arte dramático. Por ello no resulta extraño ver que en las historias hay escenas que reflejan situaciones comunes que caracterizan la vida conyugal. Una mujer bajo la influencia podría ser el mejor ejemplo para retratar aquello, con una protagonista que, al asumir el rol de esposa, madre y dueña de casa, tendrá una revelación que la llevará al borde de la locura. Minnie y Moskowitz, en cambio, da cuenta de los comienzos de un romance entre dos personas que, pese a no tener nada en común (¿Gena y John?) encuentran un refugio en su soledad.
Pero quizá sea Corrientes de amor (1984) la obra que mejor definiría la relación entre ambos. Interpretan una pareja de hermanos que luchan contra sus problemas personales para encontrar el amor en sus vidas. La soledad de estos seres incomprendidos y disfuncionales volverá a reunirlos después de un largo tiempo separados y con ambos atravesando situaciones críticas. Será en este encuentro donde combatirán a sus demonios y sanarán las heridas que acarrean.
Fue la única vez que John y Gena actuaron juntos, y para muchos, ese filme es considerado como una carta de amor y despedida del realizador hacia su esposa. El tabaco y el alcohol, elementos muy presentes en sus películas, terminarían con su vida a causa de una cirrosis temprana. Él supo de su diagnóstico, pero no quiso compartirlo con nadie. Su último deseo fue ver terminada la película y con ello dar punto final a una breve pero destacable carrera como realizador.
EL LEGADO DE SU CINE
Tras la repentina muerte de su compañero, Rowlands continuó haciéndose camino en la actuación, consolidándose como una de las últimas divas del cine independiente del siglo pasado. Trabajó en diversos proyectos con otros directores, entre los que destacan La otra mujer (1988) de Woody Allen, La biblia de neon (1995) de Terence Davis e, incluso, la serie policial Monk (2002), donde interpretó a una viuda que junto al protagonista investiga las razones de un asesinato. Una de sus interpretaciones más recordadas fue en el éxito de taquilla del 2004, El diario de Noa, cuya dirección estuvo a cargo de su hijo mayor, Nick Cassavetes. Su papel fue el de una anciana enferma de Alzheimer que se esmeraba por recordar su historia de amor con Noa, el amor de su vida. Sería esta misma enfermedad la que padeció hasta el día de su muerte, el pasado agosto de este año.
Dimensionar el aporte del cine de Rowlands y Cassavetes es hablar de un nuevo cine estadounidense, de una corriente que cuestionó las normas establecidas por la industria. Forjaron un proyecto propio que, con esfuerzo, autofinanciamiento y pasión por su arte, lograron posicionar en un panorama siempre desfavorable para propuestas poco convencionales.
Pese a ello, nunca se retiraron de la escena, convencidos de que sus producciones provocarían un impacto en directores y cinéfilos que temían por ver “más allá” de la cotidiana forma de hacer y pensar en películas. No había certezas de nada, pero sí ganas de experimentar lo desconocido sin miedo al fracaso.
Esa rebeldía es una gran influencia para el cine independiente de hoy, tanto en las narrativas como en los modelos de producción que han inspirado a las nuevas generaciones de directores (Scorsese, Soderbergh, Lynch, Suscemi, por nombrar algunos). Además, incentivó a las nuevas generaciones a tomar sus cámaras y sin tener un plan establecido, sólo seguir su intuición y explorar el mundo a su manera. Ahí reside lo auténtico y verdadero que tanto caracterizó el cine de Cassavetes y Rowlands, cuyo legado sigue tan lúcido y vigente como nunca. PP.
Nota de la edición: tres filmes imprescindibles de la dupla pueden ser explorados en el ciclo que actualmente exhibe el Centro Arte Alameda de Santiago: Una mujer bajo influencia (sábado 23, a las 17:45), Minnie y Moskowitz (martes 26 a las 18:45) y Sombras (lunes 9 de diciembre a las 19 horas).
Foto portada tomada de https://cinephiliabeyond.org/
Referencias:
Ray Carney. Cassavetes por Cassavetes. Anagrama. Barcelona, 2004.