ANORA: EL FRENESÍ Y LA PAUSA

Una prostituta, altamente profesional, que se gana la lotería casándose con el hijo de unos turbios magnates rusos, podría ser una historia banal y  a la moda del consumo actual, pero la reciente ganadora de la Palma de Oro en Cannes es un sorprendente, emocionante y a menudo muy divertido relato, que merece verse en los cines para apreciarlo en toda la intensidad de su acción física.  

Puede que el corazón de las prostitutas sea un terreno recorrido en demasía por la narrativa, especialmente masculina. Tal vez sea un tópico, peligrosamente cercano a la vulgaridad de las conversaciones intrascendentes; es decir, la total invisibilización de un ser considerado útil solo para aquello. El resto de ese cuerpo puede ser espacio sin misterio, desierto conceptual o fantasía secreta… bueno, más o menos secreta.

Jugar con estos materiales es arriesgado en tiempos de feminismo triunfante. Además la difusa banalización que hoy rodea a ciertos pantanos temáticos puede echar por tierra las mejores intenciones. Todo eso lo asume, con clara conciencia, el realizador Sean Baker (Estados Unidos, 1971), cuya anterior El proyecto Florida alcanzó bastante notoriedad por su desenfado estilístico y sus notables actuaciones, que incluyeron una candidatura al Oscar para Willem Dafoe. Interesado en observar el acelerado mundo de los marginales de la modernidad capitalista y sus estrategias de alienación y de autodestrucción, su cine no va por el lado de la elegancia ni del buen decir. Pero es muy enérgico y de un naturalismo efectivo y veraz.

Anora es coherente con eso. Un largo fragmento inicial hace participar cercanamente, incluso en demasía y por mucho rato, en la vida acelerada de Anora (Ani) su protagonista (Mikey Madison), que parece no conocer la pausa entre un cliente y otro, en un local nocturno sórdido y ruidoso. Su encantadora sonrisa y sus habilidades físicas, acentuadas por su tersa juventud, la hacen muy solicitada. Además tiene una rara cualidad: sabe hablar algo de ruso. Así atenderá a Vanya, un adolescente de ese origen, tan acelerado como ella y que se transformará en su cliente fijo y, luego de un viaje frenético a Las Vegas, en su marido. Ahí recién comienza el problema. Y la parte más interesante de la  película.

Mikey Madison en el rol protagónico.

Vanya dispone de un presupuesto ilimitado para sus gastos y se preocupa de hacerlo saber. No hace otra cosa que jugar con su play station, beber y bailar con sus superficiales amistades. Es evidentemente el caprichoso hijo único de unos ricachones que le conceden todo con tal de evitarse el problema de tener que educarlo. Ani le sigue todos sus juegos y se vuelve en la envidia de sus anteriores colegas.

Pero la noticia llega hasta Rusia y la respuesta no tardará.

En una escena notablemente bien actuada y ritmada, los empleados de la familia llegan a la ostentosa casa de la joven pareja a verificar lo del matrimonio. Vanya solo atina a escapar y emborracharse, mientras Ani enfrenta sola a tres hombres a los que dará muestras de toda su capacidad de caótica resistencia. Y de capacidad tiene mucha. Entre luchas, patadas, gritos histéricos y destrucciones varias, ella comienza a desarrollar instintivamente una cierta capacidad de reflexión sobre sí misma y sus sueños románticos.

El cambio de tono de la larga secuencia introduce una nueva perspectiva en el relato y ese contraste sirve para observar lo que, antes, el ritmo frenético impedía. A medida que se llega a la mitad de su desarrollo, la comedia entra en profundidades que no parecían formar parte de la historia. Ani comienza a verse y a ver lo que la rodea; pero no por eso guarda las uñas de fiera que ha sacado para pelear con el entorno. Como tampoco deja de ser encantadora si es necesario, como lo intenta con su feroz suegra cuando la conoce (notar el detalle definitorio cuando baja de un puntapié el último escalón de su avión). Pero no será suficiente.

El principio de la realidad se abre paso y Ani deberá afrontar el hecho de que sus defensas externas no la salvarán de un entorno material agresivo y que ya no la necesita. Quizás ahí recién comience un camino de un cambio posible. Pero todos los que la rodean son cuerpos prisioneros de sus propios apetitos. La materialidad triunfa en todos los aspectos y para redimirse se requiere un material no disponible en el mercado circundante. Todos son personajes que parecieran vacíos de cualquier rémora de trascendencia o importancia de algún significado.

El recuerdo de Las noches de Cabiria de Fellini se hace vagamente presente. Quizás porque es la obra modélica del tema de la prostituta y sus sueños. Aunque Ani ni siquiera sueña. Apenas de paso menciona su posible futuro, pero su relación con Vanya no tiene atisbos de proyección alguna. Solo el presente parece valer, todo lo demás está amortiguado por la droga, el alcohol y la música.

Comedia de pura acción física, Anora aparenta no contener más que lo que vemos en pantalla, aunque el progresivo aumento de silencios parecen ampliar la mirada hacia una zona de incertidumbre. Una que Vanya, con su aspecto de inarticulada marioneta, ni sospecha pero que el silencioso Igor, guardia a sueldo con mirada transparente, deja entrever como un rayo de sol en medio de la sordidez reinante. Ver, oír, sentir, son materiales con los que lentamente algo se aloja en el interior de una mujer acostumbrada a obtener ganancias de la superficie de los seres, no de su interioridad. De hecho cuando debe generar una diferente respuesta afectiva, su cuerpo solo sabe hacer lo que siempre ha hecho.

De ritmo frenético, con dosificadas y significativas pausas, ambientes  realistas y saturados,  Anora presenta una galería de personajes secundarios tratados en sus últimos detalles y actuados de maravilla. La protagonista Mikey Madison da luz esplendorosa a un personaje que pasa furiosa por buenas dos horas de desarrollo, mientras está viviendo un proceso para el que no estaba preparada y al que busca rebelarse hasta el último minuto.  

La película resulta muy atractiva en su desborde y en su tono de comedia alocada, sin embargo ¿por qué al final deja la sensación de haber asistido a un auténtico proceso de redención? PP.

Anora. Guion, montaje y dirección: Sean Baker. Elenco: Mikey Madison, Mark Eidelstein, Yuri Aleksandrovich Borísov, Vache Tovmasyan, Darya Ekamasova. Fotografía: Drew Daniels. Duración: 140 minutos. Estados Unidos, 2024.

Fotos provistas por la distribuidora.

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