Punto de encuentro es un documental guionizado y con puesta en escena, sobre un tema que a la sociedad chilena la remueve más que un terremoto y por ello motivo recurrente en las conmemoraciones dramáticas de nuestro último medio siglo.
Los Detenidos Desaparecidos son, con toda evidencia, una herida que de tan abierta puede llegar a cansar a los que no están directamente implicados en su primera línea de afectación. Y es lógico que así pueda ser, comprensible, aunque difícil de aceptar para los que viven la injuria permanente de tal dolor. Considerando todo eso el cineasta Roberto Baeza se sintió en el deber de enfrentar dicho tema, pero pensando quizás en las nuevas generaciones que, por edad, ven ya lejanas tales laceraciones, aunque hayan sucedido en la propia familia.
La historia es la de un hombre y una mujer, hijos de dos ex miristas que coincidieron brevemente en una celda de Villa Grimaldi. Uno sobrevivió, y está en pantalla; el otro, desapareció.
Hermanados por esta circunstancia, hijo e hija cuentan la historia al cineasta con el afán terapéutico de llenar un pasado que tiene un vacío significativo. Juntan fotos y parientes y comienzan a compartir información que, después, requerirá una reconstrucción de los hechos con el concurso de actores, que darán vida a los personajes del pasado y a sus vivencias, buscando una comprensión mayor que pueda traer algún beneficio a las nuevas generaciones.
El personaje sobreviviente buscará transmitir al actor que lo interpreta sus pensamientos de entonces. La viuda del desaparecido hará lo mismo con la actriz encargada de revivir el momento en que ella aceptó refugiarse en una embajada, dejando atrás a su marido que optó por continuar la lucha en el país. Una épica que hoy no encontraría una equivalencia con la que pudiera racionalmente ser comparada. En ambos casos el filme perseguirá en primera instancia el parecido físico, para ir penetrando después en motivaciones y actitudes más profundas, pero púdicamente cubiertas por las necesidades parciales del relato.
No es este un buceo del alma, sino que de ciertas acciones, bastante dramáticas algunas, que podrían iluminar de sentido a una memoria fracturada por unos dolores que ya corren el riesgo de resultar inverosímiles para el presente.
En segundo plano y sin decir casi nada, los jóvenes nietos de los miristas observan serios a los sufridos adultos. No lo saben aún, pero toda la operación es para ellos, en última instancia.
Los personajes reales y sus representaciones, la reconstrucción de los episodios previos a las detenciones y finalmente la inverosímil celda, cuyas dimensiones son marcadas con cinta adhesiva al pavimento de la sala de ensayos de la escuela de Teatro de la Universidad de Chile, constituyen la parte central de la película.
A primera vista esto sería la ilación de una anécdota sobre un pasado que les cambió la vida a todos los personajes que vemos en pantalla, incluyendo a los intérpretes, que paulatinamente ven circular en su interior unas vivencias de creciente intensidad, que terminarán por apoderarse dramáticamente de algunos de ellos.
Y es aquí donde esta suerte de teatro terapia comienza a desbordarse hacia la cuarta pared en que nos escondemos los espectadores.
La sociedad chilena ha sido informada respecto a los Detenidos Desaparecidos, por lo que cualquier relato que se acerque a revisar el problema debe contar con eso, arriesgando el pleonasmo si queremos convencer a alguien de una verdad ya proclamada. Por eso en Punto de encuentro lo que se busca es comprender unas opciones que hoy podrían no ser las mismas.
Mentir a medias pudo servir para conservar la vida, lo contrario fue el martirio. Todo desembocó igualmente en el presente, desde el que asistimos a la reconstrucción del recuerdo. Y eso puede ser iluminador, consolatorio o desolador para los deudos. Ahí está el misterio que paulatinamente crece a lo largo del relato. Los personajes van explicando cada vez menos y sintiendo cada vez más, los silencios y las miradas requieren por parte de los espectadores mayores dosis de interpretación y la operación se enriquece con la incertidumbre de su resolución.
Toda representación ilusiona con un regreso en el tiempo en que una disyuntiva determinó todo lo que hoy afecta. A ratos, esto brilla con evidencia en el documental, especialmente en la segunda mitad. Al principio tanto personaje puede resultar confuso al presentarse en su conjunto. También el diálogo entre los hijos de los otrora detenidos parece destinado a un desahogo de alcance acotado. El naturalismo cotidiano y el uso de muchos primeros planos, en busca de una manifestación obvia de las emociones guardadas, amenaza el agotamiento rápido. Defectos probables de un relato que está todavía buscando su cauce para seguir avanzando en la pantanosa región de las informaciones conocidas.
Pero la discreta aparición de los actores infunde una nueva energía al conjunto y a partir de ellos surgen nuevas preguntas sobre esas fotografías, sobre esos lugares y sobre ese problema. Punto de encuentro comienza a justificar su nombre cuando las variantes de la representación vuelven a cargar de significados lo que ya se sabe. Cuando, por ejemplo, los nietos toman en sus manos unos pequeños trozos de diario que alguna vez fueron un juego de dominó, o cuando la energía acumulada se descarga sobre uno de los intérpretes y requiere el abrazo del hijo del desaparecido para poderse desahogar. Momento de sobriedad notable y en que lo oculto y lo manifiesto parecen alcanzar su más alto punto de efectividad.
En momentos así están los mayores méritos de este original trabajo, hecho de equilibrado y entrañable pudor para esa zona de la dignidad ante el dolor que sigue exigiendo el respeto social. Y la memoria permanente.
Punto de encuentro. Dirección: Roberto Baeza. Guion: Alfredo García, Paulina Costa y Roberto Baeza. Reparto: Luis Costa, Silvia Vera, Alfredo García, Félix Villar, Pablo Medina. Producción: La Toma Producciones. 89 minutos. Chile, 2022.