UNA REFLEXIÓN ANTE LA INCERTIDUMBRE

La flamante ganadora del Oscar al mejor largometraje animado, dicho sea de paso el primer premio de la Academia en la historia de Letonia, es una película sin diálogos que se plantea a sí misma como un puente sobre aguas turbulentas, y quizás a ello se deben sus esfuerzos de subrayar una alegoría que nos involucre a nosotras las personas.

En el documental Los Angeles Plays Itself (2003) su director Thom Andersen, a través de la voz del también realizador Encke King, dice: “Siempre que la legitimidad de la autoridad queda en duda, Hollywood responde con disaster movies”, mientras vemos a George Kennedy salvando a una mujer en apuros en Earthquake (Mark Robson, 1974). Tal vez es un resultado de la hiperconectividad en la era de la información, pero Flow deja muy claro que el cine ya no es el encargado de redimirnos en tiempos de crisis.

Sería negligente decir que es coincidencia que esta película se acopla temporalmente a la creciente popularidad mundial de movimientos de extrema derecha; sobre todo cuando mi visionado y la posterior escritura de este texto ocurrieron antes y después del amedrentamiento político (y mediático) de Trump a Zelenski en la Casa Blanca.

El crítico Michael Sicinski menciona que Flow es una película que postula una “explícita condena hacia el tribalismo”; dicha representación es gradual pero clara, cosa que para más de alguno pueda ser algo tramposo, una artimaña propia de la industria estadounidense, aunque el filme sea europeo. Y sí, Flow es una película de desastres. Una animada, con animales como personajes principales. Pero como cualquier otra, trata sobre cómo se comporta una sociedad en una situación tumultuosa, habla de supervivencia y, finalmente, sobre reconstrucción y colaboración. 

Luego de casi dos minutos de créditos,  entre menciones a festivales, coproducciones y colaboraciones (lo que hizo reír a más de alguien en la función a la que asistí), Flow abre con un gato mirando su reflejo en un charco en medio del bosque, imagen que se repetirá en un par de ocasiones  a lo largo de la película. Durante los siguientes cinco minutos el gato busca alimento, escapa de una jauría de perros y encuentra refugio en una casa abandonada. No hay presencia humana a la vista, solo vestigios de su existencia: artesanías, casas, y sobre todo, estatuas de gatos, algunas de enormes proporciones. Podría tratarse de un escenario post-apocalíptico; pero la película, con mucha sensatez,  decide no ahondar en aquello.  Luego de esos cinco minutos iniciales, llega una enorme inundación, con diversos animales tratando de salvar sus vidas, algunos en sus respectivos grupos y otros en solitario. Eventualmente, el gato llega a un bote conducido por un capibara tratando de mantenerse a flote para sobrevivir, con otros animales uniéndose a ellos en el camino, formándose un inusual y a la vez anticipado grupo que se verá en la obligación de coexistir para mantenerse a salvo.

Al comienzo, el comportamiento de los personajes es una fiel reconstrucción de las acciones que un animal puede mostrar (no recuerdo una representación tan perfecta de la patética altanería de un gato segundos después de vomitar una bola de pelo) sin embargo, a medida que avanza la obra y se vuelve más alegórica, las formas en que actúan se comienzan a asimilar en demasía a la de los humanos. El bote se convierte en una suerte de diligencia (John Ford), una metáfora de la sociedad y de las diversas personalidades que forman parte de ella; cada animal un cliché: el materialista (lémur), el taciturno noble (capibara), el tonto bien intencionado (el perro), etcétera. Y el gato, una suerte de everyman (o más bien un any-mal), que sirve de sustituto del espectador, reaccionando ante los estímulos entregados por el relato, amplificando todo lo que ya ocurre en él.

Flow tiene dos resoluciones importantes, la primera concluye con un reflejo de la imagen que abrió la película, una reflexión ante la incertidumbre, luego de que uno de los personajes trasciende el plano terrenal. Se trata de una nota poética y afligida. Y ya sabemos que en ningún festival del mundo se gana un premio del público haciendo finales tristes. La segunda y definitiva ocurre cuando el cataclismo llega a su fin, el territorio nuevamente es entregado a sus criaturas; allí queda en tensiona la permanencia de la colaboración entre estos animales o si, simplemente, retornarán al status-quo. El clímax, incluso para esta película, termina siendo quizás demasiado conveniente, pero viene a resolver esta pregunta.

LA NATURALEZA: FUENTE ILIMITADA

La lógica del ser humano contra la naturaleza es recurrente en la historia del cine, desde Aguirre de Herzog (1972) hasta The Revenant de Iñárritu (2015), donde la aparente crueldad del entorno natural moldea a quienes lo habitan, aunque dicha hipocresía (porque crueldad es la nuestra) es el resultado de que, guste o no, para los seres humanos es más fácil entenderse a sí mismos que tratar de reconciliarse con un mundo que no puede medirse de la misma forma.  Por otro lado, las películas de desastres invitan a una sensación de humildad, donde el mundo parece ser capaz de escupirnos hacia afuera si así lo desea. En Flow la humildad viene de la belleza y lo sublime. Los animales luchan por sobrevivir, no así contra la naturaleza: la contemplan, la admiran y se adaptan a lo que les entrega: un mundo como fuente ilimitada de estímulos y posibilidades. Ese es el gran valor del contenido de esta película. El objetivo común de sobrevivir juntos en este mundo existe por sobre cualquier diferencia de raza o especie.

Por otro lado, llama la atención que Flow pareciera no concebirse como una animación, aunque también hay que caer en el error de pensar que la animación es un género en sí cuando, en realidad, es una técnica. Esto lo consigue al proponerse la cámara como un objeto verdadero. Convenido, la cámara puede volar por un paisaje que no existe, pero lo hace de la manera en que un dron o un helicóptero lo harían. Muchas escenas son “planos secuencia”, la “cámara” moviéndose frenéticamente y siguiendo a los personajes en un falso plano sin cortes. Ésta lógica efectista trae los mismos vicios de cualquier obra de carne y hueso que abusa de dicha técnica, principalmente porque que se encierra en sus coreografías y toda elipsis parece frenar la obra en seco, con cortes evitando cualquier fluidez que la película pareciera proponer.

Flow puede que sea la segunda película (junto a The Northman), que recuerdo estar directamente inspirada en The Revenant (curioso que se haya vuelto más referenciada que la más subyugada a su principio técnico, Birdman). Siendo una animación tiene más limpieza en sus escenas, sin aberrantes correcciones en post. Aún así, hay un punto en donde insiste en concebirse como algo posible, como algo real, y no en el relato, sino en la estética. No hay lugar para la fantasía. Puede ser un síntoma de lo que está pasando en el cine industrial: muchas ficciones de Hollywood se asemejan cada vez más a la falsedad representativa de los videojuegos, y las animaciones cada vez más aspiran a la vida real. Y quizás allí es donde Flow, al igual que The Brutalist, entra en una lógica metatextual que puede no haber sido siquiera contemplada. Termina sirviendo como un comentario de su propio universo creativo. El cine, el cine de animación, al igual que el mundo, tal vez también necesitan de un reinicio.

Flow. Dirección: Gints Zilbalodis. Guión: Gints Zilbalodis y Matīss Kaža. Montaje: Gints Zilbalodis. Producción: Matīss Kaža, Gints Zilbalodis, Ron Dyens y Gregory Zalcman. Aventura/Animación. 84 minutos Letonia, Francia, Bélgica 2024.

Nota de la Edición: el nombre del filme no es el nombre del gato. Se refiere al fluir de las aguas de la inundación. Ninguno de los animales se llama de otra manera que como su especie, dado que son los seres humanos, que brillan por su ausencia acá, quienes solemos bautizarlos.

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