LA VIDA (Y NO LA MUERTE) COMO OBJETO DE SOLLOZO

La comedia romántica es, quizás, el placer culpable de varios. Esas ganas de ver como el amor florece por cada poro de unos protagonistas que entregan su alma y sus vidas con la intención de hacer suspirar hasta al corazón más fortachón. We live in time es, incluso para los más estoicos, un hondo pocillo donde derramar lágrimas pensando en el pasado, el presente y el resto de nuestras vidas.

Si bien este género peca muchas veces de guion descuidados, ya sea en la narrativa o en cualquier otro elemento técnico, We live in time es la prueba perfecta de que todas las historias pueden ser memorables si caen en buenas manos. El trabajo realizado por el equipo, dirigido por John Crowley (Cork, 1969) es cuidado con pinzas de chef, y entrega un platillo refinado y en su punto exacto para disfrutar del amor.

Una joven chef inglesa atropella a un hombre a punto de divorciarse. No hay forma de hacer que esta sinopsis le haga justicia a lo fresca que es la historia, el romance que genera, los recursos humorísticos que tiene, el desarrollo suave de la trama que se desenrolla en pequeñas etapas del tiempo desordenado. Una historia de amor que cruza ideas como el destino, el paso del tiempo, las decisiones laborales, y un montón de pequeñas fracciones que se asemejan tiernamente a la vida real, algunas con resultados no tan tiernos, pero sí muy sinceros tanto dentro como fuera de la pantalla.

Sentir amor es una experiencia que se podría definir como colorida, y la cinta lo relata de manera increíblemente bien; con altibajos, luces, sombras, distancias y cercanías. La película logra captar muy bien ese pequeño espacio que hay entre sus protagonistas, ese pequeño lugar en el que el dialogo se vuelve compromiso y colectividad.

La forma en que narra esta cinta, tan sensible, tan cálida, tan cómoda, ¡qué caricia al corazón! Es tan simple (en un buen sentido), es tan fácil sentirse a gusto, y creo que gran parte de eso radica en lo buenos que son Andrew Garfield (California, 1983) y Florence Pugh (Oxford, 1996); qué manera tan certera de hacer creer que se aman. No lo dudas por ni un segundo, no te da nunca el tiempo de dudar que este romance se encasilla en un mundo ficticio detrás de la pantalla, y que la misión es solo acompañar el viaje de estas personas a través del tiempo.

Se genera una sensación de tristeza constante, un pequeño lagrimeo silencioso que parece ir acumulando energía para desenredar un final demoledor. A decir verdad, es un final que parece no llenar el espacio que la película genera, pero es exactamente ese silencio que acompaña los créditos el que se convierte en el momento más desgarrador de We live in time: el vacío de la realidad, el encuentro tan sincero y realista con un romance ganado (y perdido).

Ese vacío intencional con el que cierra la cinta recuerda que la parte importante de lo que muestra el filme es la vida y no la muerte. El amor existe, pero la vida sigue después de amar, y eso es lo que We live in time hace tan bien: no necesita nada más que la vida para hacer suspirar.

Aparte de la historia, la película tiene un trabajo precioso en todos los aspectos técnicos, es realmente un trabajo muy cuidado de parte del equipo, con un manejo de cámara muy acorde a cada situación y emoción; un guion consistente con suficiente contenido; destacable edición de sonidos; y un departamento visual que se lleva la más grande de las felicitaciones, por su juego de iluminación y una selección de paletas de colores memorable en cada escena. Todo este artificio técnico permite acompañar muy bien la historia de la pareja protagonista, en la cual es necesario destacar el potencial de ambos actores que son el motor principal por lo que We live in time funciona.

Si lo ponemos en escala, serían unos siete huevos rotos de diez. Si bien algunos detalles, como la cronología, lo alejan de ser un diez perfecto, sus virtudes opacan cualquier intento de denostar al romance; pero, si aun así queremos intentarlo, la película no pierde nunca la gracia de cautivar, y esa sensación de saborear una tacita de té a media tarde, cuando el sol entra por la ventana y funde todo con un tono brillante.

Creo que esa es la definición perfecta, brillante. Aunque puede parecer sencilla, son esos intentos de generar calidez los que el cine posee como arma inefable: el poder de cautivar el corazón mediante cualquier medio. Las películas memorables son las que, de alguna u otra forma, se hacen hueco en el espacio recóndito del corazón, y me parece que We live in time tiene esa chance: abrigar el corazón desde el cariño crudo y realista. El tan acertado retrato del amor, con su capacidad de dibujar de manera precisa ese pequeño espacio entre los labios de ambos personajes encontrando el romance, son los recursos de esta película que uno puede querer verla una y otra vez.

We live in time. Dirección: John Crowley. Guion: Nick Payne. Reparto: Andrew Garfield, Florence Pugh. Música:Bryce Dessner. Fotografía: Stuart Bentley. Casas productoras: Film4 Productions, Studiocanal, SunnyMarch, Shoebox Films, Film Four, Canal +. Romance. Drama. Ficción. Duración 108 min. Reino Unido/Francia, 2024. Disponible en Prime Video.

Fotos recuperadas de The Movie Database

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