ADOLESCENCIA: DÉJALOS ENTRAR ANTES QUE SE VAYAN

Teoría y análisis psicológico ha habido mucho y con razón. Entre todos los personajes, nos terminamos por reconocer en algún gesto sin importar la edad y si no sabemos en profundidad algunos conceptos como incel, bullying, chad, misoginia. Nadie queda indiferente ni igual después de ver esta serie inglesa.

Tic, tac, tic, tac. El segundero en las cuerdas de la música de la serie Adolescencia (Netlflix, 2025) se cuela durante los cuatro capítulos como esperando saber cuándo detonará la bomba. Es una serie donde la mirada se detiene en el victimario, que también es víctima. Ambos lados de una misma moneda en una etapa de ritos de iniciación, soledad aumentada en estos tiempos de crueldad global y casera; ambos lados de una historia contada con oficio televisivo, actuaciones convincentes y con la conciencia de que la vida es tan frágil como queramos que sea. Y lo es. Es fascinante porque vemos a diario lo que ahí sucede, no solo en el Reino Unido. Lo vemos en la casa, en la calle, en el metro, en la micro, en las escuelas y universidades. Lo vemos y no sabemos qué hacer.

Ahí radica la importancia del secundero. Son cuatro capítulos y millones de segundos de una crítica social desde el realismo del que tira sus creadores Jack Thorne y Stephen Graham –y su director Philip Barantini– para no hacernos perder de vista el devenir hacia atrás de los hechos, el camino de una tragedia en la que Jamie, de 14 años, crece a diario mientras Katie es como esa tecla del piano que no deja de estar presionada durante toda la serie.

La música de Aaron May y David Ridley –con 16 piezas para los cuatro capítulos– es fundamental para dar con ese tono de desvelo, estupor, culpa e intimidades. Porque la vida, que es íntima, privada y pública, aquí se transforma en una madeja en medio de un ambiente estudiantil-policial de profunda soledad, espanto y escasa dulzura. Todo orden es subvertido por la vida en Adolescencia, esa vida que no se puede normar en las redes sociales, en los espacios de opresión académicos, en los hogares reventados por traumas imposibles de asumir. Todo orden aquí es personal y colectivo, tiene memoria. Es por eso que en la banda sonora hay tres canciones –Fragile, de Sting (impacta sentir cómo persigue más allá de la pantalla) y Take on me, de A-ha (de la fiesta a la nostalgia)– que conectan con esa historia de padres sobre los 40 años que no saben cómo decir, llorar, gritar, y lo van aprendiendo a lo largo de todos los segundos. Y está Eye of a child, de Aurora, para cumplir con esta trilogía elegida con una delicadeza que sobrepasa. Ahí nos quedamos, como rezando cuando ya no sabemos en qué creer.

Teoría y análisis psicológico ha habido mucho y con razón. Entre todos los personajes, nos terminamos por reconocer en algún gesto sin importar la edad y si no sabemos en profundidad algunos conceptos como incel, bullying, chad, misoginia, sí se logra entender a qué refieren y qué provocan a los dos lados del espejo. “No entienden lo que se siente estar atrapado en tu propia cabeza”, “¿cuándo dejamos de ser niños y empezamos a tener que pagar por todo?”, “solo quería encajar, pero terminé perdiéndome a mí mismo”, “a veces, el silencio duele más que las palabras”, son solo algunas de las frases que se marcan con el metrónomo de esa educación sentimental y emocional que, quizás sin proponérselo, respira en cada mirada, palabra y gesto tanto del principiante notable que es Owen Cooper (en el papel de Jamie Miller) como de Stephen Graham (Eddie Miller), el mismo gran actor de películas ya clásicas como Snatch (2000) y This is England (2006) y que en el papel para esta serie exhibe ese mundo que pierde entre el deber ser y esa vida plena que nadie sabe qué es.

Y están igualmente Ashley Walters (el policía Luke Bascombe), actor de filmes como Anuvahood (2011);  Erin Doherty (la psicóloga Briony Ariston), actriz de The Crown; Christine Tremarco (la madre de Jamie, Manda Miller), conocida por sus papeles en Game of Throne o Black Mirror; Amélie Pease (Lisa Miller, la hermana de Jamie), y Fatima Bojan (la amiga de Kathie). Nadie fue elegido al azar. Cada una y uno encarna una parte de la historia y todos protagonizan, desde el segundo uno hasta el final, una historia que puede estar pasando ahora, pudo pasarles como actores y actrices, y hay momentos en que la pregunta por el estilo de filmación Dogma, noventero, surge como un patrón a reconsiderar para el futuro de la televisión. Barantini ya ha tenido experiencias anteriores en grabaciones de películas en plano secuencia, como esta donde es casi imposible notar cortes en las escenas. Así lo hizo en el filme Boiling Point (2021) y lo ha vuelto a hacer en esta serie en la que cada capítulo dura alrededor de una hora y para los que ensayaron durante tres semanas para cada episodio, realizando dos tomas por jornada durante cinco días.

EXISTENCIA EXPUESTA

¿Hay realmente inocentes y culpables, o solo personas rotas?” es otra de las frases que van tejiendo el debate moral que abre la serie. Es así donde la tecla de la ausencia de Kathie, la ausencia de lo que Jamie fue, la ausencia de quienes hoy son padres de adolescentes, vuelve a escucharse. Esa rotura surge desde las primeras escenas, cuando la puerta se abre de un golpe policial y la cámara no se detiene en su continuo movimiento. Están las sábanas infantiles de una cama que se volverá presencia más adelante; los gritos, la comisaría, los protocolos, la brutalidad de las imágenes de las cámaras de vigilancia cuando ocurre lo impensable.

Desde esa intimidad clausurada, de esa libertad interrumpida, se pasa al hedor de una sala de clases, a los gritos otra vez. Tanto ruido hay en Adolescencia, tanto ruido sobre el cual el director logra aparcar el silencio para que domine la escena una visualidad y sonoridad que va despacio mientras todos corren. Los adolescentes son ostras que se cierran y explotan para defenderse, se abren para morir en la filosofía que recién despunta en sus conversaciones sobre el sentido de la existencia. Son como vidas que se levantan un día para hacerlo al siguiente algo distintas, para apearse al camino de las relaciones familiares, el compañerismo de intereses crueles, las amistades en las que la lealtad se confunde con la indiferencia.

En esta serie la existencia queda expuesta para ser analizada desde una perspectiva insterseccional –clase, género, etnia- que queda corta cuando se trata de violencia física, digital, devastadora. El mañoso concepto de resiliencia –tan individualista como la idea de una salud mental a cargo de una persona y no un colectivo– no sirve y menos para quienes circulan en esta serie, porque cada vida, sobre todo la de Jamie, está cruzada por los efectos de los dispositivos de una ideología neoliberal que elimina cualquier intento de afecto, ternura, razón, culpa, compasión, perdón y rabia que no se dé por razones basadas en comprender que la condición humana es el eco de generaciones.

Cuando un humano acaricia tu piel/Ahí es cuando los dejas entrar/Déjalos entrar antes de que se vayan”. Las letras de Eye of a child abrazan a los personajes de Adolescencia y, de paso, a quienes vemos esta serie tan aclamada por la crítica, expertos/as y a quienes, desde la intimidad de sus vidas, se han atrevido a verla. Es tremenda porque mientras caen bombas de fuego sobre el mundo, en un segundo la tierra se quema bajo nuestros pies y no nos damos cuenta. PP

Adolescencia. Dirección: Philip Barantini. Guion: Stephen Graham, Jack Thorne. Reparto: Owen Cooper, Stephen Graham, Ashley Walters, Erin Doherty, Christine Tremarco, Amélie Pease y Fatima Bojan. Fotografía: Matthew Lewis. Música: Aaron May, David Ridley. Casas productoras: It’s All Made Up Productions, Matriarch Productions, Plan B Entertainment, Warp Films. Locaciones: South Elmsall, West Yorkshire, Inglaterra. Género: Drama psicológico, thriller. Miniserie de cuatro episodios de aprox. 55 min. cada uno (Duración total aproximada: 228 min), Reino Unido, 2025. Disponible en Netflix.

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