La corrección política y los buenos modales culturales son sinónimos, o síntomas, de la falta de imaginación o de la voluntad real de actuar los cambios necesarios. Por eso el humor femenino se vuelve oro narrativo «Siempre habrá un mañana», película italiana que, en su país, fue capaz de superar en taquilla al fenómeno “Barbieheimer”.
Un hombre en su cama reflejado en el espejo del ropero y su mujer que se despierta y le desea los buenos días. Imagen de los buenos tiempos de una vez, en los que la institución familiar se mostraba tan sólida como el mobiliario que usaba. Acto seguido, él le responde con una sonora bofetada que ella acepta sin chistar.
Así comienza Siempre habrá un mañana, debut en la dirección de la actriz italiana Paola Cortellesi. El tema de la violencia intrafamiliar ya queda ilustrado en esta escena inicial y el temor de que lo siguiente sean variantes sobre lo mismo no se disipa inmediatamente.
Delia es una esforzada esposa semi analfabeta con dos hijos pequeños, una hija adolescente, el marido que ya sabemos y un suegro postrado y garabatero, en la Roma de la inmediata post-guerra. Todos viven en un departamento semisubterráneo, por cuyas ventanas entra un sol racionado, junto al polvo y todo lo que el patio puede producir a ras de tierra. Mientras ella, optimista, abre las ventanas, una música que no corresponde a la época efectúa un comentario irónico sobre la acción. Aquí ya se asoma el tono que irá adquiriendo el relato a lo largo de su desarrollo, y la esperanza que esto sea algo más que otra de esas denuncias simplistas sobre las injusticias del mundo.
Para entender eso mejor, puede servir de referencia que la historia parece porvenir de la exitosa tradición de la commedia all’italiana, que dominara por buenas dos décadas el cine peninsular y tuviera amplia repercusión mundial. Si, además, se recuerda que ésta fue una derivación del neorrealismo, uno de los momentos estelares de la historia del cine, se entiende rápidamente el uso del blanco y negro y el ritmo cronometrado en la presentación de los personajes, la ambientación y la época. Quien tiene referentes puede jugar con ellos, porque ya conoce algunas reglas. Es lo que hace la directora Cortellesi con los tópicos del tema y de una tradición formal. Al hacerlo se salva del lugar común y prepara su relato para un cierre magnífico.
La sumisa Delia vive escandalizando a casi todos los que la rodean, a pesar de ser el modelo de las esposas de su época y condición social, pero no evita que la critiquen, de todas las maneras: el suegro porque se queja; la hija, porque no se queja; las vecinas porque le atribuyen lo que no ha hecho; el antiguo novio de juventud por haber hecho lo que hizo; los futuros consuegros por ser lo que ellos han sido y los hijos por interrumpirlos en sus infinitas peleas, tan permanentes como para llegar a justificar a Herodes. Y el marido, bueno, ese se desquita en ella por ser él una víctima, evidentemente supuesta, de haber estado en dos guerras: a veces “se pone nervioso” y vuelan las bofetadas.
Pero Delia tiene un proyecto y su marido no. Por eso ella camina dinámica de trabajo en trabajo, de una amiga al grupo de vecinas; de la casta conversación con el amor de juventud, al cumplimiento de los deberes. No es que no le duela su situación, pero si con ello logra casar bien a su hija y seguir ahorrando para comprarle un vestido de novia, se dará por satisfecha.
Como todo sistema busca el modo de perpetuarse, Delia comienza a sentir los signos de la repetición en la siguiente generación. Y decide actuar, pero de una manera limitada por su condición de esposa sometida. Bueno, ya no tanto. Encontrará en un soldado estadounidense de ocupación el instrumento ideal para equilibrar un poco las cosas.
Las intervenciones musicales y coreográficas salpican de novedad el argumento, que sabe siempre ahorrarse las ilustraciones de las violencias. La escena del baile ritmado por las estilizadas bofetadas resulta muy lograda por eso mismo, porque alude y elude lo que ya sabemos. También el momento en que las dos amigas fuman a escondidas en la calle, brinda una bocanada de naturalismo intimista que hace levitar el drama que está a la vuelta de la esquina.
Los errores son meramente formales: cortes reiterados e innecesarios, como para dar modernidad;algunos desbordes histriónicos, como en las secuencias del velorio; el pintorequismo, la infinita pelea de los hijos. Pero en el resto, Cortellesi no equivoca casi nada.
Su reparto, incluyéndola a ella misma como protagonista, es óptimo, la ambientación logradamente realista, neutralizada por la fotografía en blanco y negro y que da en el clavo del retrato de época, elemento necesario para enmarcar la historia en los días exactos en que Italia trataba de deglutir la derrota del régimen fascista. El conjunto otorga una sensación de coherencia, que resulta facilitadora de los elementos de creciente rupturismo que se asoman cada vez más frecuentes en el desarrollo.
El recurso del obvio ocultamiento de la información, no es más que otra expresión del fino marco de representación propuesto. Desde el comienzo existe a una imitación conciente de la realidad, que no intenta hacerse pasar por la verdad. Así, los momentos musicales pasan a formar parte tan integral del relato, que terminan por dar la solución perfecta para el cierre final. Con ello la película da pleno sentido al título y se eleva por sobre la protesta contra la violencia de género, para alcanzar una poco común altura narrativa, que desborda su tema y recupera una memoria social necesaria. Y con humor. PP
Siempre habrá un mañana (C’è ancora domani) Dirección: Paola Cortellesi. Guión: Paola Cortellesi, Giulia Calenda, Furio Andreotti; Interpretes: Valerio mastandrea, Romana Maggiora Vergano, Giorgio Colangeli, Vinicio Marchione. Fotografía: Davide Leone. Música: Lele Marchitelli. Duración: 118 minutos. Italia, 2023