Visto como drama de época, criminal, de juicio o de denuncia contra la discriminación de género, El lugar de la otra, debut en el género argumental de la más prestigiada documentalista chilena a nivel mundial, se deja apreciar fácilmente en el streaming, para el cual fue realizado. Su magnífico diseño de producción lo hace aún más disfrutable. Claro que sus no pocas falencias fueron harto más notorias en su breve paso por la pantalla grande, que exige más.
Hay dos buenas razones para no perderse la última película de Maite Alberdi. La primera, es que se trata del sexto largometraje de la cineasta chilena quien, en poco más de una década, se posicionó como la directora local más reconocida y premiada internacionalmente. Sus dos títulos más recientes, El agente topo y La memoria infinita, estuvieron nominados al Oscar al mejor documental; no ganó esas estatuillas, pero igual es un honor sin parangón. Tres de ellos fueron candidatos al Premio Goya de España a la mejor película iberoamericana, de los cuales La memoria infinita lo obtuvo el año pasado; en tanto por “Los niños”, de 2016, mereció el premio a la Mejor Directora en el Festival de Cine Documental de Amsterdam, el más importante del mundo en su género.
Una suma de codiciadas distinciones que no ha sido igualada por ningún otro cineasta chileno, hombre o mujer. Sin contar con que sus cintas han sido selección oficial en prestigiosos festivales además de estrenadas y acogidas con entusiasmo por el público y la crítica especializada en una larga lista de países. Por su buen ojo para elegir historias capaces de despertar gran interés y la cualidad sensible de su tratamiento, ha logrado que el nombre de Chile suene muchas veces y muy bien fuera del país.
El otro motivo es de curiosidad más bien cinéfila. Alberdi decidió cambiar de rumbo y aquí incursiona por vez primera en la ficción. Entonces, las pregunta son cómo hace una documentalista consagrada para probar suerte en la realización argumental, y qué tal le resulta. En más de una entrevista, consultada sobre la dificultad de ese viraje, señaló que “es todo lo mismo”. Lo habrá dicho pensando en que las dos vetas son -al fin y al cabo- cine, un relato audiovisual que se filma y se monta. Pero no es tan simple: el documental registra hechos que ya están en la vida misma, en tanto el argumental organiza una narración ficticia con un sentido determinado, que ocurre en una realidad que no existe, con sus propias reglas; un mundo paralelo construido y modulado a la manera que le es útil al relato y a la intención del/la realizador/a. El filme fue exhibida durante una sola semana en una sala de cine-arte, el Centro Arte Alameda, solo para cumplir con la normativa del Oscar ya que la cinta fue elegida para representar a Chile en la próxima carrera por la estatuilla. Para su realización Alberdi, armó un equipo para contar una historia de mujeres con un contenido irrevocablemente de género. Convocó a una dupla formada por la narradora y guionista uruguaya Inés Bortagaray y la chilena Paloma Salas, más conocida como actriz cómica y standapera, para hacer el rescate del controvertido asesinato de la escritora santiaguina María Carolina Geel, quien en 1955 mató de cinco disparos a quemarropa a su amante sin mediar discusión, en una mesa del concurrido salón de té del elegante Hotel Crillón. La fuente inspiradora es el libro Las homicidas, de Alia Trabucco, publicado en 2019 donde en cuatro crónicas literarias escudriña igual número de despiadados crímenes de sangre cometidos por mujeres.
Con la idea de que “la mujer que mata está dos veces fuera de la ley”, Trabucco reinterpreta el caso de Geel -que no se llamaba así, ese era su seudónimo- postulando que nunca confesó su crimen, solo lo admitió. Ya que siempre se negó a declarar sus motivos para matar, el sistema judicial y la sociedad la etiquetaron de rara, anormal y loca. También se dijo que hizo lo que hizo para llamar la atención, imitando otro caso curiosamente similar de los años 40, en el que otra escritora -María Luisa Bombal- le disparó a su amante en el mismo distinguido hotel, aunque solo lo dejó herido. El libro especula que Geel, más que victimaria, fue una víctima exasperada que cometió un acto de subversión y liberación de un asfixiante entorno patriarcal. Claro que a no ser por los siquiatras que dictaminaron que ella sufrió un arrebato de locura, la Corte Suprema no la habría condenado a una pena menor de solo tres años; y de esa condena la libró luego el presidente Carlos Ibáñez del Campo al otorgarle un indulto de gracia a petición expresa de Gabriela Mistral (que la desconocía), por entonces cónsul en Nueva York. La inculpada, en total, no pasó más de un año en presidio.
DIDÁCTICA FEMINISTA
La investigación sobre el homicidio cometido por MCG, aspecto en el que persiste la vocación documental de Alberdi, no es sin embargo el meollo del filme, sino su detonante. El eje es Mercedes, la secretaria o asistente personal del juez a cargo del proceso (a veces también actuaria). Casada con un fotógrafo que tiene su estudio en el mismo living-comedor de su hogar, ya que en la familia el dinero escasea, trabaja y luego de la jornada, sin derecho al descanso, atiende a los suyos como cualquier dueña de casa. En su mundo de hombres -el esposo amablemente controlador y sus dos hijos adolescentes- ella acoge, sirve, acepta ser humillada y hasta que se mofen de ella.
Cuando su jefe inicia el proceso, Mercedes conoce circunstancialmente a la asesina, una mujer muy distinta de ella, sofisticada, culta e independiente. Cuando la mandan al departamento de la inculpada a buscarle ropa, accede a su intimidad descubriendo que existe otra forma de vivir. Conserva las llaves y empieza a visitar con frecuencia la vivienda solitaria para usar los cosméticos de MCG, probarse sus vestidos, leer sus libros, a Mistral y Huidobro. De la imitación pasa a la identificación, sintiendo que ese mundo autónomo y de libertad es su lugar; lo que quiere para sí misma, librarse de la opresión.
Nada funciona mal en el resultado del esfuerzo. Alberdi escoge un camino difícil para su primera ficción, pero todas las decisiones que toma son correctas, solventes en un sentido formal. El relato, que va alternando los dos cauces narrativos, avanza pulcramente, sin tropiezos. Es posible decir, sin embargo, que éste es más bien un filme de producción; sus méritos mayores están en esos aportes: la notable fotografía e iluminación, la estupenda ambientación de época y vestuario, los insertos musicales. También el cuidado casting: puede que en el papel los personajes no sean tan atractivos como la encarnación que hace de ellos el bien elegido reparto de dotados actores.
Lo que no anda tan bien es que el relato resulta bastante plano. Entretiene y es bonito de ver, pero lo seguimos desde afuera, sin despertar nunca nuestro compromiso emocional. Tampoco sorprende ni va más allá de lo esperable. Otra cosa, quizás más grave: pone todas las cartas abiertas sobre la mesa, no hay subtextos, dobles lecturas ni sobreentendidos en los diálogos. Todo está a la vista, claro como el agua. Llega hasta la obviedad, como los paralelismos en la imagen (Mercedes y MCG escribiendo a máquina, bailando o fotografiadas); a nivel de relato (la enceradora como símbolo máximo de la señora ‘de su casa’); y en la ambientación: la casa de una es oscura, estrecha y fea; el departamento de la otra, amplio, lleno de luz y buen gusto. Todo esto tiende a devaluar el tema del filme, su sustancia. Si éste trata sobre reivindicación de los derechos de la mujer, expone un feminismo digerido para un curso de introducción básica al tema.
Aquí los personajes masculinos son por completo de apoyo y las dos mujeres protagónicas, los ejes de interés. Con todo, se debe decir que Elisa Zulueta cumple bien como Mercedes, pero en el rol de MCG -pensado sin duda como complementario- Francisca Lewin, una actriz luminosa, se roba toda la atención por la agitación interior, dejadez y fragilidad que trasmite en el puñado de escenas que tiene, a veces solo de pasada. Es quien despierta reales ganas de saber mucho más de ella, de lo que hay tras su misterio fascinante de mujer maldita y fatal (y eso de seguro no era la idea).
Pese a que el meollo de la narración es la revelación de género y rol social que experimenta Mercedes, a último minuto se despacha como erróneo remate una bastante extensa sucesión de documentos iconográficos -fotos, portadas de diarios y otros- de María Carolina Geel. El cierre es para ella, no para la protagonista. Hacemos constar además un inaceptable detalle de época en el guion: nadie en los 50 habría llamado poeta a Gabriela Mistral, eso hubiera connotado una mal vista pulla sobre su discreta orientación sexual. En ese entonces se le decía poetisa (lo de poeta vino varias décadas más tarde con la equiparación feminista). PP.
El lugar de la otra. Dirección: Maite Alberdi. Guion: Inés Bortagaray y Paloma Salas. Fotografía: Sergio Armstrong. Montaje: Alejandro Carrillo y Javier Estévez. Diseño de producción: Rodrigo Basáez. Casting: Eduardo Paxeco. Música: José Miguel Miranda, José Miguel Tobar. Elenco: Elisa Zulueta, Francisca Lewin, Marcial Tagle, Néstor Cantillana, Pablo Macaya, Cristián Carvajal. Ficción. Drama criminal y de juicio. Productora: Fábula. 95 minutos. Chile, 2024. Disponible en Netflix.