Fue ignorada por la historia del cine como pionera absoluta de este arte. Pero su nombre y obra salieron a la luz. Martin Scorsese ha dicho de ella: “Una directora excepcional, de rara sensibilidad e imágenes poéticas, con un gran instinto para encontrar lugares de rodaje”. Y su hija la describió como “una aventurera apasionada y generosa, con una energía y una juventud excepcionales. Un espíritu abierto, siempre curioso a las novedades científicas o literarias. Su amor profundo por la naturaleza y su entusiasmo por la vida eran contagiosos”. Les presentamos a Alice Guy, de quien hoy es posible ver algunos de sus filmes en Mubi y en YouTube.
En el prólogo a la primera edición en castellano de las memorias de Alice Guy (Banda Propia Editoras), Tiziana Panizza, cineasta, investigadora y docente chilena, dice que esta memorable artista y productora filmó sin referentes. Es difícil hoy imaginar ese momento alucinante en que una idea, una imagen, una técnica, se pasa por primera vez por la cabeza de alguien. En un mundo donde todo parece concordar con la frase “nada es nuevo bajo el sol”, comprender que prácticamente todo el lenguaje del cine mudo –y más, como las imágenes sincronizadas con audio- se le ocurrió a Alice antes que a nadie. Y eso alucina.
Podría decirse que cuando en 1896 instaló la cámara en el jardín de una amiga, delante de una decena de hortalizas pintadas, para filmar El hada de los repollos, estaba poniendo –por decirlo de alguna manera- un pie en la Luna. Nunca antes, en la brevísima pero intensa historia del cine, alguien había tenido la idea de filmar una ficción.
Alice Guy (Francia 1873- Estados Unidos 1968), escamoteada por décadas en los registros de la cinematografía mundial, dio ese tremendo paso centenares de veces y fue la primera en considerar que este invento servía para algo más que registrar acontecimientos o paisajes. Creyó –y apostó- a que era la llave para contar historias como nunca antes se había hecho. Y logró comprobarlo. Su primer filme, basado en la leyenda de que los niños nacen en esos vegetales y las niñas en las rosas, se anticipó en semanas a las ficciones mágicas de George Méliès. Pero por décadas, fue él quien se llevó los méritos.
Realizadora, productora, guionista, descubridora de efectos y recursos cinematográficos, Guy relata en sus memorias su paso desde ser secretaria de la casa Gaumond, fabricante de cámaras fotográficas, a cineasta y luego a copropietaria -en sociedad con su marido, ya en Estados Unidos y apellidada Blaché- de la exitosa Solax Company donde llegó a filmar más de 600 películas.
CONVENCIENDO A GAUMONT
Aunque sus progenitores se casaron en París, inmediatamente viajaron a Valparaíso (sí, a Valparaíso), donde vivía el padre, editor y dueño de una librería. Sin embargo, Alice no nació en Chile, porque una de las tantas veces que en el siglo antepasado la viruela atacó a la población, la familia regresó a Francia donde, en Saint-Mandé cerca de París, en julio de 1873 nació como la menor de cinco hijos.
Su infancia discurrió a caballo entre Suiza y Francia donde estudió en varios internados. También vivió dos años en una chacra de Valparaíso, donde fue cuidada por una mujer mapuche. A ella y a esa época, dedica encantadoras palabras en sus memorias, escritas a partir de la década de 30. Sin embargo, regresaron a Francia, donde poco después murió el padre. La madre buscó un empleo para mantener a su familia y Alice estudió lo que parecía una carrera digna y perfectamente femenina: mecanógrafa y taquígrafa.

Una vez titulada, en 1894, fue contratada como secretaria en Comptoir Général de la Photographie, fábrica de cámaras y suministros fotográficos, donde empezó su relación laboral con León Gaumont. Allí conoció a grandes artistas, como Émile Zolá, y a importantes sabios y científicos (incluyendo a Eiffel, a Louis y Auguste Lumière y a Santos Dumont, de quien filmó más tarde su primer vuelo). A su cierre, siguió trabajando con Gaumont, uno de los pioneros de la industria del cine, en una compañía que, en principio, solo se dedicaba a la fabricación de equipos de fotografía.
Invitada a la presentación del cinematógrafo por los hermanos Lumière, el histórico 28 de diciembre de 1895, la joven -que ya había dado algunos pasos en la creación de historias para el teatro- vio las enormes posibilidades del invento e instó a su jefe a cambiar las cámaras fotográficas por las de cine. Dos años después, lo consiguió: Gaumont creó una división para producir cine y la puso al mando. Con una condición: debía seguir siendo su secretaria.
Afrontando las dificultades de empezar algo que no estaba hecho, sino también las de ser mujer en un terreno que parecía masculino, y contando con poco apoyo de su jefe, quien no estaba del todo convencido de las capacidades de su subordinada, logró dirigir filmes que fueron exitosos comercialmente. Pese a ese suceso, en sus memorias, Gaumont no la nombró, lo que más tarde subsanó, a instancias de la propia Alice. Sin embargo, esos recuerdos corregidos nunca fueron publicados.
PIONERA DE PIES A CABEZA
Entre 1897 y 1907, cuando emigró a Estados Unidos, dirigió 32 películas y quizá cien fonoesferas, filmes rodados para el cronófono, un aparato que sincroniza ¡tan tempranamente! la imagen y el sonido grabados. La inmensa mayoría de esas películas están perdidas y solo se sabe de su existencia por diversos documentos, incluida la prensa de época.
Durante ese tiempo como realizadora en Francia inventó (descubrió, dice ella) una serie de efectos o trucos: filmar a la inversa, el ralentado y la detención de la imagen, las tomas en diferentes distancias, la sobreimpresión y los fundidos. Tal como ella señala en sus recuerdos, “todas las películas […] filmadas en condiciones increíbles, contenían el germen de las producciones de hoy”.
Inquieta, en 1904 rodó entre gitanos Robada por un bohemio donde no solo filmó al aire libre, sino que lo hizo pese a las amenazas y a la huida de un ¡oso! Escribe:
“Cuando supe que un campamento gitano se había instalado cerca de las fortificaciones de la ciudad, decidí filmar uno de mis guiones […]. Al partir, encontré en mi escritorio una nota anónima en que se advertía ‘que iban a quitarme el gusto de andar metiéndome en cosas que no me incumben’. No me causó efecto”.
En 1906, cuando ya tenía a su haber cinco cortometrajes, dos mediometrajes y ocho largos (uno incluso de 225 minutos) se lanzó a la aventura de rodar La pasión o la vida de Cristo, que podría considerarse la primera superproducción de la historia del cine. Se trata de once cuadros -inspirados en la Biblia ilustrada del pintor francés James Tissot-, con una duración de 20 minutos cada uno, en los que empleó veinticinco decorados y dirigió a trescientos extras.

Aunque en la época de su estreno, y al registrar una función bajo su alero, el boletín de la Sociedad de Fotografía de París la nombró como su autora, el historiador Georges Sadoul la atribuyó a otras personas, hombres obviamente. Décadas después, con documentos en la mano, ella le demostró cuáles y cuántas eran sus películas. Sadoul reparó el error en ediciones posteriores de su afamada Historia del Cine.
Todos esos logros de esa primera época no escapan a su feroz autocrítica. Declara en sus memorias:
“No me daría ningún gusto, creo, volver a ver alguna de mis primeras películas. Mis lectores, si los hay, deben darse cuenta de las condiciones en que trabajábamos. Los aparatos iniciales, con sus recámaras exteriores mal ajustadas. Los modos de ensayo de las películas aún imprecisos. Los trípodes, que se usaban en la fotografía común se enterraban en la tierra blanda de nuestro jardín y no aseguraban una gran estabilidad. Solo disponíamos de un lente. La tracción de la cinta se hacía gracias a una manivela exterior que funcionaba a mano. El marco, forrado de terciopelo, retenía polvos que rayaban la emulsión”.
AUGE Y DESPOJO EN ESTADOS UNIDOS
Gaumont contrató en la primera década del 1900, a Herbert Blaché, camarógrafo británico, a quien puso a trabajar con Alice. De encontrarla “fría y distante” pasó a enamorarse de ella. Fue correspondido y se casaron en 1907.
Inmediatamente partieron a Estados Unidos para que él se hiciera cargo de las oficinas de Gaumont. Alice se quedó un tiempo en casa, criando a su hija Simone, pero quiso regresar al cine. Empezó a filmar en los tiempos muertos del estudio de Gaumont y fundó Solax Company, en 1910. Su primera película en su nuevo país es de octubre de ese año. Con el sello Solax, e integrada al sistema de distribución para las muchas salas que ya había, la realizadora llegó a rodar cerca de mil filmes, la mayoría muy exitosos comercialmente, lo que le permitió levantar su propio estudio en Fort Lee (Nueva Jersey), sitio que en esos momentos era una de las locaciones importantes del cine estadounidense. La forma colaborativa de trabajar y su lema “Sé natural” dieron al estudio un ambiente laboral tan agradable y eficaz que llegaron a filmar hasta tres películas por semana, de los más diversos géneros: comedia, western, dramas, ciencia ficción.
“En general, había periodistas presentes en la filmación. Me llevé una gran sorpresa al constatar el interés que el público y la prensa tenían por mi modesta persona. Rara vez pasaba una semana sin que me entrevistaran. Cuando me era imposible recibir al reportero, este escribía su artículo de todas formas, y yo descubría luego detalles completamente insospechados sobre mis inicios, mi familia, mis antecedentes […]. Es verdad que me veían como un fenómeno, después de haber sido durante diecisiete años la única mujer directora de cine en todo el mundo”.

No solo filmó temas de entretención. También hizo películas sobre la situación de las mujeres, las cárceles, los niños abandonados, la trata de blancas y la prostitución. Para escribir los guiones investigaba en los sitios reales: conoció orfelinatos, la terrible cárcel de Sing Sing, fumaderos de opio. Por cierto, estos temas se encontraron con la reticencia del sistema; entre otros organismos, de los encargados de la censura cinematográfica.
Aunque el éxito fue tremendo, las cosas no terminaron bien. Blanché, desde el momento en que ella lo nombró presidente de la compañía, fue aspirando a más. Primero, la aisló de los grandes negocios para que no estorbara la intimidad de los varones en las reuniones comerciales y ellos pudieran “fumar y escupir” [sic] sin problemas. En 1913 fundó su propia compañía Blaché Features. Filmaba en los estudios de Alice, y lentamente fue dejándola sin nada a punta de malos negocios en la Bolsa y de un incendio que arrasó con el estudio de Fort Lee. Todo el sistema colaborativo que Alice había desarrollado en su trabajo se desvaneció. También su matrimonio, ya que su marido –como en el más convencional de los melodramas- la dejó por una actriz más joven que él.
Después de sobrevivir a la gripe española que, como el Covid, asoló a buena parte de la población occidental, Alice regresó a Francia con sus dos hijos. Quedaron inconclusos varios proyectos y sin poder realizarse un sueño que también era una mirada de futuro: la creación e instalación de una “pequeña universidad cinematográfica”, en sociedad con la Universidad de Columbia, quienes valoraban su trabajo.
Escribe su hija, en una carta destinada a la primera edición de las memorias de Alice:
“En 1922, completamente desanimada por el desmoronamiento de su empresa cinematográfica tras las grandes pérdidas de mi padre en la Bolsa en 1918 y después de un divorcio que fue para ella una cruel desilusión, pensó naturalmente en volver a Francia junto a su familia”.
Volvió a vivir con su madre y trató, por años e infructuosamente, de regresar al cine. En compensación, amarga probablemente, escribió novelas cortas, cuentos para niños. Más de treinta años después, en 1955 y por iniciativa de la Cinemateca Francesa, recibió la Legión de Honor en reconocimiento por su labor pionera. Aunque esto le sirvió para empezar a ser incluida en los libros de historia del cine, faltaba mucho para que realmente se la instalara en el lugar que le había sido escamoteado.

Hoy, tres documentales muestran su trabajo: Qui est Alice Guy? (1975, Nicole-Lise Bernheim); el canadiense Le jardin oublié: la vie et l’oeuvre d’ Alice Guy-Blaché (1995, Marquise Lepaige) y el controversial Be natural: The untold story of Alice Guy-Blaché, de 2018, dirigido por Pamela B. Green.
Analizando su obra, es posible decir que ella no solo echó las bases del lenguaje del cine, sino también que inauguró géneros: el cine fantástico junto con Georges Méliès (El hada de los repollos, 1896, que abre esta crónica); diversos efectos visuales (como en Danza serpentina de Lina Esbrard, de 1987); el bélico (Ataque sorpresa a una casa al amanecer, 1898, que reconstruye en un minuto una escaramuza de la guerra franco-prusiana de 1870); las comedias de persecución (Carrera de la salchicha, 1902) el melodrama (Falling leaves, 1912); el cine interpretado solo por actrices y actores afroamericanos (A fool and his money, 1912).
Y fue capaz de imprimir una mirada crítica a la sociedad patriarcal que, sin duda, la afectó y terminó por sacarla de la industria. Un ejemplo de ello es Los resultados del feminismo (1906) donde, en clave de comedia, muestra el absurdo de los roles de género impuestos. En 1912 rehizo el filme, como película de ciencia ficción y bajo el nombre de En el año 2000. En 1917, como lo consigna Tiziana Panizza en la introducción a las memorias en castellano de la cineasta, Alice Guy aclaró su visión del feminismo en la revista Photoplay:
“Soy feminista. Pero con esto no me refiero a que las mujeres deban intentar hacer el trabajo de los hombres. Simplemente deberían aprender a realizar su propio trabajo, vivir sus propias vidas, ser ellas mismas con toda la fuerza que llevan dentro”.
Una pionera con la película clara. Su historia, que ahora podemos conocer, es la del despojo que muchas artistas y científicas de los siglos pasados vivieron: ser talentosas en mundos hasta entonces masculinos. Solo por nombrar a algunas, se vienen a la memoria Alma Mahler y Camile Claudel. En lo íntimo y lo público, pagaron caro su osadía. El reconocimiento, tardío y que no disfrutaron, sirve para ir contando qué ha habido en la cara oculta de la Luna. PP.
Bibliografía:
Alice Guy. Memorias 1873-1968. Banda Propia, editoras. 2021. Chile.
Prólogo: Tiziana Panizza.
Traducción y notas: Pablo Fante