Instintivamente rebelde, intrépido, mirada traviesa y encantadora, físico de atleta, feo y bueno para los combos, el amigo callejero que todos quisimos tener y el seductor irresponsable que nadie podía imaginar casándose para ser un buen padre de familia.
No es raro que Belmondo fuera sumamente popular y que la mayoría de sus películas carecieran de ambiciones expresivas, pero a comienzos de los sesenta encarnó unos personajes generacionales que definieron su época.
Principal responsable de ello fue Jean-Luc Godard que en Sin aliento le dio el rol que lo definió para siempre, el del anárquico ladronzuelo que casualmente adquiere una categoría simbólica mayor a la de su conciencia.
Belmondo nunca estuvo muy lejos de ahí y toda su carrera, larga y exitosa, podría reducirse a variantes, a veces cómicas, de ese solo personaje.
Su muerte a los 88 años ha sido unánimemente lamentada por todos sus compañeros de trabajo. PP